Han pasado de 25.000 las visitas a este diáfano salón de exposiciones, donde se muestra el modo de organizar la decencia en la vida pública. El signo indicativo del interés que despierta tan original exposición no reside en el número de visitantes -en dos meses y medio-, sino en el tiempo que permanecen y en los comentarios que hacen. Han leído más de 85 mil páginas, a un promedio de 10 minutos y 4 páginas diarias por visitante. Los numerosos comentarios, llenos de sugerencias imaginativas y de iniciativas inteligentes, enriquecen día a día la calidad de la exposición.

La ocurrencia de organizar la decencia en la vida pública parece un despropósito. Pero su aspecto quimérico se desvanece cuando pensamos que decencia no quiere decir honradez, sino decoro o compostura, y que vida pública, en el mundo telecomunicado, ya no es tan solo la de quienes dedican sus vidas a las causas o cosas públicas (políticos, artistas de espectáculo, deportistas, periodistas visuales o auditivos y rameras), sino también la de la sociedad civil que forzosamente sufre o goza de las acciones públicas que la invaden.

Es legítimo que la sociedad se defienda contra las agresiones a la dignidad personal por parte de la sistemática indecencia y falsedad de la vida política en el Estado de Partidos. La idea de organizar la decencia privada para adecentar con ella la vida pública, no siendo descabellada, parece no obstante irrealizable por el simple hecho de que nunca se ha realizado. Esta objeción tendría fundamento, distinto a la tradicional reacción contra las innovaciones culturales, si la organización de la decencia se hubiera intentado alguna vez y hubiese fracasado.

No siendo este el caso, el prejuicio de que -dada la condición humana- semejante empeño es una utopía, debe ceder el paso al juicio de su viabilidad, ponderando los medios y recursos de que dispone la decencia privada para imponer el decoro en la vida pública. Los promotores de esta idea no se proponen cambiar la naturaleza humana, ni las condiciones materiales de su existencia social. La aceptan como es. Individualista y sociable. Egoísta en lo económico y altruista en lo espiritual. Rutinaria en costumbres sociales y asimiladora de novedades tecnológicas. Despectiva de lo ajeno y entusiasta de lo propio. Conformista ante el poder arbitrario y protestante de la injusticia. Dócil ante el mando y cruel en la imposición de obediencia. Belicista por egotismo y pacifista a distancia del conflicto. Vulgar en masa y refinada en intimidades. En fin, una humanidad deseosa de libertades viviría mejor si supiera como salir, sin necesidad de heroísmo, de sus servidumbres forzosas, inconscientes o voluntarias al Poder.

La dificultad para organizar la decencia no está pues en la naturaleza humana ni en su falta de antecedentes históricos, sino en que su adversario, con dos siglos de experiencia en el uso y abuso del poder estatal, ha llegado a dar perfección institucional a la indecencia política en el Estado de Partidos, con símbolos de símbolos de libertad y democracia que anestesian la conciencia de la realidad oligárquica, renovando la tradición de obediencia a los poderes estatales por rutinas de servidumbre voluntaria.

Frente a la organización institucional de la indecencia política, han fracasado todas las personas honestas que se incorporan a los partidos estatales, o los votan, con la ilusa creencia de que pueden mejorarlos. Y también fracasaría la organización de la decencia civil, si prometiera adecentar la vida pública, como partido que participara en la contienda electoral, contra la partitocracia monárquica, a fin de instaurar la democracia desde el Estado. Eso sí que es pura utopía.

La novedad del Movimiento Ciudadano del que soy portavoz, no está solo en la reivindicación de la República Constitucional, como única forma de establecer la moderna democracia representativa y de asegurar de modo institucional la conciencia de la unidad de España. La novedad que hace indestructible a este movimiento, mas social y cultural que político, consiste sobre todo en que no está organizando las ambiciones, sino las conciencias; no las ideologías, sino las ideas; no los intereses de clase, sino las reglas de juego político de todas las clases y categorías sociales; no los narcisismos regionales, sino el sano sentimiento natural de la patria; no las libertades personales, sino la libertad política. Y porque no aspira al poder, el MCRC se disolverá cuando consiga la aprobación en referéndum de la Constitución de la República Constitucional, es decir, la democracia.

La esperanza de que la organización de la decencia venza a la organización estatal de las posiciones de poder oligárquico estriba en que, si el número decide la fuerza, por cada sujeto sin escrúpulos morales hay al menos 20 personas decentes que no ambicionan mandar en sus semejantes.

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