La teoría de la República debe integrar en su definición tanto el elemento intelectual como el volitivo. En cuanto al primero, si la política la decidiera la razón no habría Monarquías. Incluso los monárquicos admiten que la fórmula republicana es la racional. Pero defienden la necesidad de Reyes, sea porque encarnan el orden divino, que los hace incluso patriarcas de la Iglesia como en el Reino Unido, o bien sea por su patriotismo familiar, supuestamente capaz de garantizar la unidad territorial y de clases sociales. Aunque los hechos demuestren lo contrario, como en España, la débil fe monárquica sigue siendo suficiente sustituta de la razón, para una mayoría de españoles mentalmente programados por la falsedad de la propaganda antirrepublicana.

En cuanto al elemento volitivo, el republicanismo tradicional simplemente lo ha desconocido. Pues una cosa es la virtud cívica (Maquiavelo, Montesquieu), y otra la voluntad de creer y la voluntad de verdad que necesita la República, por encima de la voluntad de poder de las ambiciones republicanas. La ausencia de voluntarismo en la definición de la República se debe a la exclusiva confianza en la razón del viejo discurso republicano, contrario a toda fe, y al rechazo laico de la voluntad divina en los asuntos mundanos. Pero la voluntad de creer y la voluntad de verdad tienen fundamentos en la psicología y en la teoría del conocimiento.

Partiendo del pensamiento de Pascal sobre “la opción o apuesta de ganar la verdad“, el psicólogo William James sostuvo que la naturaleza pasional del deseo de evitar el engaño y de obtener la verdad, determina que la razón sea insuficiente. Si suspendemos el juicio por temor a equivocarnos, estamos obligados a optar por una creencia viva en cuestiones vitales, como la religión y la política. Unamuno adoptó este pragmatismo de la voluntad de creer, en el sentimiento trágico de la vida, ligándola a la voluntad de vivir. Y nada es más vital que optar entre un régimen de poder o un sistema político de vida colectiva.

La nueva teoría de la Republica se basa en la voluntad de creer en ella, y elegirla como modo de vida social más probable de verdad, contra el modo monárquico, más probable de engaño. Pero, además, hoy disponemos de otros métodos de análisis del discurso público que descubren su falsedad, dando fundamento sólido a la verdad, más allá del pragmatismo, como hizo el estructuralismo de Michel Foucault, al excluir lo inadmisible por su falsedad, e incluir lo verdadero omitido en la historia escrita en filigrana, con más espacios vacíos que los ocupados por la trama.

Mucho más fácil que revelar la verdad sobre los manicomios, resulta hoy descubrir la locura normal, de que hablaba Santayana, en el discurso monárquico de la Transición, donde lo inadmisible y lo omitido constituyen la esencia de su argumento histórico y de su sintaxis paralógica.

Por el contrario, la voluntad de creer en la Republica Constitucional se afirma en su discurso público, no solo por pragmatismo utilitario, sino por la voluntad de verdad que fundamenta el voluntarismo en la acción política de los modernos republicanos. Un voluntarismo alejado de la voluntad de poder, por decisión consciente y sabia de los fundadores y miembros de este “Movimiento de ciudadanos hacia la Republica Constitucional“ (MCRC), que es tanto como decir hacia la democracia formal. Un movimiento, hecho único en la historia política, que se disolverá tan pronto como haya conquistado, por vía pacifica, la libertad constituyente del sistema republicano que sustituya al régimen monárquico.

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