[Dedicado a la memoria de Liev (León) Nicoláievich Tolstói quien, en su monumental «Guerra y paz», escribió: “las historias universales no valen como oro sino cuando pueden contestar a la pregunta esencial de la Historia: ¿qué es el Poder?” (1)]
¿Qué es «la soberanía»? ¿Cuál es su porqué? El soberanismo… ¿es hijastro enfermizo o enfermo padrastro de la soberanía? Allí donde se conforma un centro «psico-material» de «Poder-en-sí» organizado, ahí brota y surge, ensimismada, fundida y confundida con él, la correspondiente y soberbia soberanía. En todo tiempo y forma de vida materialmente constituida, el soberanismo es una dañina dolencia crónica e ingénita, virótica, contagiosa, imperativamente necesaria y correlativa con cualquier centro autorrecurrente de «poder-hacer» superviviente: ya sea ese «centro» una forma conforme a una vida bacteriana; ya sea esa forma de vida una conformada Psique humana. En ésta última, el cetro de ese centro lo sostiene y conforma un núcleo abstracto coronado de instintos, pasiones, prejuicios y juicios al que llamamos «yo» o «sí-mismo» (véase Rodolfo Llinás(2) -2001-); un «sí-mismo» anidado en (y anudado a) el Sistema Nervioso Central. A ese centro judicativo, a esa abstracción ¿existente?, a esa “estructura funcional útil” (2), es a lo que en realidad se refería, sin saberlo, el meticuloso existencialista Martin Heidegger -1926- (preclaro epígono del egotismo filosófico germano) con «su» “Dasein”(3) (literalmente «estar-ahí(3)» existente, aun «no-siendo-nada» verdaderamente). Un «sí-mismo» infectado por su propio subjetivismo; por su intruso soberanismo.
Mucho antes de que lo expresara con metafórico enfoque científico, y en sentido biológico originario, Daniel C. Dennett(4) (1984), escribió Jorge Ruiz de Santayana (entre 1918 y 1921): “La Psique, al ser esencialmente una forma de vida, una suerte de código animado de higiene y de moral, es un principio muy selectivo: está distinguiendo continuamente -en la acción, si no en palabras-, entre bueno y malo, correcto y erróneo. La selección es el aliento de sus narices. Todos los sentidos, instintos y pasiones son sus exploradores. Cuanto más lejos extiende su influencia, más siente hasta qué punto depende de las cosas exteriores y más febrilmente intenta modificarlas hasta hacerlas más armoniosas respecto a sus propios impulsos.”(4) Frase ésta que hoy complementamos recordando otra escrita en el último libro que, en vida, publicó Santayana (1951): “la Psique, no el espíritu, ejerce el poder; y lo ejercería, si fuera posible, sin límites” (6); que complementamos también con esta otra: “el agente en política es la Psique”(6)
Santayana: “La Psique […] está distinguiendo continuamente -en la acción, si no en palabras-, entre bueno y malo, correcto y erróneo” (6). Texto en la imagen: Daniel C. Dennett (1984)>>”La libertad de acción” (4).
Pues bien: el imperio que, por imperiosa necesidad de auto-conservación, ejerce el «sí-mismo» –consciente e inconscientemente– sobre esa semoviente* “máquina de supervivencia”(7) (Richard Dawkins, 1974) que es la Psique del sujeto humano, es el análogo individual del imperio que ejerce el «Estado-Poder» sobre el llamado «cuerpo o sujeto social». La maraña de instintos, pasiones, fisiología corporal, hábitos, costumbres, prejuicios, anidadas convicciones,… son al sujeto personal lo que leyes y normas «psico-ideológicas» y «tecno-burocracia» son al amorfo conglomerado de la sociedad nacional-estatal. Al movimiento o la voz significativos, intensa e intrínsecamente determinados por aquella maraña individual le llamamos «comportamiento moral»; mientras que recibe el nombre de «justicia» la coactiva corrección (por incitación, persuasión, punitiva disuasión, obligación o prohibición) de ese comportamiento según lo que vaya estatalmente determinándose mediante leyes, reglamentos y procedimientos establecidos. La salida o éxodo desde la implícita determinación endógena (instintos y, en general, prejuicios socialmente efectivos por herencia, inercia o contagio transmitidos) hacia la explícita determinación exógena (normas coactivas) constituye uno de los procesos más importantes, si no el que más, de la historia política de los sujetos humanos supervivientes.
