Maurits Cornelis Escher creó su litografía “Escaleras arriba y escaleras abajo” basándose en la escalera de Penrose. En ella, dos filas paralelas de monjes recorren una escalera imposible, unos subiendo y otros bajando, en un bucle infinito que no conduce a ningún sitio, ni arriba ni abajo. Todo el esfuerzo que dedican a su tarea, por muy loable que sea su empeño, por muy grande que sea su afán de llegar al final y de terminar con su penitencia, es vano. En una terraza situada más abajo, un monje ha decidido dejar de participar en esa caminata sin sentido hacia ninguna parte, y los observa desde su nueva perspectiva, como si estuviera tomando conciencia de lo que realmente sucede. Mientras, en la escalinata de entrada al edificio, un segundo monje permanece sentado, en una actitud reflexiva o desanimada, dando la espalda a la construcción donde ha malgastado gran parte de su tiempo, carente ya siquiera del mínimo interés en contemplar las idas y venidas de sus hermanos.   Escaleras arriba y escaleras abajo, M.C. Escher Por último, estamos nosotros, los observadores externos, que captamos enseguida la trampa del dibujo y nos damos cuenta de que cualquier esfuerzo por subir o bajar la escalera de ese edifico no lleva a ningún sitio: la única solución es abandonar el lugar y mudarse a otro. Pero esto se debe a que nos encontramos en una posición más ventajosa con respecto a los monjes: estamos en otro sistema de referencia y en otra perspectiva, desde la cual se pueden percibir mejor los problemas inherentes al edifico representado. Si el monje abatido de la escalinata pudiera situarse en nuestro punto de referencia, comprendería mejor la situación, y podría ayudar a sus compañeros, empezando por el que acaba de dejar las filas y los observa desde la terraza. Si es capaz de enseñarles poco a poco a los demás que hay otras perspectivas, quizá podría liberarlos de su inútil caminata.   Mucha gente de buena voluntad aúna sus esfuerzos en campañas y organizaciones con fines muy loables. Desgraciadamente, muchas de ellas fracasan, o no obtienen los resultados que esperaban. En gran medida se debe a una falta de perspectiva global a la hora de determinar los problemas que pretenden solucionar. Se podrán sugerir y poner en marcha todas las ideas que se quiera para arreglar la crisis económica, la investigación, la educación, el terrorismo, la inmigración, etc. Pero todas estarán condenadas al fracaso mientras no incluyan la perspectiva de la libertad política de los ciudadanos.

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