Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 75 de «La lucha por el derecho», analiza el adelanto que hace el diario El Mundo del nuevo revés judicial del Tribunal Constitucional al Gobierno de Sánchez debido a la declaración de inconstitucionalidad por la suspensión de sesiones del Congreso de los Diputados durante el primer estado de alarma.
Reunión de repúblicos en Madrid
El pasado domingo, 19 de septiembre, hubo un encuentro en Madrid. Según los asistentes, allí se comentó el momento político actual y el grado en que la sociedad acepta normas restrictivas de su libertad aún cuando observa, por los medios de comunicación, que, en foros privados o en actos públicos, quienes tienen el poder de imponerlas no las respetan. También se habló de cómo esta sociedad, en ocasiones, se convierte en celoso gendarme de su cumplimiento. Ya sea por temor o porque renunciando a un derecho, otorgado desde el poder, siente una falsa sensación de seguridad integrándose, alegremente, en una colectividad que se esclaviza en nombre y por causa de «derechos» tan graciosamente concedidos como ágilmente revocables, sin advertir que el origen y fundamento primero del derecho es la libertad a la cual renuncia con pasión.
Los asistentes acordaron solicitar una mayor participación entre los asociados de Madrid para difundir el pensamiento político de don Antonio García-Trevijano y los fines de nuestra asociación, no sólo de forma individual en nuestro entorno cercano, sino con presencia en la calle, bien montando mesas informativas para distribuir folletos del MCRC y la venta de libros o en encuentros y charlas en centros culturales, u otras asociaciones, donde tener un debate público con el mismo objetivo. Acciones que, al tener difusión en nuestras redes sociales, podrían ampliar el interés por nuestros principios.
Asimismo recalcan los asistentes que no todos los asociados están siempre en todas las acciones o citas que se proponen, y que algunos de los más activos repúblicos no siempre pueden estar presentes, pero sí proponer ideas y acudir a cuantos actos puedan para reforzar la asociación y lograr que nuestros principios se difundan a la sociedad.
Los desahucios
La ausencia de separación de poderes entre el legislativo y ejecutivo hacen difícil reformar los principios del derecho y evitar así los desahucios.
Antonio García-Trevijano Forte, 12 de Nov. del 2012.
Fuente RLC:
https://www.ivoox.com/rlc-12-13-nov-2012-oriol-puyol-bbc-audios-mp3_rf_1565853_1.html
Música: Bourée BWV1009 J.S.Bach
Nacionalismo y estatalismo
Hoy en el capítulo nº 17 del programa «Coloquio y análisis político» Álvaro Bañón y Carlos Villaescusa nos explican por qué la abstención es la única herejía posible frente a la ortodoxia del voto por el voto mismo. Asimismo, basándose en la lectura de dos noticias, se habla del absurdo de creer en la política como posibilidad de destruir la polis y se subraya la inexistencia del nacionalismo político en España, destacando al estatalismo político como la gran ideología del momento.
Otra vez Garzón
El intento mediático de Baltasar Garzón de retomar su puesto de magistrado —tras ser expulsado por prevaricador—, en base a una declaración no jurisdiccional como es un Dictamen del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, subraya aquello de «genio y figura, hasta la sepultura».
Como profesional del derecho, el antiguo titular del Juzgado Central de Instrucción nº 5 sabe perfectamente que un Dictamen de la ONU no es una resolución judicial, por lo que carece de toda eficacia legal. Sí lo era la sentencia dictada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, donde acudió después del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, encontrando igual resultado desestimatorio.
El reproche no vinculante emitido por la ONU no se centra en analizar la cuestión de fondo sobre la culpabilidad prevaricadora del exjuez, sino que se emite por aspectos relacionados con las garantías procesales en torno a dos hechos: la denegación de la recusación de miembros del tribunal sentenciador, y la imposibilidad de acceder a una segunda instancia, dado que fue juzgado en su condición de aforado por la cúspide jurisdiccional, el Tribunal Supremo.
En cuanto a la primera objeción, cabe mencionar que cinco de los magistrados fueron efectivamente recusados y apartados, siendo que otros dos no lo fueron al presentarse la petición de forma extemporánea. Hay que recordar también que la recusación se fundaba en que miembros del Tribunal le habían juzgado por otros hechos, tales como la investigación prospectiva de los crímenes del franquismo y la petición de patrocinio económico de cursos que Garzón impartía en Nueva York a los presidentes de bancos que estaban siendo investigados en su juzgado.
Parece obvio que el hecho de que un juzgado resuelva distintas causas de un mismo reo por motivos distintos no es motivo de contaminación procesal como lo sería, por ejemplo, que sus miembros hubieran actuado en fase instructora sobre un mismo hecho. Y es que a Garzón las causas por prevaricación se le agolpaban.
