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lunes 22 diciembre 2025
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REINO DE LA FALSEDAD

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Cuando la verdad, entendida como contraria a la mentira, está proscrita por el sistema de poder, es tan fuerte la necesidad de sobrevivir con ella que, en virtud del principio universal del mínimo esfuerzo, se anida oculta en el reino de las conciencias. Y en virtud de otro principio universal, el de la adaptación al medio, las conciencias deciden vivir enajenadas como si la mentira fuera la verdad, hasta que el hábito suprime el como si y lo sustituye por el es. La tranquilidad espiritual y social hace de la mentira verdad, y funda el reino de la falsedad. Donde la coacción brutal de la dictadura se sustituye con la servidumbre voluntaria a un consenso político de dominación de partidos estatales, sin control ni separación del poder.

La liberación de las conciencias ya no puede venir del interior de ellas mismas. Necesitan que otras conciencias, liberadas de la servidumbre voluntaria por su propia entereza, las liberen. Pero liberar a espíritus dóciles a la obediencia encuentra obstáculos formidables. Y ninguno de los importantes es de orden intelectual. ¡Tan fácil resulta desenmascarar las mentiras! La cuestión que debe afrontar y resolver la conciencia de la verdad es de otro orden, perteneciente al reino de la credibilidad.

La mayoría de los gobernados no cree que sea posible sustituir la partitocracia estatal por la democracia política. Aunque estén desengañados de la Monarquía de Partidos, no están desesperados. Solo se desespera quien espera. Y no esperan nada mejor de lo que tienen. Contra el despertar de una nueva esperanza republicana, se levanta el espectro de la II y de la guerra civil, que tan hondo metió la dictadura en el alma española. Será costoso, pero no difícil, desvanecer los espectros que se agitan para salvaguardar la Monarquía de Partidos, contra lo que no pretende restaurar el pasado, sino innovar el futuro con la inédita libertad política que garantice una República Constitucional.

La mayoría gobernada tampoco cree, después de tantas desilusiones, en la sinceridad de cualquier movimiento que se proponga conquistar, decentemente, la libertad y la democracia, sin estar imbuido de la misma ambición de poder que los partidos. Si se argumenta que esa ambición no es propia de una agrupación ciudadana que promete disolverse cuando se celebre el referéndum constituyente de la libertad, creen que miente ahora o defraudará mañana. Tal escepticismo de sí mismo nos recuerda el chiste judío que comentó Bertrand Russell. Dos polacos amigos se encuentran en una estación de ferrocarril. ¿Dónde vas? A Cracovia. Eso dices para que yo crea que vas a Varsovia. Pero no me engañas. Tú vas a Cracovia. ¿Por qué no has dicho la verdad diciéndome que vas a Varsovia?

En el reino de la falsedad el maquiavelismo consiste en decir públicamente la verdad. Del mismo modo que en lógica se conoce la paradoja del mentiroso (Epiménides es cretense y afirma que todos los cretenses mienten), llamada paradoja metalógica por estar basada en el uso de metalenguajes de metalenguajes, la negación de la posibilidad de verdad, en el reino de la falsedad, produce la paradoja, tan metasocial como metamoral, de aniquilar la conciencia negativa del incrédulo de sí mismo.

Quien proclame la imposibilidad de que la decencia, la inteligencia, la valentía y la lealtad se organicen para imponer la verdad en la vida pública, y puesto que tal proeza nunca se ha intentado antes, está confesando su voluntad de vivir con indecencia, ignorancia, cobardía y deslealtad. Solo el dominado por estos vicios puede considerar imposible la organización de las virtudes contrarias. Tendrá que añadir, enseguida, que no lo dice por él, sino porque la humanidad es así.

En tal caso, entrará en la paradoja de negar a la humanidad social, lo que concede a la humanidad científica, tecnológica y artística, esto es, que las innovaciones están excluidas de la esfera política y, sin embargo, hay progreso de las libertades y de la moralidad pública, en el paso de las dictaduras a las partitocracias. Otro metalenguaje para ocultar que no hay libertad política, ni progreso moral, sino corrupción sistemática, en los Estados de Partido. Solo nos queda el recurso de enseñarle el billete de viaje a Cracovia. Lo que hará con placer la Asamblea fundadora del Movimiento Ciudadano por la República Constitucional.

ENGAÑO DE LA SOLIDARIDAD

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Tolerancia, consenso, solidaridad. Tres voces sustantivas del servilismo ante el poder. Palabras que aparentan traducir libertad de conciencia, de pensamiento y de hermandad, con etimologías de renuncia a la decencia, a la verdad y a la ética de la igualdad. Vocablos expresivos de la docilidad, el engaño y la deslealtad. Vocabulario que centellea el discurso público para consagrar, en la sociedad, las fuentes literarias de donde brota la servidumbre voluntaria. Gramática innoble de la sindicación de las ambiciones del poder de la ignorancia y del dinero en el Estado de Partidos.

La verdadera rebelión, la que conduce a una revolución cultural, ha de hincar el diente, sin soltar la presa, en las raíces del lenguaje. Y ahí, con los sentimientos que crearon nuestro idioma, proclamar con orgullo la indignación de la dignidad personal: ¡No tolero ser tolerado! ¡No entro en el consenso de abdicación de la verdad o de creencias de verdad! ¡No soy solidario de causas ajenas que, aunque quisiera, no puedo asumir con responsabilidad! ¡No voto, sin elegir, porque no soy de-voto!

