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lunes 22 diciembre 2025
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Carta VII: El silencio de los corderos eruditos: cuando la academia cambia títulos por grilletes

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Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley. Al final se incluye un glosario de términos.

Sobre cómo las universidades occidentales castigan la verdad en nombre de la neutralidad

Querido Youssef, custodio de la madraza de Qom:
¿Recuerdas aquel relato de El Gulistan de Saadi, donde el sabio calla ante el tirano para sobrevivir, pero su silencio lo condena más que sus palabras? Hoy, en estos templos del saber llamados universidades, los eruditos son amordazados no por sultanes, sino por un dios moderno: el politiqueo.

En la Universidad de Nueva York, esa madraza occidental donde se enseña a pensar —siempre que no se cuestione a los patrocinadores—, un joven llamado Logan Rozos osó mencionar la palabra prohibida: genocidio. ¿Genocidio? ¡Aquí solo hay «conflicto complejo»! ¡Palabras como «Gaza» o «Palestina» deben pronunciarse con el mismo susurro que se usa para nombrar al diablo en una mezquita! Logan, cual Rumi moderno, eligió la poesía de la verdad sobre la prosa del conformismo. Su recompensa: un diploma retenido, como si la tinta de su título se hubiese secado con la sangre de los mártires.

Los rectores, esos ulemas del liberalismo, justifican su censura con el mantra de la «neutralidad académica». ¿Acaso no saben que la neutralidad ante la injusticia es complicidad? El gran Al-Ghazali advirtió: «El silencio del sabio es la victoria del ignorante». Pero aquí, los sabios visten togas y birretes mientras firman condenas en papel membreteado. Fox News, ese muecín de la desinformación, lo tilda de «antisemita», como si denunciar masacres fuese odiar a un pueblo y no amar la humanidad.

El discurso de Logan duró tres minutos —el tiempo que tarda un dron israelí en arrasar una casa en Gaza—. Mencionó 50000 niños muertos, cifras que aquí se esconden tras eufemismos como «daños colaterales». ¿No es irónico que en Occidente, donde se estudia a Hannah Arendt y su «banalidad del mal», se repita el mismo guion? Los mismos que lloran el Holocausto niegan el de Gaza, como si el sufrimiento tuviese patente étnica.

El Profeta (la paz sea con él) dijo: «La mejor jihad es una palabra de verdad ante un gobernante injusto» (Hadiz). Logan Rozos, con su discurso truncado, libró su jihad. Mientras, las universidades occidentales, otrora faros de la Ilustración, se han convertido en notarios de la opresión. Saadi tenía razón: quien siembra silencio, cosecha tiranía.

Ibrahim ibn Yazid.


Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.

El enfado de Perelló

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 264 de «La lucha por el derecho» nos explica las razones del enfado de Isabel Perelló, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial.

El consenso y la quimera de la Justicia independiente

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La presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, doña Isabel Perelló, ha manifestado su enfado —tan correcto en la forma como impotente en el fondo— ante la falta de acuerdo entre los vocales «progresistas» y «conservadores» para nombrar a los presidentes de las Salas Segunda y Tercera del Alto Tribunal. La cuestión no es cosa de poco ya que se trata de las Salas de lo Penal y de lo Contencioso-Administrativo, es decir, las que resolverán en última instancia jurisdiccional los pleitos criminales que afectan a la clase política y su entorno así como a la legalidad de la actividad normativa y reglamentaria.

Al parecer, los bloques ideológicos de los respectivos delegados de los partidos en el CGPJ no se ponen de acuerdo en el reparto de poder. Esto ha causado el retraso en unos nombramientos que, para quienes aún creen en el teatro pseudoconstitucional vigente, deberían estar guiados por el mérito y la imparcialidad, no por afinidades partidistas.

