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ROSA AMOR DEL OLMO

Con frecuencia resulta difícil por no decir casi imposible para el lector llegar a comprender la fusión entre religión y filosofía. Cuando el filósofo reflexiona sobre la vida y lo hace (lo hacemos) relacionando conceptos con el pensamiento cristiano nos alejamos de la esencia natural y del origen de las cosas. Esta dialéctica lleva a la filosofía, en cierto modo, a negarse a sí misma, es decir, a reconocer su insuficiencia en cierto modo para definir la vida con respecto a lo inexplicable, de ahí el querer relacionarla constantemente con lo inefable. El punto del que parte Maurice Blondel (1861-1949) -recordamos hoy su figura- en concreto su obra capital y tesis doctoral titulada L’Action, es la pregunta de si la vida humana tiene sentido y si el hombre tiene un destino. Yo actúo sin saber qué es la acción, sin haber deseado vivir, sin saber quién soy ni si soy. Y, según nos dice, no puedo, a ningún precio, conquistar la nada, sino que estoy condenado a la vida, a la muerte, a la eternidad, sin haberlo sabido ni querido. Ahora bien, este problema, inevitable, es inevitablemente resuelto por el hombre, bien o mal, con sus acciones. La acción es la verdadera solución efectiva que da el hombre al problema de su vida; por eso se impone su estudio ante todo.

La acción es el hecho más general y más constante de mi vida: más que un hecho, dice Blondel, es una necesidad, pues hasta el suicidio es un acto. Todo los que hacemos es algo porque lo hacemos precisamente, le damos una forma, lo configuramos en actuación. Solo se hace cualquier cosa cerrándose las demás vías y empobreciéndose de todo lo que se hubiera podido saber o conseguir. Cada determinación amputa una infinidad de actos posibles. Y no cabe detenerse y suspender la acción, ni esperar. Si no actúo yo algo actúa en mí o fuera de mí, casi siempre contra mí. La paz –dice Blondel- es una derrota; la acción no tolera otro aplazamiento que la muerte. Por esto no me puedo conducir por mis ideas, porque el análisis completo no es posible a una inteligencia finita, y la práctica no tolera retrasos: no puedo diferir la acción hasta llegar a la evidencia, teniendo en cuenta que toda evidencia es parcial. Además, mis decisiones suelen ir más allá de mis pensamientos, y mis actos más allá de mis intenciones. Las decisiones son a menudo fruto del ímpetu llevado la mayoría de las veces por la inercia y la expontaneidad que procura en si misma la operación, la tarea, la actividad, el movimiento, el ardor de la acción.

Hay que constituir, por tanto, una ciencia de la acción, integral, pasar a la acción, porque todo modo de pensar y vivir deliberadamente implica una solución completa del problema de la existencia. Blondel, que se remite desde luego al problema religioso, se opone al intelectualismo y al fideísmo, no en nombre del sentimiento, sino de la acción. De ahí su crítica al escolasticismo. Los entes son sobre todo lo que hacen y no lo que dicen ser tan acuñado en política. La filosofía tiene que “impedir al pensamiento político idolatrarse, mostrar la insuficiencia y la subordinación normal de la especulación, iluminar las exigencias y los senderos de la acción, preparar y justificar las vías de la fe”. La acción nos dará la esperanza y medida de nuestros proyectos e ilusiones.

 Image: Maurice Blondel

Rosa Amor del Olmo

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