La filosofia analítica no entró a saco exegético, como era de esperar, en las palabras de servidumbre. Tuve que insistir durante años en que la tolerancia destruye el respeto entre iguales, y en que el consenso atenta contra la libertad de pensamiento, la de elección y la lealtad a las propias convicciones. Pero sigue pujante el ruido en falsete de la solidaridad. Doctrina creada por León XIII, como solución ontológica (metafísica social) al conflicto individualismo-colectivismo, que dio origen al solidarismo francés y alemán. No es un azar que el consenso y la tolerancia también respondieron originariamente a razones religiosas. Cuanto más laico se proclama el Estado menos puede prescindir de devociones. La solidaridad es una de ellas, la más santurrona.

Las obligaciones “in solidum“ se calificaron de solidarias frente a las mancomunadas. Como sabe todo jurista, lo solidario no era la obligación, sino la responsabilidad del pago total de ella, que podía ser exigido a cualquiera de los deudores. La raíz “solidus“ (moneda) designó en la Edad Media el sueldo y la soldada. Y este matiz económico se integró en el significado moral del sustantivo solidaridad cuando, a mitad del XIX, se fraguaron las deontologías profesionales del corporativismo. Tras el fracaso del solidarismo como ética social, la ideología nacionalista se apoderó de la voz solidaridad para designar la virtud suprema del corporativismo de Estado (solidaridad nacional de Salazar) y del trabajo frente al egoísmo del capital (solidaridad obrera, Walesa). La solidaridad, pilar ontológico de la economía nacional del nazismo, es un hábito residual de la dictadura.

No puede haber solidaridad sin ética de la responsabilidad. La diferencia entre adherirse sin más a la causa de otro (solidaridad verbal, simpatía o condolencia) y asumir una causa ajena como propia, a causa de su veracidad (lealtad), descubre en el acto la impostura de los movimientos de solidaridad con las víctimas del terrorismo, a quienes los extraños solo podemos acompañar en el sentimiento y protestar contra la manipulación del dolor por el partidismo. La sociedad civil no puede asumir los sentimientos de las víctimas, ni aceptar que ellas condicionen la política antiterrorista. La razón es obvia. Aunque no se atreva a decirlo, lo natural y sincero del victimismo es el deseo de vengar el crimen. No es sincera la muletilla de las madres transidas de dolor que, ante las cámaras y sin desesperación vital, expresan la manida esperanza tópica de que el asesinato de su hijo sea la última acción del terror.

En cambio, hay verdadera solidaridad en las acciones altruistas que no asumen las causas catastróficas o devastadoras de los damnificados, pero pagan con su trabajo o su dinero la reparación parcial de los daños sufridos. Aquí hay solidaridad porque hay movimiento de responsabilidad. Nadie puede ser solidario de palabra sin que medie el engaño, bien sea de sí mismo y de su imagen social, o bien del que produce la falsa ideología totalitaria de la solidaridad. Una palabra impúdica que, al solicitar la compañía de todos a lo que solo exhibe interés o dolor particular, nos baña en las fuentes de la servidumbre voluntaria, sin salvar siquiera el talón de Aquiles. La solidaridad sin responsabilidad atenta a la dignidad personal.

LEALTAD POR LA LEALTAD

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Con una sola palabra se expresó en el pasado inmediato, cuyos residuos aun perduran, una completa concepción del mundo. Cada una de esas voces universales creó su contraria. Y millones de personas, encandiladas ante ellas, se dejaron prender en las hogueras de la historia. Liberalismo, anarquismo, socialismo, comunismo. Pero las tragedias que evocan, y su inadecuación a la realidad, las retiraron de la circulación. Y otros términos inanes las reemplazaron para renovar las fuentes espirituales de la servidumbre voluntaria. Democraciacristiana, Socialdemocracia, Sindicacionismo. Palabras expresivas de sindicaciones de poder cuya única visión del mundo es la del Estado, donde se instalaron desde el final de la guerra mundial.

Pero existe una palabra que expresa, ella sola, el secreto instintivo de la humanidad, el motor consciente de todo lo que hay de noble en el mundo, el mecanismo inconsciente que ha permitido el desarrollo económico por medio de la división del trabajo. Sin definirse como virtud cardinal, esa palabra designa el fundamento y la finalidad de todas las virtudes morales. Tan grande es la potencia de lo que expresa para la acción humana, que bien puede considerarse como su principio originario. Tiene tal atractivo social que comunica vida y elevación a sentimientos nacidos de la religión, como la fidelidad, o de las ideologías, como la solidaridad, de los que, sin embargo, se separa y contrapone. ¡LEALTAD!

Mientras que la fidelidad ha de poner su fe en alguien o algo que la trasciendan, la lealtad permanece en la inmanencia del Ser leal a sí mismo. Por eso, las faltas de fidelidad son perdonables, y las de lealtad, imborrables. Por eso, las monarquías nacen y duran en virtud de la fidelidad, y las repúblicas, en virtud de la lealtad.

Mientras que la solidaridad, salvo en las obligaciones jurídicas solidarias y en el delito de omisión de socorro, está exenta de responsabilidad, la lealtad lleva en sus entrañas, si se traiciona a sí misma, la más grave sanción que puede sufrir el ser humano, solo comparable, por sus efectos letales de la personalidad, a la culpa original y la expulsión de Adán y Eva.

En esta sociedad española, donde política y socialmente triunfa la deslealtad, puede hacer sonreír el valor supremo que le estoy dando a la lealtad. Pese a que no llego tan lejos como los filósofos de la existencia, pues no creo que tenga significación ontológica o metafísica el hecho de que la lealtad sea “identificación de la existencia consigo misma“, por utilizar la definición de Jaspers. En todo caso, coincido con Unamuno y hago mía su expresión “lealtad por la lealtad misma“.

