En no pocos espacios se acusa de inacción a la sociedad española ante la crítica situación y el negro futuro en lontananza. Pero si examinamos los últimos casos de protestas ciudadanas (si es que pueden catalogarse enteramente así), a saber, las huelgas generales al PSOE de Felipe González, las movilizaciones contra el copatrocinio de Aznar a la Guerra de Iraq o las manifestaciones por la negociación del Gobierno Zapatero con la ETA, observamos que todas tienen en común el ser un sonado éxito civil y un sigiloso fracaso político.   Los españoles son de alguna manera conscientes de que salir a la calle no sirve para nada. Desde su convocatoria, toda protesta nace ya dentro de los desagües del Régimen, sabiéndose que su impacto será inmediatamente reabsorbido por la misma Partitocracia. El Estado del posfranquismo se ha diseñado para no poder ser cuestionado desde la sociedad civil. En todo caso, al contrario, es la actual jerarquía social y en los negocios la que se sostiene con el Estado de Partidos. El espacio público es cosa oficial, siempre a salvo de ser ocupado desde abajo por una iniciativa estrictamente civil. Por ello, enfrentarse al Leviatán desde la elevada posición que le podría infringir daño siempre quedaría en una débil intentona, que tiene las mayores posibilidades de hacer caer en desgracia al rebelde, provocándole la dolorosa pérdida de su estatus.   Manifestación (foto: Prometeo) Los españoles no salen a manifestarse porque habrían de hacerlo contra la corrupción, el nepotismo, el clientelismo, el despilfarro y la exacción de los principales partidos políticos y sindicatos, o sea contra todo el Estado. Y no hay nadie que pueda organizar semejante manifestación. O difícilmente podría llegar a oírse una convocatoria así porque se le cerraría el espacio público, sabiendo que lo que se cuele por los resquicios caería inmediatamente fulminado cuando, desde todos los sitios, se nos dice cotidianamente que vivimos en el mejor de los mundos políticos posibles. Es más, se señala en los medios a los propios ciudadanos como los últimos culpables de la situación, pues al resultar inadmisible que los partidos políticos sean lo que realmente son, esto es meros instrumentos estatales sin control alguno, e impedidos per se de admitir el dinamismo de una sociedad a la que vampirizan y someten, los españoles siempre terminarán votando al partido equivocado. Mas siempre habrá una próxima oportunidad para rectificar, ¿en qué otra cosa podría consistir la democracia?

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