Al volátil y pusilánime Presidente de Gobierno le han fallado las circunstancias, así que se dispone a cambiar de identidad política. De la pródigas subvenciones a los implacables recortes presupuestarios. Este viraje no acaba de ser asimilado por los compañeros de viaje sindicales, a los que, sintiéndolo mucho, no les va a quedar más remedio que convocar una huelga general. Además, en los ámbitos mediáticos pseudoprogresistas, de tonto útil de izquierda, van a convertir al promotor de la concordia universal en tonto inútil de derecha.   El aspirante a ser designado sucesor por su jefe, señor Blanco, no ha tenido empacho en subirse a la noria televisiva para atenuar la conmoción social que están produciendo los ajustes de Zapatero, el cual, para justificar la presencia del ministro de Fomento como mano derecha del poder ejecutivo, podría decir lo mismo que el Caudillo, cuando le pasaron la terna para escoger secretario general del Movimiento y sacó a Fernández Cuesta: “Excelencia, ha elegido usted al más tonto”: “Por eso”.   Mientras tanto, desde las bancadas peperas, exigen a voz en cuello la dimisión de Zapatero, para que el jefe de la derecha estatal empiece cuanto antes a cuadrar las cuentas y a poner orden en el desmadre zapateriano. El mal de la corrupción está diagnosticado y su tratamiento prescrito, pero los “matasanos” del PP son inmunes a las bondades de la democracia, y como Kent al rey Lear “Está bien, mata al médico y otorga una recompensa a la repugnante enfermedad”, quieren convocar a la soberana masa votadora para que refrende ahora su ilimitada e impune capacidad de mando en el Estado.   La dimisión repentina del gobernante calma el desasosiego social. No como la confesión de la culpa por el reo, sino como evacuación sentimental de una tensión insoportable entre la abundancia de emociones y la escasez de ideas para expresarlas. La catarsis es un atajo que, en momentos de desorientación sentimental, conduce a la ética a través de la estética.   La belleza de un relámpago de dignidad ilumina la conciencia de la fealdad moral en la que vivimos, del agobio al que nos conduce el deshonor, de la utilidad de renunciar a las agradables ventajas con que la maldad impide la alegría. Con la dimisión por dignidad se le pide al gobernante que sublime su fracaso político mediante un bello gesto moral. Que calme el malestar de la sociedad, comunicándole su propio dolor en voz alta: dimitiendo. ¿Será capaz Zapatero de entonar semejante canto del cisne?

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