La noticia no alarma y sin embargo es escalofriante. El Gobierno acaba de adoptar de golpe más de medio centenar de iniciativas legislativas sobre el sector servicios, que afectará a un millón de profesionales, y anuncia que en breve plazo modificará casi 7.000 normas, para concordarlas con la Ley de la UE sobre Actividades de Servicios y su Ejercicio. Sin juzgar ahora la urgente necesidad ni el contenido normativo de este trabajo a destajo del gobierno y su apéndice parlamentario, que sólo es posible realizar si se lo preparan, en la sombra de la corrupción, los oligarcas de cada sector social afectado, llama la atención lo que sería motivo de alarma en un pueblo sano. Esto es: que el gasto prodigioso de legislar en esta Monarquía de Partidos y de Autonomías, sea percibido en España como hecho normal. Cuando no hay democracia ni, por tanto, separación de poderes, sin que tampoco exista dictadura, es decir, cuando se gobierna en un Régimen de poder exclusivo de los partidos, el coste económico de la transformación de las decisiones políticas en leyes crece exponencialmente. Ningún sistema de gobierno es más caro que la partidocracia. Los costes de la adopción de decisiones legislativas son muy pequeños en las dictaduras; adecuados en las democracias; desproporcionados y elevadísimos en las oligarquías de Partidos; despilfarradores en el Estado de Autonomías. Y, dentro ya de los sistemas oligárquicos, el método más caro es el de gobernar por consenso. Este método desprecia olímpicamente los tres factores -tiempo, número de personas que intervienen en la decisión y riesgo de tener que corregirla tras aplicarla- que determinan el costo final de cada ley. En esta época de crisis económica, las conclusiones anteriores -derivadas de la ciencia estadística sobre el coste de las decisiones en cualquier ámbito colectivo (“Calculus of Consent” de Buchanan y Tulloc, 1956)- son ruinosas para la sociedad civil de producción y generadoras de corrupción sistemática de la moral pública. La partitocracia italiana nos aventaja. Es natural que Berlusconi, dueño de un imperio financiero, mediático, editorial, futbolístico y cinematográfico, haya caído en la cuenta, desde la impune jefatura del Gobierno, que ya no se pueden soportar los enormes gastos de tiempo y energía que requiere el modo partidista de dictar leyes. El discurso fundador de su nuevo partido, “Pueblo de la Libertad”, terminó así: “la Constitución debe ser cambiada para acortar los tiempos de la toma de decisiones”. De las suyas. florilegio "Si las leyes no son pocas, generales y preventivas, sólo el sendero de los privilegios sociales permite caminar por el frondoso bosque legislativo."
G-20: Apagar el fuego
La próxima reunión del Grupo G-20, los ocho países más ricos de la tierra y aquellos que aspiran a serlo, que se celebrará en Londres a primeros de abril, servirá para poner de manifiesto las divergencias que existen a la vista de las posturas que están exhibiendo y la necesidad de un liderazgo para salir a flote de la crisis. A efectos expositivos las voy a clasificar en tres: Estados Unidos (EE.UU.), los miembros participantes de la Unión Europea (UE) y los países emergentes. La nueva Administración de EE.UU. ha optado por actuar con rapidez utilizando una artillería brutal, aunque ello conlleve efectos colaterales. No le importa aumentar el Gasto Público en servicios públicos esenciales (sanidad y educación) y en infraestructuras básicas expansivos en mano de obra; ni que el balance de la Reserva Federal se incremente en más de cuatro billones (millones de millones) de dólares, ni tiene escrúpulos en asociarse con los inversores privados para que le ayuden a limpiar los “activos tóxicos”. “No quiere saber si son galgos o podencos, constitutivos de la crisis o secuenciales de sus efectos sobre la contracción del crédito. Lo que le importa es combatir el desempleo…” (Antonio García-Trevijano) y apagar