Nube de palabras de la Ley de rescate Bush (Ricardo Carreon) Utopía y realidad La idea de un contrato social, originado voluntariamente por sujetos autónomos (que, en consecuencia, son capaces de “darse a sí mismos” las leyes) y –otros han añadido, perspicaces– además plebiscitado a diario, es no sólo el pilar fundamental del pensamiento de la izquierda que Gustavo Bueno llama «indefinida», sino también, y lo que es más importante, constituye una de las más perfectas legitimaciones para la impostura de llamar a la actual monarquía partidocrática una democracia.   Es de la mayor relevancia desenmascarar la mentira que en la práctica supone traspasar una intuición subjetiva, proveniente de una perspectiva que en último término se remite a la visión simbólica del Paraíso en la Tierra, a un universo del discurso natural y racional en el que históricamente los seres humanos han sido vapuleados por condiciones adversas desde el principio. Las leyes surgieron no por un acuerdo voluntario, sino como resultado inevitable de una tensión entre distintas fuerzas, de modo tal que pudiésemos protegernos tanto del azar como de poderes arbitrarios. En otras palabras, las leyes son instancias generadas intersubjetivamente, cuyo origen no se halla ni en la visión subjetiva ni en un acuerdo colectivo consciente y “libre”. Por ello, la expresión “darnos leyes a nosotros mismos” no deja de ser puramente metafórica.   Una democracia no puede basarse en el sueño autológico de quien prescinde de los hechos más simples de la experiencia, sino que ha de tomar la irracionalidad y la pasión por el poder precisamente como los vehículos que hacen posible un sistema político garantizador de la libertad. Se trata de una prodigiosa hazaña conquistada mediante lo que García-Trevijano ha denominado, siguiendo la expresión de Hegel, la «astucia de la razón» democrática. Mientras tanto, el discurso político dominante pretende darnos gato por liebre, aludiendo a vaguedades extraordinarias tales como “paz global”, “solidaridad entre todos” o “alianza de las civilizaciones”, sin más distinciones. Aunque estos corderitos destilan sin duda las mejores intenciones, bajo su piel se esconde el mismo lobo de siempre, que no quiere dejarse dominar, y que lo devora todo a su paso mientras te acusa a ti de ser insolidario, malvado, malpensado.

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