El otro reproche de la ONU, consistente en la ausencia de segunda instancia vulnerando el artículo 14.5 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos carece también de fundamento. No hay que olvidar que la ausencia de esa segunda instancia trae causa de que Garzón fuera enjuiciado en primera instancia por el tribunal de máxima garantía y jerarquía, el Supremo, por aforamiento propio de su condición de magistrado.
Y es que el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales dispone en su artículo 2 del Protocolo 7 como excepción al principio de doble instancia penal que la «persona afectada sea juzgada en primera instancia por el más alto Tribunal».
Por tanto, estamos simplemente ante el ruido de la maquinaria propagandística de quien desde luego tiene sus admiradores y seguidores sobre un relato sesgado y carente de cualquier base legal que justifique su reingreso en la carrera judicial.
Ser o parecer, la mediocridad de nuestros políticos
«No importa sólo serlo, sino también parecerlo». Esa era la máxima por la que se regía la política cuando yo era chaval —o al menos eso quería creer—, la cual ha degenerado hacia «no importa serlo, sólo parecerlo». Ya no importa lo que se haga o lo que se deje de hacer con el poder político, sino lo que parezca que se ha hecho o se haya dejado de hacer.
En un mundo de velocidad vertiginosa el ayer es prehistoria, el hoy ya pasó y mañana todo se olvidará, de forma que el político puede decir lo que quiera, sin que por ello sufra ninguna consecuencia. Puede prometer El Dorado sin ruborizarse y jurar y perjurar que lo que dijo ayer, grabado por veinte periodistas, no es más que una invención de la pérfida prensa —al menos de la no afín—, siempre al acecho de los pobres políticos.
¡Y lo peor es que aceptamos este juego mefistofélico!
De alguna manera que se me escapa, hemos sido domesticados y ya ni ejercemos el derecho al pataleo. Nos conformamos con la mediocridad más absoluta y compramos los argumentos más pueriles y falaces como si de verdades absolutas se tratara —o, al menos, de las supuestas verdades absolutas de hoy, que mañana ya veremos en qué mutan—.
Los políticos de hoy ya no sueñan con convertirse en grandes estadistas ni con lograr grandes hazañas para su nación. Eso ya no importa. Ahora sólo quieren conseguir su éxito personal, perpetuarse en el poder y asegurarse de que sólo reciban loas y alabanzas. Se han convertido en comerciales de venta piramidal. Te venden una mentira solapada con otra y fundamentada en una anterior con el único objetivo de continuar con su huida hacia adelante y de lucir por encima del resto. No importa lo que venga después. El último que pague la cuenta. Sólo necesitan parecer pues el ser pasó a mejor vida.
Y nosotros, la nación, ¡qué bonito!, la nación, decía, admiramos a esos fantoches de bajo calado que serían incapaces de sobrevivir en el mundo real; ése en el que nos movemos, día sí y día también, la gente de bien, y de mal —o sea, nosotros, la nación—. Aceptamos este juego absurdo en el que nos dedicamos a pagar impuestos con la esperanza de que repercuta en mejores servicios. ¡Ignorantes o ciegos voluntarios!, que no vemos o no queremos ver que en realidad todo es un gran tablero en el que colocar las fichas de los amiguetes que les sigan dorando la píldora por los siglos de los siglos.
¡Qué diferente sería todo en un sistema democrático!
Calificar de democrático a la partidocracia actual es, cuanto menos, atrevido. ¿Y si tuviéramos la capacidad real de echar del juego al político mediocre? ¿Y si pudiéramos juzgar sus actos? Pero de verdad, no desahogándonos en Twitter. ¿Te imaginas? ¿Se atreverían a mentirnos a la cara si supieran que carecen de red de protección?
Imagínate que cuando un político te mintiera, te intentara vender su última ocurrencia o fuera cazado en alguna corruptela, tuvieras la capacidad, como ciudadano responsable, de echarle y elegir a otro. ¿Qué te parecería? ¿No crees que todo funcionaría mejor?
Tenemos entonces dos opciones: hacer oír nuestra voz para conseguirlo o bajar al quiosco a empezar una nueva colección de septiembre. Tú decides.
El regreso de Garzón
Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 74 de «La lucha por el derecho», analiza el regreso de Baltasar Garzón a la judicatura.
El reposo del guerrero
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht
Hay hombres que pasan de puntillas por la vida, sin que siquiera el eco de sus pasos o la brisa que desplazan perdure tras ellos. Hay otros en cambio que abren camino y dejan surco.