Pero más allá del enfado y de los aspavientos institucionales, lo que aquí se denuncia no es una anomalía puntual, sino la confirmación sistémica de la ausencia de independencia judicial en España. Y es que en una partitocracia como la española —donde los partidos políticos lo ocupan todo— no puede existir, por definición, independencia judicial. La Justicia no puede ser independiente si su órgano de gobierno, el CGPJ, está controlado por cuotas partidistas. ¿Cómo puede ser independiente, si quiera personalmente, un juez que sabe que su promoción depende del favor de un vocal afín al partido de turno?

La señora Perelló se enfada no porque se vulnere la independencia judicial —esa ya fue enterrada con la Constitución del 78— sino porque el reparto no se ha concretado. Lo que en verdad le molesta no es la colonización partidista de la justicia, sino la ineficiencia del reparto. ¿Por qué se indignan ahora? ¿Acaso no han sido cómplices —activos o pasivos— de este sistema de reparto de botín que llaman «modelo de gobernanza»?

Los vocales conservadores y progresistas no representan visiones distintas del derecho ni concepciones alternativas de la justicia; representan, simplemente, a los partidos que los pusieron allí. Son marionetas, designadas no por su mérito jurídico sino por su utilidad política. Su labor no es proteger la legalidad, sino asegurar que sus padrinos mantengan el control sobre los resortes del poder judicial.

No basta con tener jueces para que haya justicia, como no basta tener Parlamento para que haya democracia. La Justicia, como el poder político, debe ser separada del poder que la nombra y la controla. Y mientras no haya libertad política colectiva, no existirá una verdadera Justicia independiente, sino un simulacro decorado con togas y latines.

La única salida a este marasmo no está en reformar el reparto de los vocales, ni en cambiar las reglas del consenso, sino en romper con el sistema partitocrático. La independencia judicial solo puede venir de la mano de una verdadera ruptura democrática, que establezca una Constitución basada en la separación real de poderes y en la representación auténtica del ciudadano.

Hasta entonces, lo que tenemos no es una justicia estancada, sino una Justicia sometida. Y mientras los españoles no exijan esa libertad constituyente que nunca han tenido, seguirán confiando en que los partidos se repartan con decoro lo que nunca debieron tocar: el mal llamado poder judicial.

Del espíritu público al orden público

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Aclaración sobre la definición de “orden público” y “orden jurídico” tras la querella rechazada por la Fiscalía a un seguidor del MCRC.

Fuentes:

RLC: https://www.ivoox.com/rlc-2015-01-09-el-tsj-catalan-ante-sedicion-audios-mp3_rf_3933263_1.html

Música: Allegro BWV 1056R. J.S.Bach.

El fracaso del sindicalismo de Estado

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Nada retrata con mayor claridad la ruina moral y política de los sindicatos estatales que la imagen vacía de sus manifestaciones. Miles de pancartas ondeando al viento sin más acompañamiento que el de sus propios liberados, asalariados del Estado, custodiando la escenografía de una protesta sin trabajadores. Este fenómeno no es casual; es la imagen visible de una estructura que no representa a los asalariados, sino que los suplanta, como un comisariado domesticado que protege al poder bajo la máscara de la reivindicación social.

Los líderes sindicales, en una nueva muestra de desvergüenza, se atreven a denunciar una «involución reaccionaria». ¿Qué mayor reacción que esa clase sindical cuya supervivencia depende de los presupuestos del Estado, de las subvenciones millonarias aprobadas por los mismos gobiernos contra los que simulan alzarse? La contradicción no solo es grotesca; es sistémica. El sindicato estatal no existe para movilizar al obrero, sino para inmovilizarlo, para integrarlo en la paz social que el régimen necesita.

Las escasas cifras de asistencia a sus convocatorias —en las que apenas participan personas ajenas a la estructura profesionalizada del sindicato— son prueba de la desvinculación de la fuerza laboral de estas estructuras estatales. El trabajador sabe, tanto por instinto como por experiencia, que no hay lucha posible desde dentro del régimen de partidos. Que no puede haber representación sindical cuando esta se ejerce desde una organización que forma parte del aparato del Estado, y que recibe de él su sustento material y a la vez su legitimidad negociadora.