Para comprender el abismo que separa la fidelidad de la lealtad, basta comparar el drama del niño Isaac, a punto de ser degollado, por fidelidad de Abrahán a Jehová, con la tragedia del niño de Mateo Falcone, quien oculta en el pajar a un maquis herido, perseguido por la policía, y luego le indica a ésta donde está escondido, a cambio de un reloj. El padre, Mateo, llega cuando el maquis, ya preso, escupe al niño su desprecio. Coge una pala y sígueme, le dice a su hijo. Haz un hoyo. Disparó y lo enterró. P. Mérimée sabía que la deslealtad de Fortunato lo había matado moralmente antes de que su padre rematara su cuerpo.

La Transición está existencialmente basada en la quiebra absoluta de la lealtad por parte del poder constituyente. Quiebra sustancial que dio lugar a la Constitución de la deslealtad a España (nacionalidades) y a los españoles (listas de partido) o sea, deslealtad por deslealtad a sí mismo. Falta imborrable e imperdonable, muy superior en trascendencia a la infidelidad personal de un rey perjuro. La Monarquía de Partidos, como Fortunato Falcone, no tiene vida moral. Arrastra su existencia material, como cuerpo corrompido, hasta que la República Constitucional de la lealtad de los españoles a sí mismos, la entierre.

ORGANIZAR LA DECENCIA

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Han pasado de 25.000 las visitas a este diáfano salón de exposiciones, donde se muestra el modo de organizar la decencia en la vida pública. El signo indicativo del interés que despierta tan original exposición no reside en el número de visitantes -en dos meses y medio-, sino en el tiempo que permanecen y en los comentarios que hacen. Han leído más de 85 mil páginas, a un promedio de 10 minutos y 4 páginas diarias por visitante. Los numerosos comentarios, llenos de sugerencias imaginativas y de iniciativas inteligentes, enriquecen día a día la calidad de la exposición.

La ocurrencia de organizar la decencia en la vida pública parece un despropósito. Pero su aspecto quimérico se desvanece cuando pensamos que decencia no quiere decir honradez, sino decoro o compostura, y que vida pública, en el mundo telecomunicado, ya no es tan solo la de quienes dedican sus vidas a las causas o cosas públicas (políticos, artistas de espectáculo, deportistas, periodistas visuales o auditivos y rameras), sino también la de la sociedad civil que forzosamente sufre o goza de las acciones públicas que la invaden.

Es legítimo que la sociedad se defienda contra las agresiones a la dignidad personal por parte de la sistemática indecencia y falsedad de la vida política en el Estado de Partidos. La idea de organizar la decencia privada para adecentar con ella la vida pública, no siendo descabellada, parece no obstante irrealizable por el simple hecho de que nunca se ha realizado. Esta objeción tendría fundamento, distinto a la tradicional reacción contra las innovaciones culturales, si la organización de la decencia se hubiera intentado alguna vez y hubiese fracasado.

No siendo este el caso, el prejuicio de que -dada la condición humana- semejante empeño es una utopía, debe ceder el paso al juicio de su viabilidad, ponderando los medios y recursos de que dispone la decencia privada para imponer el decoro en la vida pública. Los promotores de esta idea no se proponen cambiar la naturaleza humana, ni las condiciones materiales de su existencia social. La aceptan como es. Individualista y sociable. Egoísta en lo económico y altruista en lo espiritual. Rutinaria en costumbres sociales y asimiladora de novedades tecnológicas. Despectiva de lo ajeno y entusiasta de lo propio. Conformista ante el poder arbitrario y protestante de la injusticia. Dócil ante el mando y cruel en la imposición de obediencia. Belicista por egotismo y pacifista a distancia del conflicto. Vulgar en masa y refinada en intimidades. En fin, una humanidad deseosa de libertades viviría mejor si supiera como salir, sin necesidad de heroísmo, de sus servidumbres forzosas, inconscientes o voluntarias al Poder.

La dificultad para organizar la decencia no está pues en la naturaleza humana ni en su falta de antecedentes históricos, sino en que su adversario, con dos siglos de experiencia en el uso y abuso del poder estatal, ha llegado a dar perfección institucional a la indecencia política en el Estado de Partidos, con símbolos de símbolos de libertad y democracia que anestesian la conciencia de la realidad oligárquica, renovando la tradición de obediencia a los poderes estatales por rutinas de servidumbre voluntaria.

Frente a la organización institucional de la indecencia política, han fracasado todas las personas honestas que se incorporan a los partidos estatales, o los votan, con la ilusa creencia de que pueden mejorarlos. Y también fracasaría la organización de la decencia civil, si prometiera adecentar la vida pública, como partido que participara en la contienda electoral, contra la partitocracia monárquica, a fin de instaurar la democracia desde el Estado. Eso sí que es pura utopía.

La novedad del Movimiento Ciudadano del que soy portavoz, no está solo en la reivindicación de la República Constitucional, como única forma de establecer la moderna democracia representativa y de asegurar de modo institucional la conciencia de la unidad de España. La novedad que hace indestructible a este movimiento, mas social y cultural que político, consiste sobre todo en que no está organizando las ambiciones, sino las conciencias; no las ideologías, sino las ideas; no los intereses de clase, sino las reglas de juego político de todas las clases y categorías sociales; no los narcisismos regionales, sino el sano sentimiento natural de la patria; no las libertades personales, sino la libertad política. Y porque no aspira al poder, el MCRC se disolverá cuando consiga la aprobación en referéndum de la Constitución de la República Constitucional, es decir, la democracia.