el fuego financiero. Después analizarán las causas que lo originaron y las medidas preventivas que se pueden adoptar para que no vuelva a ocurrir. A este lado del Atlántico, la mayoría de los Gobiernos se han limitado a tomar medidas a rebufo de lo que está haciendo el Gobierno de EE.UU., observando sus actuaciones con distinta óptica: hay quien califica estas medidas como un autentico ataque al liberalismo económico que marcan “el camino al infierno” (Mirek Topolanek); otros, ataviados de soberbia, subestiman el impacto de la crisis en sus economías nacionales pensando que el Estado de Bienestar, implantado en muchos de ellos, necesita menos medidas fiscales para activar la demanda (Durao Barroso) y que lo único que hace falta es esperar los efectos de las medidas aplicadas; un tercer grupo ve con buenos ojos las actuaciones del Gobierno de Barack Obama, aplaude la nueva socialdemocracia que viene de EE.UU. con la expansión de los servicios públicos y aboga por un riguroso análisis de su eficacia, pues piensan que no basta con refugiarse en ellas sin antes demostrar su superioridad (Jordi Sevilla). ¿Cuál será la postura del Gobierno español, con un sistema financiero tan ejemplar? ¿Publicar un Decreto Ley un domingo, por sorpresa, para intervenir la Caja de Castilla la Mancha? Los países emergentes, que acuden a la cita, no forman un grupo homogéneo, y llevan en su agenda el problema más acuciante de su país (exportaciones, demanda de petróleo, ingentes reservas en dólares, proteccionismo, etc.) y esperan que de esta reunión salga un país y una persona que lidere la recuperación, ya que muchos de ellos opinan que han sido los países ricos los que han causado esta crisis y tienen que ser ellos los que deben sacarnos de ella.
El culto a la salud
A pesar del progresivo desconocimiento del latín, sigue recitándose con delectación la máxima de Juvenal “mens sana in corpore sanum”. El poeta pide a los cielos salud del espíritu unida a la del cuerpo, entendiéndose y extendiéndose la versión de que la salud del cuerpo es necesaria para la del alma cuando esto no resulta imprescindible, aunque por supuesto no esté de más. El evangelio de la salud, con su idolatría del cuerpo, ha convertido a la medicina en una liturgia de conservación. Los adelgazantes, la manía de la gimnasia, la calculada velocidad de los paseos, las periódicas mediciones del colesterol, las cíclicas revisiones médicas o los minuciosos análisis, forman parte del culto a este sucedáneo de la religión que promete una larga estancia en la tierra a aquellos que cumplan con todos sus preceptos, y sigan las recomendaciones sacerdotales de los médicos. Este mesianismo de nuevo cuño (que ha disparado el número de hipocondríacos) deja fuera de su reino de los sanos, no sólo a los obesos e hipertensos, sino también a los sedentarios y a los viciosos que comen demasiado o no acatan la dieta mediterránea. Toda esta prédica está reforzada por el obsesivo cuidado de la imagen que ha enriquecido a las clínicas de cirugía estética. En unos congresos subvencionados por la industria farmacéutica los médicos desaconsejaron el consumo de productos como el pescado azul, los huevos y el aceite de oliva, mientras recomendaban el de girasol. Ahora ese pescado es sanísimo, los huevos no son tan malos, y el aceite de oliva obra prodigios en nuestro organismo. Cada una de estas propuestas, amplificadas masivamente por la propaganda mediática, ha tenido enormes repercusiones en ciertos sectores económicos. Hábitos saludables (foto: urazan en su tinta) La desviación y perversión de los fines de la profesión médica han sido diagnosticadas en tiempos mucho más tenebrosos que éstos. Víctor Von Weizsäcker (una de las figuras más relevantes de la llamada “medicina antropológica”) denunció la “anestesia moral” de los médicos durante el nazismo, cuyas prácticas iban encaminadas a proteger a la sociedad de “elementos nocivos”.