Asignemos a ese aventurero proceso, crónicamente transitorio, un sintético sintagma de significación genérica: «de la moralidad de la grey** a la justicia del rey». El qué, el cómo y el porqué; y lo que en cada época u ocasión ese «rey» y esa «justicia» hayan sido, sean o puedan ser…: ése es el cuento; ésa es la historia; ése es el centro (y el cetro) de la noria. Ríos de sangre, violencia y mentiras son, lector amigable, los que han hecho girar la noria de esa historia; ríos de sangre física y psíquica puestos, aunque parezca mentira, al errático servicio de un avance; un ciego avance de desvaríos, casuales aciertos, desatinos,…: el ciego avance de la supervivencia; la Gran Pasión de toda Psique superviviente; la Gran Pasión de todo «Poder-en-sí». Una rueda que, condenada a una sed de justicia nunca saciada, parece girar «libremente» sin moverse de su sitio: una rueda que, en colegial lenguaje coloquial, gira loca, loca, loca… Cangilones que ora están arriba, ora están abajo…; cangilón a la derecha en aquella hora, a la izquierda se encuentra ahora… Justicia giratoria; tan revolucionaria… como una noria.
«De la moralidad de la grey** a la justicia del rey». En el vórtice, un soberbio centro semoviente* que, desde Platón, gira sin moverse: “la razón que busca convertirse en ley” (8). «La Razón» que busca «hacer justicia»; «realizar» la justicia. ¡Justicia!… ¡con cuántas e innumerables túnicas, como pieles de zorra y oros «de ley», ha intentado el Poder revestir a esa desnuda «psico-abstracción»! Ya lo escribió el que fuera poderoso abogado en Roma, Cicerón (platónico romano; románico Platón): “el ciudadano que consigue, por medio del poder y de las penas impuestas por ley, que todos realicen aquello para lo que los filósofos apenas si son capaces de convencer a unos pocos con su palabra, ése ha de ser considerado superior a los propios maestros que investigan este tema. […] Estando al frente de esas «ciudades grandes y poderosas» […] nos vemos empujados a aumentar los recursos del género humano y nos afanamos con nuestras reflexiones y esfuerzos en lograr para los hombres una forma de vida más segura y más rica, siendo su propia naturaleza la que nos estimula a satisfacer ese deseo.”(9a) El mismo Cicerón que escribió después: “haya dos magistrados con poder regio, que sean llamados pretores, jueces, cónsules […] que éstos tengan la suprema autoridad sobre el ejército y no obedezcan a nadie. La «salus populi» [que puede traducirse por «salud», «salvación», «seguridad(9b)»…, o por un genérico «bienestar del pueblo»] sea para ellos la ley suprema” (9b).
Es la misma “salus populi”(10) que Thomas Hobbes señalará, en 1651, como principal “negocio”(10) del Estado (o“gran Leviatán” (10)). Un Hobbes que escribía: “donde no hay un poder común [que nos atemorice a todos], no hay ley; donde no hay ley no hay justicia”(10). Y añadía: “lo que constituye la ley no es esa «iuris prudentia» o sabiduría de jueces subordinados, sino la razón de ese hombre artificial nuestro al que llamamos Estado; y lo que él manda”(10); y en ese “hombre artificial […] la soberanía actúa como alma artificial, como algo que da vida y movimiento al cuerpo entero”(10) [la palabra española «Psique» procede de la griega «ψυχή» -«psyché»-, que, significando «fuerza o principio vital», suele traducirse por «alma» -en latín «anima», raíz de nuestro «animal»-]. Para Hobbes, las “cuerdas” (10) en un “autómata” (10) equivalen a los “nervios” (10) de los animales vivos; y llamó “ataduras artificiales” (10) a las “leyes civiles que los hombres mismos […] han prendido, por un extremo, a los labios del hombre o asamblea a los que ha entregado el poder soberano y, por otro, a sus propios oídos.” (10)
Imagen alegórica del «Leviatán» de Hobbes (1651). Título completo: “Leviatán o “La materia, forma y poder de un Estado eclesiástico y civil”.