La esperanza de que la organización de la decencia venza a la organización estatal de las posiciones de poder oligárquico estriba en que, si el número decide la fuerza, por cada sujeto sin escrúpulos morales hay al menos 20 personas decentes que no ambicionan mandar en sus semejantes.

CORRESPONDENCIA ENTRE LO CIVIL Y LO POLITICO

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Mi reflexión anterior sobre la sociedad del “como sí“, esa que debe guardar a toda costa las apariencias, ha sido cabalmente comprendida en el seno del Movimiento Ciudadano por la República Constitucional. Pero mi denuncia de la falsedad del sistema monárquico podría ser entendida, a sensu contrario, como una reivindicación republicana de la necesidad de verdad, entendida como correspondencia especular entre la sociedad civil y la sociedad política, entre lo privado y lo público. Lo cual está muy lejos de mi pensamiento. Pues esa pretensión solo es propia de los sistemas totalitarios, como hace años lo puso de relieve Hannah Arendt.

La sociedad política no puede ser espejo de la civil, tanto por la naturaleza voluntaria de su formación en partidos políticos y medios forjadores de la opinión pública, como por la distinta función de ambas sociedades. Del mismo modo que el mandato representativo no exige, en el derecho privado, que el representante sea un fiel reflejo del representado, sino un simple portavoz y ejecutor de su voluntad, la sociedad política tampoco debe aspirar a ser verdadera por su exacta correspondencia con la civil. Las diferencias entre representación y representatividad, de un lado, y entre lo real y lo simbólico, de otro, explican la clase de verdad que los ciudadanos pueden ver realizada en la “res publica“.

Un sistema político es verdadero, aunque no sea justo, si cumple dos requisitos primordiales: ser representativo de la sociedad civil y no ser simbólico -como el arte modernitario- de otros símbolos abstractos (pueblo, nación, comunidad, monarquía, república), sino de realidades concretas o susceptibles de ser concretadas (electores, cuerpo electoral, gobernados). Los símbolos de otro símbolo, legítimos en las instituciones litúrgicas, renuevan el automatismo sentimental de los nacionalismos y demás demagogias.

El primer requisito es condición esencial de legitimidad de la clase política y los órganos de formación de la opinión pública. En el Estado de Partidos falta este requisito. El consenso, el como sí y la salvaguarda de las apariencias, hacen falso el sistema político. El segundo requisito, no ser simbólica de otros símbolos, es condición existencial de una Constitución democrática. Es decir, el sistema político ha de ser representativo de la sociedad civil y de todos sus sectores sociales. El sistema de gobierno, tanto en su dimensión ejecutiva como en la legislativa, debe ser representante de los electores en virtud de mandato imperativo y revocable.

La Constitución de la Monarquía de Partidos no es real, sino una ficción infantiloide del como si, porque lo único que constituye es un símbolo de otros símbolos contradictorios. ¡Monarquía simbólica de cuatro simbólicas soberanías: la soberana, la popular, la nacional y la parlamentaria! Tanta palabrería para esconder que no hay más soberanía que la del jefe del partido estatal gobernante. Y tampoco puede la monarquía llegar a ser democrática por vía de reforma, porque el concepto de soberanía implica el de su indivisibilidad, mientras que la democracia nace y se basa en la división de la soberanía estatal.

LA SOCIEDAD APARENTE

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A los científicos David Serquera y José Fernández

Cuando no hay sociedad política, intermedia e intermediaria entre la sociedad civil y el Estado, es decir, entre el país real y el oficial, como ocurre en el Estado de Partidos, ocupa su lugar la sociedad aparente. Una apariencia social presentativa de la sociedad civil, sin ser representante ni representativa de la misma. Por eso tiene su propio código de conducta, sus valores cognitivos, morales o estéticos y sus modos de represión de los infractores. Nadie se ocupa de ella, pues se confunde con la opinión pública, que solo es el modo de crearla y mantenerla. Dos grandes principios dan coherencia mental y ética a la sociedad de las apariencias.

En virtud del primero, se sustituye la verdad por una serie de ficciones de aceptación general. La sociedad aparente crea la ideología de que no es necesario vivir en la verdad, pues la dificultad de conocerla y realizarla puede ser obviada mediante ficciones convencionales que, por su utilidad social, funcionan como si fueran verdades. Este ficcionalismo lo fundamentó la “Filosofía del como si“ de Vaihinger (1911).

Vivimos la Monarquía como si fuera la República, la partitocracia como si fuera la democracia, el Parlamento como si fuera creador de leyes, el poder judicial como si fuera independiente, la prensa como si fuera libertad de expresión, la universidad como si fuera libertad de cátedra, la competencia económica como si existiera mercado libre, la sindicación como si fuera libre asociación de trabajadores. La Transición impuso el imperio del como si, tanto en la vida pública como en la privada.

El segundo principio, verdadera imperativo categórico, salvaguarda la vigencia y duración de la sociedad aparente, mediante la norma de salvar o guardar a toda costa las apariencias. Tan a rajatabla se aplica este dogma que, cuando la sociedad aparente carece de medios coercitivos contra las irregularidades que no guardan las apariencias, además del escándalo en los medios que controla, pide al Estado que aplique el Código Penal.