Sociedad intervenida
Que la hipocresía no tiene fondo en el Estado de partidos, es algo que ya conocíamos. Pero la reacción mediática ante la nueva medida económica del Gobierno, la exhibe en toda su crudeza. La intervención por parte del Banco de España de la Caja de Castilla la Mancha (CCM), cuya situación sólo parece deberse a la crisis mundial -no, por supuesto, a la labor de quienes la han dirigido-, ha producido una verdadera algarabía en los medios de comunicación y media España ha quedado en suspenso… Ahora comprobamos que la crisis es gravísima, cuando el Estado ha hecho su angélica (o demoníaca) aparición en el otrora independiente, sano y espontáneo mercado libre. Hernández Moltó premiado por el Rey (foto: casareal) Pero es pura falsedad llamar intervención al cambio de administradores en la caja. Todas las cajas han estado siempre intervenidas pues sus dirigentes son nombrados por los partidos políticos que además tienen la desfachatez de pública y mutuamente acusarse de ver la paja en el ojo ajeno y recomendarse callar. El currículo del testaferro del PSOE en CCM, Juan Pedro Hernández Moltó, es en sí mismo una negrísima crónica del reparto partidista de toda una nación. De diputado a vocal de Iberdrola -donde disfruta de la compañía de Alberto Cortina- pasando por secretarías generales universitarias, consejerías de transportes y comunicación, vicepresidencias de órganos fiscales y altísimos puestos de gestión financiera. Y por desgracia, las cajas de ahorro no son la excepción. El Congreso de los Diputados, el Banco de España, los tribunales, los centros de mando del funcionariado, la Universidad, la televisión y la radio, los hospitales, las empresas de abastecimiento de bienes esenciales, los espacios naturales, los museos, el cine, el deporte, los libros de texto y los palcos VIP del circo, llevan treinta años intervenidos por los partidos políticos. La sociedad civil al completo fue intervenida quirúrgicamente cuando se le negó la representación en el Estado. Según la propaganda oficial, la caja manchega ha sido intervenida para garantizar los ahorros de sus clientes; la lobotomía que sufrió la sociedad española sirvió para garantizar los réditos políticos de la oligarquía económico-partidista. Las cajas de ahorro sólo son una pequeña parte de ese inmenso festín.
Fariseísmo por partido
Es un hecho indiscutible que la forma de vida basada en la familia tradicional ha resultado perjudicada desde la transición. En el europeísta Estado de partidos fruto de ésta, la evolución de las condiciones socioeconómicas ha terminado por convertir la fundación del hogar propio en algo costosísimo. Los datos de los últimos treinta años así lo demuestran contundentemente. Para la enorme mayoría de los españoles, el posfranquismo ha supuesto su empobrecimiento, al caer el poder adquisitivo de los salarios prácticamente a la mitad que hace treinta años. A pesar de esta potente dosis de realidad, la propaganda oficial que ha de inundarlo todo califica unánimemente este periodo como el mejor de la historia de España. Ha terminado por lograrse que los perjudicados se refieran con orgullo a su propio mal, llamando incorporación de la mujer al trabajo a la necesidad de llevar dos sueldos a casa; control responsable de la natalidad a la imposibilidad de criar más hijos; o formación avanzada a la costumbre, promovida desde los poderes públicos, de retrasar hasta la treintena la incorporación de los jóvenes al maltrecho mercado de trabajo de una economía improductiva, sin poder apreciar durante el aprendizaje (trabajando a tiempo parcial) lo que cuesta la vida; proles cada vez menos numerosas, consentidas en el consumo por unos padres agobiados, y educadas por un Estado que les estimula para el “cambio cultural” que impide ver cómo les han dilapidado su futuro. Que banqueros, constructores y altos funcionarios de partido empujen a las cohortes de periodistas, actores, profesores e intelectuales a tocar las fanfarrias por el Régimen que les ha encumbrado es lo lógico, pues no hacen sino proteger sus abundantes intereses. Pero que la institución que debiera defender a los más débiles con la verdad, desde su potencia intelectual y la intrínseca encomienda de hacerlo, termine retroalimentando la partidocracia, es algo tan patético como desesperante. Así, la Iglesia Católica española se ha embarcado en una inmensa campaña para salvaguardar la familia de lo que ella cataloga como cultura de la muerte. Actuando según la estrambótica conclusión de que es el preservativo, el matrimonio gay, las leyes sobre el aborto o la perniciosa formación de las nuevas generaciones, pero jamás las aberrantes condiciones socioeconómicas a las que una élite de poderosos patanes ha condenado a la gran mayoría, que carece de la posibilidad institucional de defender sus intereses y de controlar a aquellos, lo que realmente está minando la familia; los eclesiásticos se suben al púlpito para cumplir su reverente función de aniquilar la verdad, consintiendo en reciclar las amargas consecuencias generales de esta ominosa Monarquía como particular causa de partido en una democracia, o sea, algo que en última instancia puede presentarse como negligente voluntad de los propios perjudicados, y que en todo caso debe corregirse votando a la formación política adecuada.