Hay personas que al irse nos dejan su esencia, que no se difumina con el paso del tiempo. Que dejan para la posteridad un legado precioso, vivo, fundamental. Dejan lucha y dejan pensamiento. Arraigan en nuestra mente y nuestro corazón para así perdurar y trascender. Lo que no dejan es indiferencia.
Son personas que en vida han sido amadas u odiadas, pero no ignoradas, porque brillan. Y esa luz interior es como un faro del cual sólo tenemos que seguir la estela para llegar a buen puerto.
Y animados por ese resplandor que les nace de lo más hondo avanzan pisando fuerte con honradez y valentía, soportando tempestades, pero sin perder nunca el rumbo; el cruzarse con alguien así sólo lleva a dos caminos: el de la ceguera o el de la clarividencia.
No pierden el buen humor, y cuando el peso de los años les aplasta saben seguir adelante con resignación, humildad, resiliencia.
Han sabido vivir, y saben también morir, que no es fácil. Y cuando despedimos a quien ha luchado, a quien ha vivido no como espectador sino como protagonista de su propia existencia, con honor, con lealtad, a quien ha cumplido un ciclo, y nos ha marcado una senda, tenemos que honrarles y honrar su memoria. Atesorar sus palabras y su ejemplo. Y seguir adelante, siempre adelante… No podemos entristecernos pensando en el vacío que dejan.
No reinará la oscuridad aunque parezca que su luz se apaga.
«Podéis llorar porque me he ido, o podéis sonreír porque he vivido. Podéis cerrar los ojos y rezar para que vuelva o podéis abrirlos y ver todo lo que os he dejado. Vuestro corazón puede estar vacío porque no me podéis ver o puede estar lleno del amor que compartimos. Podéis llorar, cerrar la mente, sentir el vacío y dar la espalda, o podéis hacer lo que me gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir».
Descansa en paz, imprescindible. Héroe.
Los políticos eligen a los políticos, y a los jueces
Pocos días antes del inicio del curso judicial el ministro de la Presidencia, D. Félix Bolaños, se despachaba contra la propuesta de su partido rival en la oposición a favor del privilegio endogámico sobre el gobierno de la Justicia sólo por los jueces.
Para ello, aseveró lo inadecuado de que los jueces eligieran a los jueces, de la misma manera que lo sería que los políticos eligieran a los políticos. Esta afirmación sintetiza no pocas de las miserias que aquejan a España, que van desde lo político a lo judicial, con el aderezo de la visión partidocrática que confunde división funcional con separación en origen de poderes. Veamos:
1.- Una cosa es la elección de los jueces y otra la del órgano de gobierno de la Justicia. Los jueces, a salvo del lamentable cuarto turno, alcanzan su condición por oposición —y muy dura, por cierto—. Confundir la función jurisdiccional de juzgar y hacer cumplir lo juzgado con la organización institucional que garantice su funcionamiento independiente es un esperpento.
2.- En España los políticos ya eligen a los políticos. Así es desde el momento en que se establece una sóla votación a listas de partido que proporcionalmente determina la asamblea legislativa, y luego esos mismos listeros una vez encumbrados en el escaño eligen al jefe del ejecutivo. Antes aún, son los mismos políticos los que confeccionan esas listas, de modo que lo mismo sería votar al partido primero y rellenar las listas después, poniendo a la cabeza al jefe de turno.
3.- El judicial no es un poder político del Estado. Es una función estatal que lo que tiene que ser es independiente. Y no ya por su función arbitral que hizo que Montesquieu le denominara poder «presque nul», casi nulo, sino porque lo que hacen los artículos 117 y siguientes de la Constitución vigente es simplemente definir las características de independencia, inamovilidad, responsabilidad y sometimiento a la ley de quienes ejercen la judicatura sin establecer institucionalmente la independencia orgánica de la Justicia.
La actual situación española es la contraria. Los políticos eligen a los políticos, y a los jueces a través de un CGPJ designado «mobile qual piuma al vento» por la proporción de poder de los partidos políticos. El ejemplo del discurso de Lesmes en este comienzo del año judicial reclamando el acuerdo para saber a quién tienen que obedecer es la prueba del nueve.
Y no, los jueces no deben elegir el órgano de gobierno de la Justicia. En un sistema de derecho predominantemente codificado como el español son todos los operadores jurídicos, desde la labor administrativa y jurisdiccional hasta la cátedra pasando por los profesionales libres del derecho, quienes por su criterio técnico y conocimiento de su devenir práctico deben designar a quien se sitúe al frente de su órgano de gobierno para garantizar su independencia.