Estos sindicatos no ejercen contrapoder fáctico alguno. Son órganos de integración: mecanismos de cooptación diseñados para canalizar el conflicto social hacia formas inofensivas, rituales, estériles. Por eso les aterra la abstención activa, el cuestionamiento radical del régimen, el movimiento que no pide reformas ni mejores salarios, sino la verdad política: la libertad constituyente.

La degeneración de estos sindicatos es el espejo fiel de la partidocracia española: una monarquía de partidos sin control ni representación, en cuyo seno las organizaciones de clase han sido sustituidas por agencias burocráticas, subvencionadas, dóciles. No hay lucha posible sin independencia, y no hay independencia cuando se come del mismo pesebre que el opresor.

Así, la auténtica revolución, lo contrario a la involución, no es la de las pancartas vacías ni la de los mítines subvencionados. Es una revolución de conciencia y de libertad que exija la apertura de un proceso de libertad constituyente que conduzca hacia la República Constitucional.

Primero de mayo y sindicatos de Estado

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 263 de «La lucha por el derecho» nos habla del fracaso, una vez más, de los sindicatos estatales el día 1 de mayo.

El Senado en EE. UU.

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En el segundo período de libertad constituyente, los Estados Unidos de norteamérica constituyeron una Constitución federal.

Fuentes:

RLC: https://go.ivoox.com/rf/17297493

Música: Allegro. Concierto nº5 de Brandemburgo. J.S.Bach.

Carta VI: El Apagón de las luces y los mercaderes del miedo

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Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley. Al final se incluye un glosario de términos.

Sobre cortes de luz que iluminan oscuridades y resiliencias de plástico

Querido Naser, hermano en la claridad del desierto:

Recibo tus palabras desde Shiraz, donde los sabios aún recuerdan las enseñanzas de nuestro ancestro sheij Farid al-Baghdadi: «Quien vende miedo, cosecha esclavos». Yo, Ibrahim, escribo desde Madrid, donde anoche las calles se llenaron de linternas de teléfonos y el eco de maldiciones al cielo tecnológico. Dos derviches, un mismo veredicto: Occidente fabrica monstruos para vendernos espejismos.

Ayer, cuando el sol se ahogó en el Guadalquivir y España tembló sin electricidad, presencié vuestra danza de sombras. En un supermercado de Chamberí, vi a madres llenar carritos con kits de supervivencia (cajas de plástico con velas y baterías) mientras sus hijos jugaban a Pokémon GO entre pasillos oscuros. En la calle, un ejecutivo maldecía su Tesla parado —¡ironía!— frente a un mural que rezaba «El futuro es renovable». ¿No es este el colmo de vuestra mitología? Un pueblo que adora algoritmos pero olvida cómo encender un fuego.


Los palacios de Bruselas —esas criptas burocráticas donde se redactan dogmas en PDF— operan como los mercaderes de Samarcanda que vendían mapas de oasis… tras envenenar los pozos. Cuando en 2021 compararon malware con la Peste Negra, no hacían profecías: escribían el libreto de este apagón. Maquiavelo, ese tiktoker del siglo XVI, los aplaudiría: han convertido la política en un videojuego, donde ellos guardan los cheat codes (trucos) y nosotros compramos los mandos.

Mientras los ciudadanos arrastraban generadores como si fuesen momias egipcias, los «tecnosacerdotes» de Davos calibraban algoritmos (fórmulas matemáticas que predicen/controlan comportamientos) con la solemnidad de astrólogos reales. El «kit de 72 horas» no es sino el nuevo tabiz (amuletos islámicos con versos coránicos), pero sin la sabiduría de los imanes: su liturgia son infografías en PowerPoint y códigos QR que nadie escanea. Los brujos de Marrakech al menos sudaban bajo el siroco; estos «hechiceros del carbono neutral» dictan webinars desde chalés con paneles solares.