La acción política
Alfred North Whitehead Jürgen Habermas ha desarrollado un argumento convincente, mediante una crítica que incorpora las principales constelaciones de la así llamada filosofía postmoderna –más que nada francesa–, y desde un punto de partida alternativo al de la metafísica clásica (oriental u occidental), en torno a la prioridad de la filosofía, no ya en tanto que madre de las ciencias, sino en cuanto que es la forma por antonomasia de aglutinar lo universal del conocer. No obstante, también resulta evidente que la filosofía no es para todo el mundo. La inclinación hacia lo teórico es específica de ciertas personalidades y disposiciones, y aunque a ellas se les antoja diáfano que sus investigaciones corresponden con un orden universal, el acontecer del mundo, por ser lo más inmediato, será siempre lo que mueva nuestros cuerpos, mentes o espíritus en una u otra dirección. Si lo teórico tiende hacia lo universal es porque constituye un reino en sí, como Santayana demostró en su primera entrega de Los Reinos del Ser, y como los matemáticos han sabido desde el principio de los tiempos. Lo cual no es más que una nueva confirmación de aquélla célebre sentencia de Whitehead: “La filosofía occidental no es más que una serie de notas a pie de página a la obra de Platón”. Mas el hecho es que las matemáticas, las esencias y la belleza de lo ideal dejan completamente fríos a la mayor parte del género humano. Y las distintas disciplinas del conocimiento serán perseguidas por distintos temperamentos. En cambio, aunque a menudo hundidas en lo que La Boétie llamó “servidumbre voluntaria”, nada despierta en todos, sin excepción, más interés que el acontecer político. Hasta el “a-político” tiene una opinión política sobre lo que sucede, o se siente llamado a tenerla – aunque sea como la razón de su retiro. El ermitaño mira el mundo de reojo, pues sabe que su peculiar desprendimiento depende de condiciones que le sobrepasan, esto es, del devenir político. De ahí que no quepa más remedio que actuar. Y se nos ofrece, tras largos y numerosos siglos de errores e intentonas, un modo inteligente de hacerlo para apuntalar un sistema político cabal e íntegro. Porque partiendo de la libertad de acción colectiva aspira a la democracia y entretanto denuncia su ausencia.
EL GRAN MIEDO
El feudalismo no fue abolido por el capitalismo ni por una supuesta revolución burguesa. La circulación de rumores o noticias falsas de que cuadrillas de bandoleros, deambulando por los caminos de la campiña francesa, se disponían a robar las cosechas y a despojar de sus enseres a los aldeanos provocó, durante los diez últimos días de julio de 1789, siete oleadas independientes de pánico entre las masas campesinas. Primero se armaron defensivamente y luego, al no comparecer el enemigo imaginario, descargaron su furia contra los representantes del rey y contra los símbolos de los derechos feudales, incendiando castillos, abadías y archivos de la propiedad.
