En plena crisis económica y con la sensibilidad social –sea lo que sea tal cosa- que les caracteriza, los miembros de la familia real han acortado su estancia veraniega en la isla donde son tan bien recibidos y agasajados: recordamos el Bribón, aquel detalle que tuvieron algunos empresarios mallorquines. A esto hay que añadir los “roces” que impiden que la familia permanezca unida; y es que, según cuentan los correveidiles de la prensa cortesana, doña Leticia no gusta de la navegación a la que tan aficionados son los Borbones ni de la compañía de sus cuñadas, cuya rancia estirpe admite difícilmente la presencia de una advenediza. Además, a la ex locutora le incomoda especialmente la falta de intimidad que padecen en Mallorca, siempre con una nube de fotógrafos a sus espaldas. Así pues, los príncipes de Asturias han cogido a sus niñas y han tomado las de Villadiego.   El derecho a la intimidad procede de la mentalidad burguesa, puesto que durante el Ancien Régime no existía tal noción. Era deber aristocrático mostrarse en público como expresión visible de la jerarquía social. La persona del Rey, siendo la personificación del Estado, era rodeada de un estricto ceremonial. Todas las ocasiones trascendentales debían ser de público dominio: asistencia de testigos a la consumación del matrimonio, el parto en presencia de una Corte que también asistía a los postreros momentos del monarca. Marquesas como la de Châtelet, no sentían vergüenza de que sus doncellas las viesen desnudas, porque éstas eran para ellas, invisibles. Hasta las amantes regias eran admitidas en los mejores círculos, y las que lograban mantener una relación estable alcanzaron el rango de maitresses in titre (amantes titulares). Madame de Pompadour denominó una época y un estilo artístico.   En fin, los tiempos han aburguesado las cosas y las casas reales, y salvo casos excepcionales, como el del humorista palaciego, Alfonso Ussía, o el del místico Ansón que apela al “sufragio de los siglos”, ya no hay monárquicos con las insondables convicciones dinásticas de antaño. Lo que predomina es el oportunismo, y para ello, la mayestática operación de propaganda del 23-F llenó el escenario político de juancarlistas biempensantes.   A la postre, el rey no ha podido gozar de sus breves vacaciones ya que sus buenos oficios en la política exterior del Reino han sido precisos para calmar a su primo Mohamed y solicitarle que deje de incordiar en la frontera sur. Respecto a la política interior desconocemos si don Juan Carlos sigue pensando que Zapatero “sabe muy bien a dónde va”.

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