¡Oh Avicena, que separabas ciencia de superstición! ¿Qué harías ante estos «cirujanos del caos» que recetan «apagones terapéuticos» para curar males que ellos mismos infectaron en laboratorios de think tanks (fábricas de ideas políticas)? El corte de luz no fue accidente, sino spoiler (avance) de un sistema que privatizó hasta los rayos del sol. Los medios, esos derviches del prime time, corean «sabotajes rusos» con la ligereza de pregoneros medievales anunciando cometas. El miedo, ya sea en formato NFT (certificados digitales únicos) o píldora homeopática, sigue siendo el bitcoin de vuestros mercaderes.


El califa Al-Mamún advertía: «El gobernante ideal vende antorchas en la noche que él mismo crea». Los príncipes de Davos han perfeccionado el arte: hoy venden cursos de «supervivencia urbana» y seguros contra tormentas magnéticas. Mientras Europa colecciona power banks (baterías portátiles) como si fuesen reliquias, olvida que los sabios de Córdoba resistieron invasiones con tres herramientas jamás patentadas: cuentos transmitidos al oído, mantas compartidas y escepticismo ante profetas con blue check (✔️: verificación en redes sociales).

El apagón reveló vuestra paradoja: una civilización que domina la fusión nuclear pero tiembla ante un fusible quemado. Los que almacenan agua embotellada mientras clican «comprar ahora» en Amazon son como los escribas de Babilonia que vendían amuletos contra plagas… enviadas por sus propios reyes. En las ruinas de Palmira, donde mercaderes vendían espejos para «alejar espíritus», una inscripción en arameo reza: «Ningún imperio perdura cuando confunde cables con venas, y seguridad con adicción».

Sheij Ibrahim al-Hamadani, erudito que duerme bajo las estrellas y escribe con tinta de carbón, añadiría: «La verdadera luz no se almacena en pilas: nace cuando los hombres dejan de rezar a routers para mirarse a los ojos».

Que el último en salir del metaverso (universo digital paralelo) recuerde: las sombras más largas no son las de los rascacielos, sino las que proyectamos al huir de nuestra humanidad.

Desde Madrid, donde las farolas parpadean como plegarias mal contestadas.
Ibrahim ibn Yazid, erudito itinerante cuyas palabras son sal en la herida de los imperios.


El miedo es el único virus que se propaga por wifi y se cura desconectando el alma (Sheij Farid al-Baghdadi).


Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.

El oráculo de la Web, el nuevo tertuliano

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En el vasto panorama mediático, donde la palabra se convierte en espectáculo y la opinión en mercancía, una nueva figura se suma a la del tertuliano todólogo: el oráculo youtuber. Este personaje, con la seguridad de un cirujano y la precisión de un reloj suizo, es capaz de disertar con igual soltura sobre los aranceles de Trump, los secretos de un cónclave vaticano y las causas ocultas tras un apagón. Todo ello, por supuesto, sin despeinarse ni pestañear.

¿Aranceles de Trump? Un youtuber, armado con una camiseta arrugada y la luz parpadeante de su anillo LED, nos descifra en siete minutos —ni uno más, que el algoritmo castiga la profundidad— las insondables causas geoeconómicas del proteccionismo. Nada importa que Adam Smith, Von Mises o Marx necesiten ser leídos en sus textos originales; nuestro nuevo ilustrado de sobremesa nos lo resume todo entre una anécdota sobre Ronald McDonald y una broma privada con sus seguidores.

¿El cónclave vaticano? ¡Ah, tema sencillo donde los haya! Nuestros intérpretes del infinito, sin dominar el latín ni conocer la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, desentrañan las luchas intestinas de la curia como quien comenta la alineación de un partido de fútbol: «Hay dos equipos, uno más conservador y otro más progresista, pero ojo que siempre hay sorpresas, como en el draft de la NBA». La historia de dos mil años de la Iglesia reducida al entretenimiento de un sábado por la tarde.