En un clima de esperanza colectiva, en un momento de razón y de diálogo entre el Estado y la sociedad civil para la refundación pacífica de la monarquía, y para una reforma fiscal favorable a los pequeños propietarios del campo, se levantaron de improviso las masas campesinas y actuaron al modo salvaje de las “jacqueries” medievales.
A estas oleadas de ciega destrucción colectiva de los símbolos feudales responden, en el acto, los más ricos y poderosos señores del reino con su renuncia al feudalismo. Este profundo misterio no inquietó demasiado a los historiadores de la Revolución Francesa del siglo XIX y la primera mitad del XX. Describieron los hechos sin explicarlos.
Los acontecimientos colectivos del pasado han sido explicados como actos heroicos impulsados por sentimientos individuales o por ideas generales (historia política), como cristalizaciones culminantes de series cuantitativas de pequeños hechos significantes (historia económica y social) o como desarrollos del espíritu objetivado de los pueblos o de los intereses materiales de las clases sociales (historia dialéctica). Ninguno de estos métodos de investigación histórica podía dar cuenta cabal de ese extraño fenómeno, producido en los primeros momentos de la Revolución Francesa, en el que unas masas campesinas dominadas por el pánico vuelven las armas preparadas para un enemigo imaginario contra su enemigo ancestral.
Como sucede tantas veces en la investigación científica, una azarosa mezcla de intuición, erudición y sólido trabajo dio la clave que desveló el misterio. En un pequeño libro, casi marginal en la obra de uno de los más grandes historiadores marxistas de la Revolución Francesa, Georges Lefebvre descubre la causa profunda de los acontecimientos del “gran miedo” en la propia mentalidad colectiva de las masas campesinas actuantes.
Este libro, publicado en 1932 bajo el título de “El gran miedo de 1789”, se ha convertido en un clásico que ningún historiador ha intentado siquiera refutar, a pesar de que la originalidad de su método de investigación tardó bastante tiempo en ser percibida, salvo por su colega en la Universidad de Estrasburgo, el famoso medievalista Marc Bloch. La crítica especializada lo consideró un buen trabajo que se limitaba a extender a toda Francia la cartografía y la cronología sistemática del miedo campesino, durante los últimos días de julio de 1789, que treinta años antes había diseñado para la región del Delfinado el historiador Pierre Conard.
Pero la simple extensión de la cartografía revelaba ya, prescindiendo de la originalidad del método, una evidente originalidad en las conclusiones, que el propio autor ni siquiera percibió por ser incompatible con la tesis marxista de su obra general.
Como puede verse en el mapa del gran miedo y en el mapa del tiempo de circulación de las noticias desde París a las provincias, los siete epicentros de irradiación original del pánico, independientes entre sí, no pudieron estar provocados o influidos por agentes o rumores procedentes de París. Cuando la noticia de la toma de la Bastilla llega a los límites fronterizos de Francia, las corrientes de pánico campesino están prácticamente acabadas. Con estas evidencias quedaban descartadas todas las versiones que se fabricaron en Versalles y que reprodujeron los historiadores posteriores.
George Lefebvre no sacó de su obra la conclusión que se imponía y que hoy corroboran los trabajos posteriores de otros historiadores. La cartografía del “gran miedo”, por sí sola, pulveriza la interpretación marxista del propio Lefebvre de que el modo de producción feudal fue abolido por el modo de producción capitalista mediante un acto revolucionario de la burguesía aliada con el proletariado de París, apoyado por las rebeliones campesinas.
En primer lugar, estas rebeliones de las masas campesinas fueron totalmente autónomas respeto a París. En segundo lugar, llegada la noticia del salvajismo campesino a Versalles, los diputados del tercer estado sin excepción pidieron la inmediata represión del movimiento campesino por atentar al sacrosanto derecho de propiedad. Y en tercer lugar, fue la facción liberal de la gran nobleza quien secretamente preparó en el “Club Bretón” la renuncia a sus derechos feudales, con la que sorprendió luego al tercer estado en la famosa noche de la Asamblea del 4 de agosto.