En esta Monarquía de Partidos, los personajes de la plutocracia no van a la cárcel por cometer las mismas operaciones ilícitas que sus colegas “comme il faut“, sino por haber sido erráticos en el círculo profesional que obliga a guardar las apariencias. Esto explica lo que las propias víctimas no entienden. La expropiación de Rumasa o la prisión de Mario Conde fueron promovidas por la propia plutocracia, intolerante de que unos “parvenus“ hicieran lo mismo que ella, pero sin guardar ni salvar las apariencias. La ostentación, no la prevaricación, pone grilletes a los ediles de Marbella.

La norma de guardar las apariencias tuvo un origen científico, en Simplicio, como explicación plausible de la causa del movimiento de los astros errantes, que la física podía dar para salvar las apariencias de las hipótesis geocéntrica o heliocéntrica, sin necesidad de saber cual de ellas era la verdadera.

SOCIEDAD FEMINISTA

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La actual sociedad civil es feminista en la distribución del poder secundario y feminoide en la cultura dominante. Con esa androginia social, ya presente en la vindicación de los derechos de la mujer (Mary Wollstonecraft, 1792), la mujer ha perdido hoy en influencia sobre los hombres lo que ha ganado en poder social y político.

La novedad del feminismo imperante no está en la igualdad legal y social con el sexo masculino, que solo la insensatez instintiva puede negar, sino en la hegemonía que lo feminoide de ambos sexos pretende, para estar en posiciones de aparente dominio en los escaparates de la sociedad y ejercer el mismo tipo de poder en el Estado que el tradicional de los hombres.

Si producen rechazo las mujeres de poder político autoritario, y apenas hay una que no manifieste intemperancia, no es porque veamos en ellas modales incompatibles con la condición natural de la mujer, sino porque se esperaba del feminismo que dulcificara no tanto el talante de la política como su propia concepción. Esta fue al menos la pretensión del feminismo romántico y el de la maternidad cívica republicana, que alegaron virtudes sociales de la mujer para legitimar su derecho a mejorar el mando político masculino.

La desviación hacia el actual feminoidismo de las corrientes originales del feminismo, la sufragista y la pacifista, se produjo con la fusión socialista de la causa obrera y la de la mujer, lucha de clases-sexos, y con la emulación de conductas viriles, en el clima social de frivolidad pacifista que se expandió al final de la guerra europea, dando matiz andrógino a las modas, costumbres y literatura de los locos años 20.

La conquista de los derechos cívicos de la mujer, fruto tardío del feminismo liberal, ha elevado, con su nueva consideración social, no solo el nivel de civilización en la sociedad global, sino la propia dignidad del hombre. Pero el acceso de la mujer a las posiciones de poder político en el Estado o en las instituciones, lo que se llama feminismo de cuota, ni ha sido conquistado por ellas, ni las libera de la indignidad de entrar en los palacios por la puerta trasera, la reservada a la cuota estadística, sin atender a merecimientos que tal vez alguna tenga.

El nuevo poder de las mujeres de cuota, análogo al de los diputados de lista, responde a la necesidad de demagogia igualitaria y representativa en unos partidos estatales, herederos, sin beneficio de inventario, de la dictadura discriminadora de la mujer y los homosexuales. De ahí que éstos parezcan ser hoy más poderosos y numerosos de lo que realmente son.

SOCIEDAD ESPECTACULAR

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La palabra sociedad la uso aquí como sinónima del grupo componente de la sociedad civil que es objeto de cada análisis sectorial. Las dicotomías producción-consumo y oferta-demanda determinan materialmente el estado de la sociedad económica, que afecta a la globalidad de la sociedad civil. Esta globalidad resulta también afectada por un fenómeno cultural que determina, espiritualmente, el tipo de placer colectivo buscado por las masas insatisfechas de su vida política, viendo en directo o por televisión continuos espectáculos de índole deportiva o recreativa.

La contemplación de espectáculos distingue la humanidad del resto de los animales. Su capacidad de teorizar comenzó a ser conciente de sí misma en la contemplación pasiva de espectáculos. Los griegos llamaron teoría a la acción de mirar juegos y festivales sin participar en ellos. El espectador, como el mirón, es prototipo del teórico. Ortega lo tomó como lema.

La aventura del pensamiento se hizo la ilusión, con la fenomenología pura, de que llegaría a comprender la esencia del mundo si dejaba de mirarlo. Pero no contaba con el hecho de que el modo de pensar y de escribir en las sociedades espectaculares, y ninguna anterior hizo espectáculo – como la actual – hasta de la guerra, llegaría a ser el típico del mirón descarado y del “homo ludens“.

La telebasura y “la hinchada universal“ han inyectado a los intelectuales no tanto los gustos de las multitudes, ni sus pasiones lúdicas, eso no tendría trascendencia, como el horror por el pensamiento serio, el asco de la sensibilidad espiritual, la abominación de la estética, la indiferencia ante la verdad, la transformación en mercancía de la cultura, el desprecio de la creación científica y, sobre todo, el conformismo político con los desmanes y corrupciones del poder en el Estado de Partidos.

No hay escritor de novelas o de prensa que se atreva a decir lo que sabe, sin expresarlo con estilo lúdico. Los que no son modernitarios son apartados de los medios. Sin alma propia, los mirones de lo otro crearon el pensamiento débil del consenso. Tras el fracaso de las rebeliones juveniles del 68, prosperó la “filosofía lúdica“, la que importaron los pseudo-intelectuales españoles de la Transición. No hay estilo lúdico sin mentalidad lúdica, sin miramientos a la fama propia mirando a los famosos. Los escritores de la espectacularidad, queriendo ser parte de ella, se ofrecen ellos mismos en triste espectáculo. No presentan arte ni pensamiento, pero representan la inmersión de los intelectuales en la espectacularidad de las distracciones sociales, con las que eluden la visión de la realidad y la libertad política. El primer “homo ludens“, el mirón de España a la negación de España, es el Rey.

