Ilustración de la portada de Pere Borrell del Caso: Huyendo de la crítica (1874).

La norma verdaderamente eficaz, es aquella no escrita pero que es aceptada por todos sus destinatarios. Se percibe legítima y mueve a la obediencia voluntaria y a su adhesión. Una norma no escrita circulaba en las élites jurídicas españolas de manera inveterada. Cuadraba y cerraba en la cúspide del edificio al resto del arco estatal.

Los altos cuerpos de funcionarios al servicio del Estado, y en este artículo deben ser llamados por su nombre, letrados de Cortes y letrados del Consejo de Estado, me refiero especialmente a los primeros, eran percibidos en el mundo estatal, administrativo y político como la última frontera de la razón del derecho. El último dique. El bastión del supuesto prestigio que con auctoritas corregía los desmanes de la potestas. Aquellos que tenían el oficio de pastorear las ovejas descarriadas al redil del consenso salvífico. Aquellos que podían renovar el pacto taumatúrgico de «la Transición» en cada decisión tomada. Eran los auténticos sacerdotes de un culto salvador y salvífico que sólo ellos conocían y que provocaba genuflexión en los bancos de la sociedad política. Ellos engranaban las viejas generaciones con las nuevas para que la continuidad del consenso no se interrumpiera.

De manera casi hipnótica, todo el espectro político obedecía lo que ellos decían. Navegaban por esos procelosos mares de las envidias políticas sin que la espuma ni la sal les salpicaran. Siempre adelante, siempre mar adentro en la singladura constitucionaria. Eran el último trampantojo del régimen. Cumplían bien la función de engañar al ojo público, una suerte de ilusionismo que diese una cierta impresión que la realidad sabemos que desmiente.

Quedaban bien en el altar del Estado. Daban cierta cobertura de prestigio al régimen. Daban. Hasta que el brazo corruptor de este Directorio les alcanzó. Y lo hizo con la estrategia más diabólica posible: dividirlos. El curso de honor de los letrados de las Cortes pasaría a depender del comisario letrado, nombrado por el Ejecutivo contra la tradición de auctoritas del Cuerpo. En ese preciso momento, el Cuerpo perdió la esencia que los salvaba. ¿Golpe sibilino para que implosione desde dentro o torpeza máxima? Un harakiri en tiempo real. Lo que quedaba de honor, sólo podía salvarse pidiendo el traslado a la otra Cámara o huyendo a las Reales Academias, esos magníficos pastos donde descansan los pastores del régimen, pero el daño cometido es de magnitudes insospechadas.

Se dio a morder la manzana de la corrupción a los mejores y la mordieron. En ese mágico momento, al mundanizarse, se disolvió su carisma, la carroza se convirtió en calabaza. El trampantojo caía y quedaba al desnudo y en carne viva el cinismo del régimen. Ya no hay auctoritas, sólo potestas. Tú, Ejecutivo, dicta, y yo, jurista orgánico, justificaré lo que me pidas. Ahora la amnistía. Después, la desmembración de España.

4 COMENTARIOS

  1. Una vez mas desenmascarando al régimen del 78. Muchas gracias por el artículo, es muy necesario en nuestros días. DIOS les bendiga.

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