Los empleos vitalicios y estables van camino de convertirse en bellos recuerdos, en viejas estampas, y los que, por algún milagro, queden o surjan, serán objeto de enconadas luchas y de enormes sacrificios. En la mayoría de los casos, aparte del marchamo de su provisionalidad, los trabajos disponibles estarán peor retribuidos que antes. Es decir, asistimos a una progresiva brutalización de la vida laboral.   Flexibilidad, competitividad, igualdad de oportunidades, libre iniciativa, movilidad, son los eufemismos que enmascaran el fomento de la amañada lucha por la existencia, la cruda aplicación de la ley de la fuerza y la creciente institucionalización del abuso. Un mundo implacable lleno de náufragos abandonados a su suerte y pugnando desesperadamente por mantenerse a flote.   Paradójicamente, el mesianismo científico de Marx tiene un origen burgués. El progreso, el porvenir de la ciencia, el culto de la técnica, la idolatría de la producción, son mitos burgueses que se constituyeron en dogma durante el siglo XX. Esa gran esperanza despertada por el desarrollo de la industria y los avances de la civilización es la de la propia sociedad burguesa, beneficiaria, en última instancia, del progreso técnico, pero ¿de qué nos sirve éste, si al final conduce a la deshumanización de nuestras relaciones y al endurecimiento de las condiciones de vida, con la creciente escasez de puestos de trabajo y las trágicas consecuencias materiales y morales que este fenómeno acarrea: marginación, desamparo, angustia?   La indiferencia por la injusticia, el desprecio por la libertad, son los modos de conducta imperantes en las instituciones, corporaciones y aparatos que dirigen y regulan (o desregulan) la vida colectiva. Ellos no confesarán nunca su estrepitoso fracaso ni se retirarán de la vida pública donde medran y disfrutan de su privilegiada estabilidad, pero cada vez estamos más hartos de sus mentiras y de su cinismo prepotente. Y esto incluye a todas las criaturas del Régimen: partidos y sindicatos estatales, medios de propaganda, y a la impune depredación financiera. Lo deseable sería que todos se pusieran en huelga general indefinida, pero su “inactividad” tendrá que ser inducida por un movimiento de ciudadanos.

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