SOCIEDAD EMPRESARIAL

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Estrechamente vinculada con la sociedad laboral, la actividad de los empresarios empleadores, junto con la de profesionales autónomos, forma el tejido de relaciones económicas y valores culturales en la llamada sociedad burguesa. Las nociones de burguesía y proletariado cristalizaron en una época donde la sociedad civil era campo de Agramante de la lucha de clases. Desde las revoluciones europeas de 1848 (año del Manifiesto Comunista) hasta la caída del muro de Berlín en 1988, han transcurrido 140 años de efervescencia ideológica, conflictos sangrientos, descubrimientos científicos, progresos tecnológicos y conocimientos sociales, que nos hacen mirar al último siglo y medio como se miraba la Edad Media en el XVIII.

Pero el cambio de perspectiva exterior no ha ido acompañado de un cambio correlativo en las mentalidades sociales que reproducen, con otro alcance y en otros términos, el conflicto entre empleadores y empleados. Mucho más difícil que cambiar las relaciones externas de dominio, objetivo de todas las revoluciones políticas, ha resultado la adaptación de la mente a las nuevas realidades del mundo económico y social. Por eso apremia una verdadera revolución cultural (democrática y republicana), que retire de la circulación social los prejuicios ideológicos derivados del pasado, y adapte las mentalidades al mundo real en el que viven hoy, sin comprenderlo.

Ha sido la mentalidad anacrónica de la Transición la que ha implantado, con la fuerza residual de la dictadura, el anacronismo de una Monarquía de Partidos que consagra el predominio demagógico de lo social sobre lo civil, y de la heteronomía oligárquica sobre la autonomía empresarial, cuando el problema económico de España era la creación de empleo y el aumento constante de la competitividad, mediante una innovación tecnológica sistemática, una revaloración de la excelencia profesional y una visión del mundo industrial, común a patronos y trabajadores, que preservara el medio ambiente y renovara los recursos humanos con el sistema educativo.

Los intereses creados en el Estado de Partidos y de Autonomías no permiten que el capital financiero se subordine al capital industrial, ni que el empresario encuentre el clima de respeto social y el marco legal idóneo para asumir los riesgos inherentes a la inversión de capital, sin depender de la corrupción administrativa, del favor del partido gobernante ni de la demagogia obrerista. La organización patronal, tan politizada como la sindical, constituye un órgano estatal que asegura el dominio de la oligarquía en el Estado de Partidos. Sus poderes reales, delegados por las empresas del gran capital, se manifiestan en los Convenios Colectivos como los del gobierno visible de la oligarquía invisible.

SOCIEDAD LABORAL

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La emocionante y dramática historia del movimiento obrero, como principal manifestación del conflicto social en la sociedad civil, terminó en Europa continental cuando el Estado fascista transformó el sindicalismo en una estructura estatal, dotada de poder legislativo, con facultad de dictar normas laborales incluso para los no afiliados, a través de Convenios Colectivos. El invento italiano, traducido al franquismo en los sindicatos verticales, continúa vigente, sin modificaciones sustanciales, en el modelo sindical de la Monarquía de Partidos.

En realidad, el sindicalismo perdió su fuerza social genuina con el fracaso de su arma predilecta, la huelga general revolucionaria, a comienzos del siglo XX. La concepción antiestatal de los sindicatos anarquistas encontró dos adversarios políticos que lograron destruirla. De un lado, el Partido Obrero Marxista, de Jules Guesde, comenzó lo que los partidos comunistas y socialistas remataron: conversión de los sindicatos en correas de transmisión de los partidos. De otro lado, la oscura distinción soreliana entre violencia sindical y fuerza represiva del Estado fue hecha suya por Mussolini, transformado la violencia virtual de la huelga general en fuerza represiva institucional, mediante la estatalización de un sindicato único.

En España, la historia del sindicalismo en el siglo XX se reduce al triunfo de la anarquista Confederación Nacional de Trabajo, fundada en 1911, y a la feroz represión y disolución de la misma por el Régimen de Franco. La UGT nunca dejó de ser la rama obrera del PSOE. Y el PC no tuvo nada parecido hasta la creación, dentro del sindicalismo vertical, de las prometedoras Comisiones Obreras. Pero la Transición sindical ha seguido el camino y el ejemplo de la Transición partidista. Se disolvió el Partido Único y su lugar al sol del poder fue ocupado por varios partidos estatales. Se disolvió el Sindicato Único y se sustituyó por varios sindicatos estatales. No solo porque están financiados por el erario público y participan del consenso político, sino porque siguen siendo órganos del Estado con poderes normativos sobre los trabajadores no afiliados, la inmensa mayoría.

Consecuencia. Pese a los sindicatos de los partidos, que se vieron arrastrados, triunfó la huelga general pacífica contra el Gobierno de Felipe González. El pánico de los dirigentes sindicales por el éxito imprevisto y la falta de coherencia en los medios de comunicación, permitieron el hecho insólito en Europa de que el autoritarismo corrupto del felipismo continuara gobernando, como si nada hubiera pasado. Esos son los sindicatos estatales, burocracias corrompidas de aparato, que no representan la civilizada masa trabajadora y sostienen la incivilizada Monarquía de la corrupción.