El original trabajo de Lefebvre destruía también, con su cartografía, las versiones liberales de que la violencia armada de los campesinos fue un complot aristocrático para obligar al rey a restaurar con el ejército el orden tradicional, como asimismo la versión contrarrevolucionaria de que esas masas habían sido manipuladas por los agentes del duque de Orleans, con la intención de que el rey se apoyase en él para apaciguar las revueltas y controlar el movimiento revolucionario de París.
Pero Lefebvre, para resolver el misterio que envolvió a los historiadores anteriores, tuvo que enfrentarse con otro misterio que surgió de su propia investigación. Explicar cómo una reacción defensiva de los campesinos contra un enemigo imaginario pudo transformarse en una acción ofensiva contra su antagonista tradicional. Para resolver este segundo misterio Lefebvre recurrió con éxito a la sociología y a la psicología de las masas, articulando lo psicológico y lo sociológico en una originalísima historia social de la creencia, sin tener que acudir a la patología mental de la alucinación colectiva.
En la sociología de los fenómenos colectivos extraños a la lógica, que esboza Durkheim en sus obras sobre el suicidio y las formas elementales de la vida religiosa, encuentra Lefebvre la fundamentación teórica para construir una tipología de “masas revolucionarias” basada en el estudio histórico de las mentalidades prelógicas y colectivas, como estaba haciendo por aquella época Lucien Lefebvre en su biografía de Lutero.
Los historiadores estudian las condiciones económicas, describen los acontecimientos, y contabilizan los resultados. Pero Lefebvre advierte que entre estas causas y estos efectos “se intercala la constitución de la mentalidad colectiva: es ella quien establece el verdadero lazo causal, y se puede decir que sólo ella permite comprender el efecto, porque éste puede parecer a veces desproporcionado en relación a la causa, tal como la define frecuentemente el historiador. La historia social no puede limitarse a describir los aspectos externos de las clases antagonistas, es necesario que alcance el contenido mental de cada una de ellas, y así puede contribuir a explicar la historia política, y muy particularmente la acción de las concentraciones de masas revolucionarias”.
Este método es aplicado por Lefebvre en un brevísimo artículo, en el que de paso demuestra los errores conceptuales de Gustave Le Bon sobre la psicología de las masas, para explicar varios acontecimientos revolucionarios. Una aglomeración de pacíficos parisinos, que se pasean al sol en los alrededores del Palais Royal el domingo 12 de julio, cambia de repente su estado de espíritu al recibir la noticia de la destitución de Necker, transformándose bruscamente de aglomeración en masa revolucionaria.
Una manifestación de mujeres, que protestan contra la escasez de pan el 5 de octubre, se transforma bruscamente en columna revolucionaria que marcha contra Versalles. El domingo 26 de julio los campesinos de Igé que se encontraban naturalmente reunidos a la salida de la iglesia, se convierten en “atropamiento” asustado al recibir el rumor de la llegada de los bandidos. Superado el terror se transforma en una organización defensiva. No encontrando al enemigo imaginario, la multitud organizada para fines racionales de defensa sufre una brusca mutación en masa revolucionaria que ataca a su antagonista real.
El despertar súbito de la conciencia de grupo, provocado por un estímulo violento, da bruscamente al agregado de individuos un carácter nuevo que Lefebvre llamó “estado de masa”. Es sorprendente la extraordinaria similitud de estas mutaciones humanas con los fenómenos biológicos explicados por René Thom en su teoría matemática de catástrofes. Un agregado de pacíficas langostas, llegado al punto de saturación de olor de sus feromonas, a causa de la superpoblación, cambia bruscamente su estado habitual y levanta el vuelo devastador en estado de plaga.
