800.000 votos de confianza (foto: carf) Queda la confianza Una mirada vencida exige que otras facciones del rostro expresen hastío, picardía, falsedad, traición. El brillo de la juventud material consigue apenas mantener saludable una sociedad entregada. Esta realidad fisonómica, fisionomía de rostros y pueblos, certifica la defunción de la confianza. Los sabios que han pensado en ello han concluido usualmente que la confianza en los demás emerge de la que cristaliza en uno mismo. Sin embargo, esta sucesión de estadios no es tan fácil de comprender como parece. La confianza, y en esto guarda una cierta relación con la libertad política, se hace en común. Además, la confianza esencial, y aquí revela semejanzas con la lealtad, parte del prejuicio de igualdad absoluta, de paridad entre los seres que pone en relación, aunque posteriormente se nutra de la discriminación de comportamientos afirmando a quien sobresale del resto. Es decir, la confianza, entendida como sentimiento generador de virtud, parte del reconocimiento de la excelencia entre los pares.   Las mismas personas que no confían en el mercado cuya libertad dicen venerar; los mismos poderosos que mantienen en sus puestos a los asesores que levantaron la veda de la codicia y ahora no tienen la menor idea de cómo frenar las consecuencias planetarias de sus actos -salvo acudiendo al bolsillo estatal- han decidido que Irlanda no es digna de confianza. Pero no de la confianza del resto de países de la UE, sino de la confianza en sí misma. Por eso el grueso de la oligarquía europea le dará una nueva oportunidad de enmendar su error soberano. Parece que los gobernantes de nuestro continente desconocen que una decisión tomada conscientemente puede ser criticada, pero no rectificada, por una voluntad ajena a quien la tomó, salvo que asistamos a un inmenso engaño o Irlanda asuma como principio de gobierno común la indignidad de las partes, predicando con el primer ejemplo. En cualquier caso, ambas situaciones serían dignas de crédito: el consenso en virtud del cual la clase política se ha blindado contra la sociedad civil, exige inmoralidad sin par. La acción inteligente (institucional) ha sido sustituida por el oportunismo silencioso y la paridad política por la unánime indignidad.

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