¿Y los apagones? ¿Qué decir de los apagones? Con la seguridad de un físico cuántico frustrado y la verborragia de un vendedor de Thermomix, el youtuber de turno nos informa de que «todo es culpa de una tormenta solar, de un magnate malévolo o, si la audiencia baja, de una conspiración reptiliana». La electricidad es, en efecto, un fenómeno que no depende de leyes electromagnéticas ni de infraestructuras vulnerables, sino del número de visualizaciones por minuto.

A diferencia del tertuliano omnisciente, este se autotitula especialista. Así es jurista, especialista médico o sesudo analista financiero por la gracia de la Web. ¿Para qué más, si la verdad es maleable y la audiencia, indulgente? En un mundo donde la complejidad se sacrifica en el altar de la inmediatez, el youtuber reina supremo sobre la pleitesía de sus followers. Su herramienta no es el conocimiento, sino la retórica; en el fondo su misión no es pedagógica, sino la de entretener.

Apenas hemos cruzado el umbral de la Tercera Edad del Conocimiento —esa que tantos vaticinan y tan pocos comprenden—, cuando ya encontramos así a sus más preclaros representantes. Estos nuevos sofistas, amamantados por la impaciencia y laureados por el clic fácil, nos instruyen desde sus trincheras de cartón-piedra en todo cuanto el espíritu humano pudo antaño aprender en décadas de estudio. Hoy, el saber ya no emana de la observación metódica ni de la razón crítica: brota del trending topic y se consagra en la miniatura llamativa.

Estos expertos amanecidos en las redes no resuelven problemas ni tienen criterio coherente para su solución; los analizan, se adaptan a la corriente de opinión que entienden más favorable y, finalmente, los olvidan para pasar a otro tema de actualidad. Eso sí, que no falte una cita de un autor (si es poco conocido mejor). Este tipo de especímenes son lectores de solapa, a los que bastaría preguntar por alguna otra cita u obra de la autoridad en la que se apoya para dejarlos en ridículo.

Y así, entre debates acalorados y frases lapidarias, esta suerte de tertuliano monologuista, omnisciente, sigue su camino, dejando tras de sí una estela de opiniones que, como el humo, se disipan en el aire. Porque, al final, ¿qué sería de nosotros sin ellos? Probablemente, estaríamos mejor informados, pero mucho menos entretenidos.

El saber, ese incómodo visitante del pasado, ha sido reemplazado por la opinión instantánea, servida en píldoras de ignorancia digerible. Y como en toda pseudodemocracia —pues no hay otra cuando el pueblo abdica de su libertad de pensamiento—, quien grita más fuerte, quien gesticula mejor ante la cámara, quien maneja con más destreza el efecto de sonido de risas enlatadas, es coronado como el nuevo maestro.

Vivimos, pues, en una época de plena apoteosis de la incompetencia espectacular. No hay Aristóteles, no hay Locke, no hay Tocqueville: hay thumbnails chillones, clickbaits y títulos en mayúscula anunciando el próximo fin del mundo o el secreto que «no quieren que sepas».

Mientras tanto, los verdaderos sabios —esos ancianos de mirada lenta y libros subrayados— contemplan en silencio cómo su labor de siglos es convertida en moneda de ínfimo valor para los mercaderes de la atención.

No desesperen. La ignorancia, como la espuma, siempre sube antes de desbordar y evaporarse. Pero conviene, mientras tanto, apartarse del tumulto y recordar que el conocimiento, como la libertad política, exige una virtud que ningún algoritmo puede simular: el amor a la verdad.

Maestros de todo, sabedores de nada

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Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 262 de «La lucha por el derecho» nos habla del fenómeno youtuber.

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