Un éxito de Lefebvre, en su modo de acercarse al conocimiento de las causas de los movimientos revolucionarios a través del “estado o mentalidad de masa”, alentó a sus numerosos discípulos anglosajones ajenos a la ideología marxista a perseverar en este método, hoy en día denominado “historia de las mentalidades”.
Menos cine, por favor
En una secreta reunión con artífices del cine español, el ministro de Cultura ha abordado con éstos los problemas del sector, que directores como Álex de la Iglesia, Fernando Trueba o José Luis Cuerda, y productores como Andrés Vicente Gómez, Enrique Cerezo o Jaume Roures, cifran en: el excesivo número de películas españolas (un total de 173 en 2008), el desarrollo de una Ley de Cine en el apartado de las desgravaciones fiscales, el perjuicio que les ocasiona la piratería, y la necesidad de cambiar la imagen que tiene el público del cine autóctono. Más tarde, en un acto celebrado en la Moncloa, Zapatero ha destacado la valiosa aportación cultural del cine español y su carácter de “industria de primera importancia en el país”, a la que hay, por tanto, que proteger en un “período complicado pero muy esperanzador”. Según las últimas cifras oficiales sobre la industria cinematográfica cerca de un millón y medio de espectadores se han arriesgado, renunciando a pasar por taquilla, a perder sus referencias o “nuestra identidad, nuestra memoria y nuestra voz” como dice el jefe del Gobierno, el cual ha evocado los tiempos de una posguerra llena de privaciones, en la que los cómicos hacían tres funciones diarias y viajaban por carreteras de tercera, para resaltar cómo, hoy en día, los herederos del cine nacional (Penélope Cruz y Javier Bardem) han subido a recoger nada menos que dos “Oscars de Hollywood”. Al Fondo de Protección de la Cinematografía hay que sumarle los créditos ICO al sector, y añadir las subvenciones del ministerio de Cultura junto a las de los gobiernos autonómicos a películas rodadas en catalán, euskera y gallego. Aparte de estos cientos de millones de euros, la ley obliga a las televisiones a invertir un 5% de su facturación en “producción audiovisual”, por último, una entidad privada, la SGAE, gestiona el impuesto del canón digital. Ante la deserción de espectadores, Pedro Almodóvar ha declinado “la responsabilidad de levantar el cine español”. No obstante, “si los actores son el espejo de un país”, como declama “el de la ceja”, el brazo tonto de la ley, después de su misión en Marbella, puede volver a las pantallas: Torrente, el protector (junto a Zapatero), del cine español. hechos significativos Berlusconi aumenta la polución ambiental de Italia con sus chistes radioactivos sobre Obama: “él es más pálido porque no toma el sol”. Miles de autónomos protestan a las puertas del Congreso.
El infierno
Carretera al infierno (foto: Tomás Rotger) El infierno Eduardo Elgar se acerca y tiende la mano*. Sonríe muy levemente bajo el mostacho y, sintiendo mis dudas, dice con una seguridad que hace pusilánime la esperanza: Libré a un imperio de la decrepitud, podré librarte a ti del infierno. El infierno era un exoficial alemán hablando de la parte trasera del campo de Treblinka. El exterminio de seres humanos era tan eficiente que los cadáveres se apilaban en un muro de decenas de metros, días y más días. Bajo el amasijo de carne se formó una cloaca natural que recogía los líquidos de la putrefacción y discurría negro y ocre hasta perderse en el vallado. Los judíos de trabajo preferían la muerte a ocuparse de aquello. Un SS se remanga la camisa y hace de tripas corazón… la camisa es muy blanca. El infierno era una mujer joven cubierta por una sábana. Se conoce su edad por la curva en la porción de tela que ciñe la cabeza, pizpireta. Quizá lloraba, pero yo no la oía. Entonces quienes la sujetan se apartan, alguien grita, pero no se oye, y una piedra polvorienta, irregular, se estrella contra el cuerpo arrodillado. La mancha roja