Son viejos, muy viejos, los recurrentes antecedentes del «Estado de Bienestar»; fosilizándose están en el «Estado social-€-burocrático de Partidos», actual «Leviatán» garante, como agencia de seguros, de presentes y futuros; de la «salus populi». Y, claro es, tienen poco que ver con la Democracia política y mucho que ver con la génesis justiciera del Poder estatal y su soberana «alma artificial» ensimismada.
Ya dijimos que las palabras «ley» y «justicia» [aquí su etimología] preñan la tradición judía hasta la entraña. Anciana y poética tradición preñada de inteligencia y sabiduría. Cuenta esta tradición que, más de mil años antes de Cicerón, “se reunieron pues, todos los ancianos de Israel y se fueron donde Samuel a Ramá, y le dijeron: «Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Pues bien, danos un rey para que nos juzgue, como todas las naciones. Disgustó a Samuel que dijeran: «danos un rey para que nos juzgue»”(11). Unos 2.500 años después y “dado que los judíos estaban permanentemente a la defensiva contra los poderosos intereses municipales”(12), en España, expresará la reina Isabel (1477): “todos los judíos de mis reinos son míos y están bajo mi amparo y protección; y a mí me pertenece de los defender y amparar y mantener en justicia” (12); lo que, para Henry Kamen (1999), nos da “una imagen de la protección que la corona prestó a los judíos”(12). Sin embargo, quince años después serían expulsados de España. Justicia giratoria.
Escribió Hobbes que “en el estado natural, cada hombre es juez”(10). Acaso nunca en la Historia se hayan juzgado los seres humanos, los unos a los otros, con tanta avidez e impudicia como lo han hecho en el último siglo, en función de intereses y «psico-ideologías» que extraños impulsos y azares hacían prender en Psiques y cerebros a los que hubieran tocado en suerte. Ríos de sangre y fuego han atravesado el siglo XX. Y, hoy, ríos de «Din€ro» en busca de ese abstracto «santo grial» llamado «justicia social». La «justicia social» del anti-democrático «Estado-Dinero de Bienestar»; corrupto «Estado social-€-burocrático de Partidos y Narcótico Bienestar». «Tahúres del €stado» llamábamos en el artículo anterior a los oligárquicos jefes de Partido; tahúres «co-soberanos» y virreyes haciendo leyes sin parar para «sí-mismos» y para ingentes intereses en el reino del Din€ro (según la R.A.E., la palabra «tahúr» procede “del armenio «tagevor», título de los reyes de esta nación” (13)). Tahúres que hacen de «pretores», «jueces» y «cónsules», pues “todas las leyes son juicios generales” (10); tahúres con «poder regio» ciceroniano haciendo innúmeras leyes para el «sí-mismo» de ellos y, por tanto, del Estado justiciero (como la «contra-Constitución-78»).
Muy largo este artículo, amigable lector. Espero haber aportado claves para responder a la pregunta que se hacía León Tolstoi en el encabezamiento. Y para mostrar e intuir, aunque sólo sea por atisbo, junto con el artículo anterior y los enlazados, la naturaleza y origen de la soberanía, del soberanismo y dónde se encuentran y a quiénes afecta e infecta esa enfermedad que padecemos.
Estando en las fechas en que nos encontramos, termino diciendo que, entre el profeta Samuel (decimoquinto y último de los «jueces» de Israel) y la reina Isabel, hace ya más de dos mil años, nació, de mujer judía, el judío Jesús de Nazaret. Suyas son las frases: “no juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados. Y con la medida con que midáis se os medirá a vosotros. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en el tuyo?”(14a); “dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios” (14b); y, también: “Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.”(14c) Fue ejecutado (ajusticiado) mediante crucifixión bajo jurisdicción romana. Sobre la cruz en que estaba clavado su cuerpo, en una inscripción sobre una tabla, podía leerse en “hebreo, latín y griego: Jesús nazareno, el Rey de los judíos.” (14d)
En el mismo soliloquio de Santayana [titulado «La Psique»] en que se encuentra el texto antes citado, escribió don Jorge que “el espíritu es poeta” (6). Vayan estos versos contra el «psico-judicativo» inmovilismo giratorio (revolucionario) de Estados «sociales» y «sí-mismos» individuales:
Dicen que dijo Picasso,
siendo anciano ya su saber,
ni un solo paso, ni un solo paso,…
Dicen que dijo Pablo Picasso.