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  • Te suscribes a nuestro boletín informativo, y/o solicites el envío las publicaciones por Whatsapp.
  • Nos remites obras para su publicación en el Diario.
  • Realizas una compra en la Tienda.
  • Dejas un comentario en la sección de comentarios de los contenidos del Diario.
Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, recuerda comunicarnos las modificaciones que se vayan produciendo de tus datos de carácter personal a través de un correo electrónico a nuestra dirección. Además, cuando navegues por el Diario, podrán instalarse en tu dispositivo distintas cookies y otros dispositivos de seguimiento con el fin de asegurar un correcto funcionamiento de la página web, tal y como te explicamos en la Política de Cookies que puedes consultar en el Diario.

¿De dónde hemos obtenido tus datos?

Como puedes ver en el apartado anterior, los datos personales que necesitamos tratar en relación con el Diario, nos los aportas libremente a través de distintos canales. No obstante, en caso de que aportes datos personales de un tercero, garantizas que le has informado de esta Política de Privacidad y has obtenido su autorización para facilitarnos sus datos con las finalidades indicadas. Igualmente, te haces responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. Como Usuario, garantizas que los datos que nos facilites -ya sean tuyos o de un tercero- serán veraces y exactos, debiéndonos comunicar cualquier modificación de los mismos. Nos reservamos el derecho a excluir del Diario a aquellos usuarios que hayan facilitado datos falsos, sin perjuicio de las demás acciones que procedan en Derecho.

¿Cómo funciona el boletín y la lista de difusión de Whatsapp?

El MCRC cuenta con un boletín informativo digital mediante el cual se comunica con sus asociados y suscriptores para mantenerles informados de las últimas publicaciones, novedades, acciones y participaciones. Suscribirte al boletín es muy sencillo, simplemente tienes que indicar tu correo electrónico en el apartado al efecto del Diario. Así mismo, el MCRC dispone de una lista de difusión de Whatsapp mediante la cual realiza avisos informativos con las publicaciones del boletín. Si quisieras recibir los avisos mediante la lista de difusión simplemente tendrás que aportar tu número de teléfono. Todos los datos que nos proporciones serán tratados de conformidad con esta Política de Privacidad.

¿Cómo usaremos tus datos y en base a qué?

Los datos de carácter personal recabados por el MCRC podrán ser utilizados para las siguientes finalidades: (i) Información. (ii) El envío del boletín informativo del MCRC mediante correo electrónico, y para enviarte mensajes informativos por Whatsapp en el caso de haberte suscrito. (iii) El envío de compras realizadas en la Tienda. (iv) La publicación de comentarios en el Diario. Desde el MCRC utilizaremos tus datos con las siguientes finalidades:
  1. Atender tus peticiones de información.
  2. Enviarte el boletín informativo en el case de haberte suscrito.
  3. Enviarte cualquier compra realizada en la Tienda a la dirección que nos proporciones.
  4. Generar facturas relacionadas con las compras realizadas en la Tienda.
  5. Atender cualquier solicitud de ejercicio de tus derechos que nos puedas hacer llegar, en cumplimiento de nuestras obligaciones legales.

¿Durante cuánto tiempo guardamos tus datos?

Sólo mantendremos tus datos durante el tiempo que sea estrictamente necesario para ofrecerte la información que requieras y poder realizar los envíos y realizar un seguimiento de los mismos, y posteriormente durante el periodo que resulte indispensable para poder cubrir eventuales responsabilidades o para la formulación, ejercicio o defensa de reclamaciones. No obstante lo anterior, podrás solicitar la eliminación de tus datos, y en caso de resultar aplicables dichos plazos legales de conservación, se mantendrán bloqueados durante el tiempo que la normativa establezca. En cuanto a nuestro boletín, conservaremos los datos proporcionados en tanto no manifiestes tu voluntad de darte de baja de los servicios.

¿Vamos a comunicar tus datos a terceros?

No cederemos tus datos a terceros excepto cuando se nos requiera por Ley, y en particular, podremos comunicar tus datos a las siguientes entidades, siempre en relación con las finalidades descritas:
  • A los órganos competentes de las Administraciones Públicas en cumplimiento de las obligaciones legales que nos sean de aplicación.
  • A nuestros proveedores de servicios auxiliares, necesarios para el normal funcionamiento de los servicios contratados, incluido el envío de las compras realizadas en el portal. En el caso de que algún proveedor se encuentre en una jurisdicción ajena al ámbito de aplicación del RGPD, te garantizamos que se encontrarán adheridos al Escudo de Privacidad (Privacy Shield) UE - EE. UU. Puedes aprender más haciendo click en este hipervínculo: https://www.aepd.es/sites/default/files/2019-09/guia-acerca-del-escudo-de-privacidad.pdf
    • A nuestros colaboradores, en el seno de prestaciones de servicios, los cuales estarán obligados a su vez a guardar la más estricta confidencialidad.

¿Cuáles son tus derechos y cómo puedes ejercitarlos?

