Todo lo que ha sucedido en Murcia, Madrid y Castilla-León —desde el transfuguismo a las mociones de censura, las elecciones anticipadas, las renuncias a la vicepresidencia del Gobierno, etc.— es fruto de la total carencia de democracia formal que hay en España.

Esto ya no es una cuestión de un país bananero, ni siquiera del sur de Europa, donde antes nos reíamos de Italia y de sus desgobiernos. Resulta insoportable vivir en un país con tanta mentira hecha en el Estado, por el Estado y para el Estado. Resulta insoportable tanta corrupción como factor de gobierno. Corrupción moral, política y, a la postre, económica.

Ver un mapa de carreteras en España se asemeja a una red de alcantarillado, donde Madrid es la cloaca máxima. Es el sumidero de todas las vergüenzas y las tropelías hechas en nombre del Estado; pero nada distinto a las redes de carreteras autonómicas, excepto por el tamaño. La villa y corte es el Gran Hermano donde se magnifican los sentimientos y las pasiones más bajas del Estado de partidos.

Lo sucedido en Murcia terminó en Madrid. De la moción de censura fracasada de la hermosa región mediterránea se ha pasado a unas votaciones en Madrid, para mayor gloria de Ayuso (sí, de Ayuso, no de los inverosímiles representantes del pueblo madrileño). Y el macho alfa, Pablo Iglesias, ha dispuesto suicidarse contra la presidenta madrileña (he aquí una de esas decisiones razonadas con testosterona).

Ahora la clase política llama a votar nuevamente.  Es una muestra más de que los ciudadanos no elegimos. Las votaciones no son más que refrendos de los caprichos, las veleidades, los oportunismos, el cortoplacismo y la inmoralidad de los votados: los oligarcas. Los consentidos por los consentidores, es decir, por los votantes.

Son muy ciertas algunas imágenes o memes que se están publicando recientemente —entiéndase la ironía—, donde se muestra bien a las claras que, como los votantes se equivocaron hace dos años, lo tienen que volver a hacer para, esta vez sí, acertar.

Cuentan que Napoleón, antes de la batalla de Austerlitz, solicitó a un adivino que le predijera el resultado de la batalla. El vidente predijo, ¡cuatro veces!, que perdería. A la quinta, las cartas dijeron que vencería y el nigromante pudo retirarse a su cueva.

Esta clase política ha hecho degenerar las votaciones del putrefacto Estado de partidos a categoría astrológica, en la que el brujo adivino, el astrólogo napoleónico, es el pueblo, que con sus votos (y sus impuestos) «predice» (y paga) cada tirada de cartas electoral. Y así hasta que salga el resultado que quieran los «emperadores» de la monarquía de partidos para continuar con la partición y repartición del Estado.

El denigrante y antiestético espectáculo que está provocando toda esta clase política sólo puede denigrar a los que el cuatro de mayo vayan a consumar el acto de la votación. He de recordarles que el voto es un derecho. No un deber. Ni una necesidad. Ir a votar «al menos malo» o «con las narices tapadas» sería justificable en sociedades donde el voto es una obligación legal. Pero allí donde está proclamado como un derecho, sólo una conciencia limpia y una visión clara de la res publica hacen entender la dignidad de quien se abstiene. Del mismo modo que es un derecho no barrer las miserias de nadie, tampoco lo es maquillar una oligarquía de partidos para que aparente ser democrático.

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