que deja el impacto empieza a teñir la sábana como un moho despavorido y se adivina en la humedad caliente un gran dolor o un gran alivio. La sábana es muy blanca, tanto que no se puede seguir mirando. En el infierno no se puede seguir mirando. Cambio de canal una y otra vez. En todos aparecen billetes cayendo sobre cestos, palabras que empiezan con a, señoras de escote senil que quizá gritan que ya no hay tiempo, hay que llamar, el bote es mayor que nunca. Pero no se oye. En el infierno, el bote es mayor que nunca y no se puede saber de cuánto hablamos. Quiero pensar que este infierno es más soportable que una cloaca de dientes o que un adulterio adolescente abierto hasta el hueso. Pero es el mío. Y el infierno es de las cosas que sólo se dejan apreciar si son propias; un infierno de otros no sirve para escarmentar. Vuelvo a casa y no he visto que vivir una servidumbre continua produzca el menor desasosiego, no existe la angustia de no haber sido libre un solo día en la vida. No hay dudas, todo es blanco, como la risa bruta de las azafatas que enseñan billetes en el infierno. Pero el Nimrod de Elgar termina y el silencio continúa con la música. La persiana medio cerrada deja entrar el día filtrado, un día nuevo. Llega un día virgen y nadie… nadie sabe lo difícil que ha sido esta vez.
G-20 londinense
Tras cinco meses de la reunión del G-20 en Washington, la velocidad de los efectos devastadores de la crisis ha hecho patente la inutilidad de aquella cumbre. De su verborrea, sólo queda en pie el propósito de dotar con más dinero al Fondo Monetario. Y no para que se encargue de la gobernanza del mundo, como allí y entonces se dijo, y nuestro Diario ridiculizó, sino para que pueda evitar, con préstamos adecuados, la quiebra financiera de los Estados del este europeo, no integrados en la zona euro e incapaces de pagar su deuda pública. Motivos de estrategia política común, contra el riesgo de que esos países puedan caer por necesidad económica en la zona de influencia rusa, y arrastren a la bancarrota a varias entidades crediticias occidentales, darán preferencia al acuerdo de socorrerlos, en la inmediata reunión del G-20 en Londres. Donde las estrategias económicas diferentes de EE.UU. y Europa hacen improbable o muy difícil la toma de decisiones de trascendencia para hacer frente común a la crisis. La divergencia entre el pragmatismo de pensamiento y acción de Obama, respecto de la ausencia de pensamiento y oportunismo de acción de los gobiernos de la UE, impedirá la adopción de acuerdos efectivos para combatir las causas de la crisis o, al menos, frenar la expansión mundial de sus efectos catastróficos. Mientras que el gobierno federal de EE.UU. ha emprendido el camino del gasto público en saneamiento del sistema crediticio, y pide a la UE que lo siga en esa senda, los gobiernos de Alemania y Francia permanecen en su postura inicial de regular antes el mercado financiero, y comprobar la eficacia de las medidas aplicadas. Obama cree que eliminando los efectos recesivos de la demanda se suprime la causa primaria que los originó. Pudiera ser respecto de los efectos expansivos. No quiere saber si son galgos o podencos, constitutivos de la crisis o secuenciales de sus efectos sobre la contracción del crédito. Lo que le importa es combatir el desempleo, no tanto con empleo directo en obras públicas (Roosevelt), como haciendo fluir el crédito a las empresas y los particulares. Gastar primero en sanear el sistema financiero y regularlo después. El premier Gordon, tiene el mismo criterio. Pero en los países con sindicatos estatales, el desempleo no es materia urgente. Ejemplo: Barroso quiso convocar la reunión acordada en la UE sobre el empleo. Bruscamente, Sarkozy lo interrumpió: ¡Nada tenemos que discutir! Y Zapatero se calló. florilegio "El pragmatismo de pensamiento es una filosofía de la acción, el de la acción sin pensamiento, una cínica aventura del oportunismo."


