La actual monarquía llegó a existir mediante un acto de voluntad juancarlista, para no dar ocasión a la República o a la Monarquía del titular de la legitimidad dinástica. Sólo el sucesor de Franco daba esperanza a los partidos non natos. La nolición del poder constituyente de la Monarquía de Partidos le dio existencia a cambio de sacrificar su esencia. Una aberración anti natura que produjo la úlcera “noli me tángere“ en el corazón español.

La originalidad de la fórmula –instaurar una monarquía sin rey ni partidos monárquicos- definió la legalidad del poder político y la enajenación de la opinión pública con el voluntarioso consenso del “como si“. Y ese como si fueran rey, partidos y medios informativos de una sociedad plural, configuró la sinrazón y el sinvalor de este Régimen medularmente negativo y contradictorio, cuya duración la debe a una sistemática demagogia -en todas las expresiones políticas y mediáticas- encarnada en la incultura franquista como si fuera la democracia. Y la ficción ha suplantado hasta la mismísima realidad humana de España.

La voluntad general de aparentar ser lo que no se es, crea y sostiene la noluntad monárquica de tener decencia o, al menos, de revestirse de decoro en las actuaciones institucionales. Hay subjetivas noluntades de verdad, libertad, justicia, belleza y honradez, en tanto que serviciales de la voluntad objetiva de engaño, servidumbre, injusticia, fealdad y corrupción.

La originaria noluntad del poder constituyente de esta Monarquía de Partidos -que de hecho es de los Partidos-, ha engendrado una caudalosa afluencia de noluntarios a las instituciones y un imperativo noluntarismo como principio de acción y filosofia social de oportunismo. La mercadería política y la mercancía cultural son frutos naturales de la decidida voluntad de no querer libertad de elegir, de pensar, de crear ni de investigar, sino tan solo la de refrendar sin optar y consensuar sin diferenciar.

Se necesitaría una enciclopedia para enumerar y definir los actos noluntarios que a diario se propagan en el espacio público, con el atosigamiento ambiental causado por televisiones, radios, periódicos, libros de ensayo y ficción, auditorios, cátedras y encuestas. El noluntarismo monárquico ha impuesto en las costumbres un coherente sistema de disvalores, orientado por el sino de los oportunismos. Ante tamaña degeneración de la cultura española, los proyectos de reforma del Régimen, tan ilusorios como ridículos, se nutren del noluntarismo que no quieren romper por temor a la ruptura de la Monarquía.

Toda persona que sienta amor a España, a la libertad y a la cultura sabe que solo una revolución cultural puede superar el noluntarismo monárquico, que aniquila el reino de las conciencias, en la misma medida en que acentúa el de los partidos estatales y las autonomías nacionalistas. Pero esa persona también sabe, por cultura o intuición, que una empresa de tal envergadura no puede ser acometida sin un impulso masivo del deseo de vivir la verdad. Y la catarsis que la belleza moral produce en el modo de considerar la vida social, solo la puede crear el cambio pacífico del Régimen monárquico por un sistema político garantista de la libertad.

Se comprende el temor a la restauración de una República, vinculada al recuerdo de la guerra civil, que fue liberal y no democrática. Se comprende aún mejor que los señores Zapatero, Llamazares, Carod, y cía limitada, saquen de paseo la momia de aquella República y agiten respetables banderas o memorias históricas, para asegurar sus mandamasías. Lo que no tiene explicación racional es el temor imaginario, en los elementos y sectores más dinámicos o marginados de la sociedad, a una III República, prudente y culta, que ya ha sido fecundada por el orden y la paz civil de la democracia representativa que lleva en sus entrañas.

El Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC) es nuncio y motor de la revolución ética y estética de la política. Su voluntarismo republicano superará, con la acción constructiva de sabias instituciones, al noluntarismo monárquico.

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