  1. Derecho a acceder a tus datos personales para saber cuáles están siendo objeto de tratamiento y con qué
  2. Derecho a rectificar cualquier dato personal inexacto -por ejemplo, si necesitas actualizar la información o corregirla en caso de que fuera incorrecta-.
  3. Suprimir tus datos personales, cuando esto sea posible. Si la normativa vigente no nos permite eliminar tus datos, los bloquearemos durante el tiempo restante.
  4. Solicitar la limitación del tratamiento de tus datos personales cuando la exactitud, la legalidad o la necesidad del tratamiento de los datos resulte dudosa, en cuyo caso, podremos conservar los datos para el ejercicio o la defensa de reclamaciones.
  5. Oponerte al tratamiento de tus datos personales.
  6. Llevar a cabo la portabilidad de tus datos.
  7. Revocar el consentimiento otorgado -por ejemplo, si te suscribiste al boletín y ya no deseas recibir más información-.
  8. Ejercer tu derecho al olvido.
Podrás ejercitar tus derechos en cualquier momento y sin coste alguno, indicando qué derecho quieres ejercitar, tus datos y aportando copia de tu Documento de Identidad para que podamos identificarte, a través de las siguientes vías:
  1. Dirigiendo un correo electrónico a nuestra dirección: [email protected]
  2. Dirigiendo una solicitud escrita por correo ordinario a la dirección Calle Alondra 1, Prado de Somosaguas, Pozuelo de Alarcón, 28223, Madrid.
  3. Además, cuando recibas cualquier comunicación nuestra, clicando en la sección de baja que contendrá esa comunicación, podrás darte de baja de todos envíos de comunicaciones del MCRC previamente aceptados.
  4. Cuando te hayas suscrito a la recepción de mensajes informativos a través de Whatsapp podrás cancelar la suscripción desde el formulario del Diario donde te diste de alta, indicando que deseas darte de baja.
Si consideras que hemos cometido una infracción de la legislación en materia de protección de datos respecto al tratamiento de tus datos personales, consideras que el tratamiento no ha sido adecuado a la normativa o no has visto satisfecho el ejercicio de tus derechos, podrás presentar una reclamación ante la Agencia Española de Protección de Datos, sin perjuicio de cualquier otro recurso administrativo o acción judicial que proceda en su caso.

¿Están seguros tus datos?

La protección de tu privacidad es muy importante para nosotros. Por ello, para garantizarte la seguridad de tu información, hacemos nuestros mejores esfuerzos para impedir que se utilice de forma inadecuada, prevenir accesos no autorizados y/o la revelación no autorizada de datos personales. Asimismo, nos comprometemos a cumplir con el deber de secreto y confidencialidad respecto de los datos personales de acuerdo con la legislación aplicable, así como a conferirles un tratamiento seguro en las cesiones y transferencias internacionales de datos que, en su caso, puedan producirse.

¿Cómo actualizamos nuestra Política de Privacidad?

La Política de Privacidad vigente es la que aparece en el Diario en el momento en que accedas al mismo. Nos reservamos el derecho a revisarla en el momento que consideremos oportuno. No obstante, si hacemos cambios, estos serán identificables de forma clara y específica, conforme se permite en la relación que hemos establecido contigo (por ejemplo: te podemos comunicar los cambios por email).

Resumen de Información de nuestra Política de Privacidad.

Responsable del tratamiento MOVIMIENTO DE CIUDADANOS HACIA LA REPÚBLICA CONSTITUCIONAL (MCRC) Calle Alondra 1, Prado de Somosaguas, 28223, Pozuelo de Alarcón, Madrid. NIF: G-86279259
Finalidades de tratamiento de tus datos personales - Atender tus solicitudes de información, comentarios, peticiones y/o consultas en el marco de tu relación con el MCRC. - Atender las solicitudes para el ejercicio de tus derechos. - Enviarte todas las comunicaciones a las que te hubieras suscrito, incluido el boletín (si te hubieras suscrito) y comunicaciones por Whatsapp. - Enviar cualquier compra realizada en la Tienda del MCRC.
Origen de los datos tratados - Nos los has facilitado libremente tú mismo o un tercero en tu nombre. - Los hemos recabado a través de nuestro Sitio Web mediante cookies. Puedes obtener más información sobre este tratamiento en nuestra Política de Cookies.
Base de Legitimación para el tratamiento - El tratamiento es necesario para la ofrecerte la información necesaria en atención a tu condición de asociado del MCRC. - Para determinados tratamientos, nos has dado tu consentimiento expreso (ej participación en una acción; boletín…). - Contrato de compra entre las partes.
Cesión de datos a terceros - Cedemos tus datos a proveedores de servicios, incluidos aquellos relativos al envío de las compras realizadas en la Tienda. - En ningún caso se cederán tus datos a personas ajenas a la actividad del MCRC (ya sean asociados o ajenos a la asociación) y los servicios que nos has sido solicitado. - Cedemos tus datos a determinadas autoridades en cumplimiento de obligaciones legales (ej. Administraciones Públicas).
Plazos de conservación - Conservaremos tus datos durante el tiempo que siga vigente tu relación con el MCRC. - Si nos pides expresamente que los eliminemos, así lo haremos salvo que exista una obligación legal que nos lo impida o que, por ejemplo, necesitemos utilizarlos para la formulación, ejercicio y defensa de reclamaciones.
Derechos del interesado Podrás solicitarnos el ejercicio de tus derechos por correo electrónico: [email protected], o por escrito a nuestro domicilio social en Calle Alondra 1, Prado de Somosaguas, 28223, Pozuelo de Alarcón, Madrid. Puedes pedirnos el derecho a acceder a tus datos, a solicitar su rectificación o supresión, a limitar el tratamiento de tus datos, o a oponerte a determinados tratamientos, a retirar el consentimiento que nos hubieras prestado, a la portabilidad de tus datos o a no ser objeto de una decisión basada únicamente en el tratamiento automatizado. Si no estás de acuerdo con el tratamiento que realizamos de tus datos, puedes presentar una reclamación ante la Agencia Española de Protección de Datos: www.aepd.es. Si tienes alguna duda sobre esta Política de Privacidad o el tratamiento de tus datos, escríbenos a nuestra dirección de correo electrónico [email protected], y estaremos encantados de atenderte.

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