Manifestación contra el Plan Bolonia (foto: Negu. Alberto Rey) Los que abominan del Plan Bolonia señalan que éste conduce a una mercantilización de la universidad, reduciéndola a mera y eficaz suministradora de aquellos trabajadores que demande el mercado o los conglomerados empresariales europeos que habrían impulsado esta reforma.   Los que simpatizan con ella, arguyen la necesidad de la modernización y de la competitividad en una universidad que se adaptaría a “las demandas sociales”, y que en el caso de la española, adolece de exceso de estudiantes y de endogamia profesoral, como indicaba Rodrigo Carbajo en su artículo “A la boloñesa” *.   El empeño de que la educación superior sea accesible a todo el mundo a costa de rebajar el nivel general es un mayúsculo disparate sostenido por la demagogia habitual de las capas dirigentes de los Estados de partidos. Una formación universitaria exigente y rigurosa constituye la más valiosa oportunidad para el alumno sin recursos pero con infinitas ganas de aprender (y no solamente con la mediocre aspiración de hacerse con un título carente de contenido). A los miembros de familias pudientes y bien relacionadas se les abrirán, de todas maneras, muchas puertas, aunque toquen a ellas con un pésimo expediente académico, o incluso sin él.   Por otro lado, la tendencia a impartir carreras prácticas y masters sumamente especializados, puede contribuir a una mayor extensión de la ignorancia, al cuestionarse, al menos implícitamente, la utilidad de las humanidades ¿De qué sirve leer a Homero, saber quiénes eran los griegos, entender su filosofía o conocer su lengua muerta? La multiplicación de saberes (sobre todo en el campo científico) no justifica la “barbarie de la especialización”.   Resulta evidente la inoperancia de una universidad colonizada por los partidos estatales, que vive a espaldas de la sociedad civil. Sin duda, los nuevos planes de estudios han de procurar una adecuada formación profesional sin que eso implique “venderse a las empresas privadas”. Pero esta reforma será insuficiente, perjudicial o hasta reaccionaria –por mucho “bienestar” que acarree- si no incluye un mejor conocimiento del mundo, sin el cual no es posible vivir de una manera plena.

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