Antiglobalización (foto: cole123) Futuro de la izquierda   Desde la caída de la Unión Soviética, y aún antes, cuando algunos intelectuales europeos desfilaron hacia Moscú para contemplar por sí mismos las maravillas del comunismo estatal y volvieron trayendo noticias de tremenda decepción, la izquierda ha sufrido una grave mutación que altera tanto los objetivos perseguidos como sus idearios. La naturaleza de tal mutación ha dado la impresión a muchos –tanto desencantados como liberales o de derechas– de que la izquierda está muerta, mientras que los que todavía se llaman a sí mismos ‘de izquierdas’ se agarran sin saberlo a formas de socialismo pre-marxista (utópicas), o simplemente se han enganchado al advenedizo vagón del Estado de Partidos.   En cierto sentido, la situación de la izquierda, una vez agotada la vía de la utopía y del totalitarismo estatal, no podría parecer peor. Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias, puesto que no existen razones de peso para concluir que la lucha de clases y de intereses ha finalizado con una especie de armonía orquestada por la mano invisible, la cual al fin y al cabo trae lo mejor posible para todos. Las coordenadas cambian, y la historia enseña lecciones acerca de lo que es posible conseguir, incluso allí donde sus actores no son del todo conscientes de ello. Sin duda, las reglas del juego democrático pasarán a un primer plano, y ello por necesidades históricas que escapan a los distintos programas ideológicos  que   se   han  sucedido  desde  la Revolución Francesa hasta nuestros días. En este sentido, cabe recordar que históricamente la izquierda ha estado caracterizada por saltarse las reglas del juego para poder imponer sus programas unilateralmente, desde Lenin hasta Largo Caballero, y sigue siendo su mayor debilidad. La traición a la causa obrera de los partidos de izquierda y sindicatos en el Estado de Partidos es otra instancia al menos tan ilustrativa. No obstante, no tendría por qué ser así en el futuro, y pensar que la izquierda está por ello terminada puede resultar algo miope.   Efectivamente, algo se está cociendo. No ya sólo en tanto que incluso en la izquierda se percibe la necesidad de respetar las reglas del juego como un fundamento moral esencial sin el cual hay vida política en común, o ni siquiera por motivos permanentes de lucha de clases, sino en tanto que miramos a las formas en que la juventud se rebela intuitivamente contra formas establecidas de convivencia, poder, o flagrante desigualdad económica. Este último es un campo minado de ilusiones, prejuicios e ignorancias, pero también de fermentación de novedades en la rebelión. Sin ellas, los que tienen las riendas del poder en la mano gozarían de mayor impunidad. La construcción de derechos, dignidades y sus consecuentes responsabilidades supone una lucha constante, y ahora más en un mundo donde se ven amenazados muchos que ni siquiera pueden hablar (animales, plantas y minerales).

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