Jesus Cacho

JESÚS CACHO

Curioso, cuando menos, que suenen tambores de consenso, flautas de coalición, entre un presidente de Gobierno que lo hace con mayoría absoluta y un líder de la oposición que más que dirigir un partido se protege de él, porque en el grupo de la rosa hay aspirantes mil dispuestos a caer sobre la presa y devorarla y ocupar el trono del socialismo hispano. Pero estas cosas, y otras aún más extravagantes, ocurren en el solar hispano en época tan convulsa como la actual, fin de fiesta de la Transición, crisis terminal de un sistema, más de cinco millones de parados y la luz que asoma tenue al final del túnel de una recuperación muy débil. Todo movedizo, huidizo, incierto. Resbaladizo. Y en algunos, los menos, los más inteligentes, con cierta visión de Estado, seria preocupación por lo que pudiera ocurrir en el horizonte del otoño de 2015 si se cumplieran las alertas de unas encuestas que anuncian un severo castigo a los dos partidos mayoritarios, conservadores y liberales, Cánovas y Sagasta, PP y PSOE, Rajoy y Rubalcaba, fin del duopolio, la historia de España revisitada un siglo después.

El caso es que las nobles gentes del Ibex 35, los patronos con mando en plaza, los señores de horca y cuchillo con acceso directo al BOE, algunos, los menos, andan alertando de la eventualidad de que, tras las próximas elecciones generales, y aun en el caso de victoria del PP por la mínima, en el Gobierno se instale una ensalada de partidos presidida por una reedición de Zapateropero en peor, en más radical, más doctrinario, más sectario. Pongamos que hablo de MadinaMariano Rajoy aseguraba estos días en privado que “eso sería el final de España” (sic). Vino a decir el Presidente que estaría dispuesto a considerar una coalición “a la alemana” entre los dos grandes en caso de que fuera necesario para cerrar el paso a un ‘gabinete batiburrillo’ [del que esta semana hablaba aquí Federico Castaño] formado por PSOE, IU, UPyD, nacionalistas y algún grupo aún más pequeño presente en ese Parlamento altamente fragmentado que los sondeos vaticinan. Mariano pone como condición para aceptar lagrosse koalition que a los mandos del partido socialista siga estando Alfredo Pérez Rubalcaba, porque “de los otros, ni los conozco ni me fío”. Hay, pues, que salvar al soldado Rubalcaba, apuntalarlo en Ferraz, defenderlo de las asechanzas de los jóvenes tigres que sueñan con devorarlo, porque “Alfredo nos tiene que durar hasta las próximas generales”. Rubalcaba es hoy para el PP lo que Manuel Fraga fue para el PSOE de Felipe González en los ochenta.

Y hay un hombre que sueña con dirigir la orquesta en la sombra. Se trata del ínclito Juan Luis Cebrián, presidente del Grupo Prisa, el ex jefe de los informativos de TVE conArias Navarro, progre de postín durante la Transición y ahora devenido o demudado, ya millonario de pro, en admirador de Rajoy (“No ha habido Gobierno en la democracia que haya interferido menos en la libertad de expresión”) y en rendido adulador de Soraya Sáenz de Santamaríasorayo de tomo y lomo, esa vicepresidenta que desde su despacho en los arrabales de la autopista de La Coruña ha dirigido las operaciones empresariales que han conducido a la salvación de Prisa de la quiebra, mediante la conversión de parte de su deuda en equity. Ha hecho más este Gobierno. Por el Madrid de los ricos de siempre corre como la pólvora una versión según la cual la reciente modificación de la Ley Concursal se ha hecho a petición de Prisa, para salvar definitivamente a Prisa –un grupo anclado por el lastre de una deuda imposible de pagar, pero con capacidad de generación de cash-flow positiva-, del cierre y liquidación por fin del negocio.

De manera que Juan Luis vive una especie de luna de miel con el Gobierno, al que seguramente debe la vida, al tiempo que sigue manteniendo una fraternal relación de amistad con Rubalcaba, el hombre que hasta hace cuatro días, como reveló en su último libroJosé García Abad, solía dar el visé a las portadas de El País antes de entrar en máquinas. El 1 de diciembre de 2013, el periódico de Prisa publicó una encuesta de Metroscopia (“Un Parlamento difícil de gobernar. De la estabilidad de la actual mayoría hegemónica del PP a un Congreso fragmentado en el que sería imprescindible tejer acuerdos a varias bandas para sacar adelante las iniciativas”), en la que se hablaba del “hundimiento global del bipartidismo”, lo que apuntaba a un Parlamento fragmentado con dificultades para formar mayorías estables, de tal forma que “para alcanzar los 176 de la mayoría absoluta sería necesario el acuerdo de más de dos grupos. O, como alternativa, la impensable gran coalición de populares y socialistas”.

Y Rubalcaba se deja querer

No tan impensable. No ahora. Desde la plataforma que le proporciona su relación preferente con los dos grandes grupos, Cebrián está dispuesto a actuar de muñidor de esa gran coalición y servir de engarce al tiempo con el heroico grupo del Ibex 35, “esos empresarios que, como siempre, no tienen ni puta idea de política, porque lo único que tienen es miedo: el que provoca la incertidumbre que precede a cualquier cambio, el eco de los bárbaros que se acercan con sus caballos al galope a las puertas de Roma”. Para contener a los nuevos conquistadores que quieren remover las aguas podridas de un sistema que se cae a pedazos, Cebrián cree también fundamental sostener a Rubalcaba, porque Alfredo es “un hombre valioso, reflexivo, ecuánime; sobre todo es un político previsible, con cuyo trato está familiarizado Mariano”. Y Alfredo se deja querer, más aún, víctima de la humana pulsión por el Poder, cree que la suya es una carrera de resistencia, porque basta esperar a que tu enemigo se queme para que el poder caiga en tu cesta cual fruta madura, como le ocurrió a Rajoy con Zapatero.

Las primarias del PSOE es el gran escollo en el que podría embarrancar no solo la nave de Alfredo, sino la flota entera del establishment patrio partidario de esa grosse koalition –idea en la que, como adelantaba Castaño en VP, también participa un ZP que intenta por todos los medios una imposible rehabilitación- capaz de evitar la quiebra de un sistema carcomido por la corrupción galopante. ¿Qué pasaría si a esas primarias se presentaran 5 candidatos que se repartieran el voto a razón de un 20% per capita, más o menos? El follón sería de tal calibre que “es mejor que en las actuales circunstancias el proceso lo maneje Alfredo, el mejor, el más experimentado, y nos dejemos de aventuras. Además, es el único que podría enjaretar ese Gobierno de coalición con el PP tras las generales de 2015”.

¿Cómo suenan en el PP las notas de esta charanga? “Después de haber sufrido como un perro, Mariano vive ahora el primer momento tranquilo, casi dulce, de la legislatura”, señala una fuente del partido. En el Gobierno se dicen contentos. La economía puede crecer este año al 1,2% según los nada complacientes expertos de Fedea; las cifras de paro van a ir bajando, la prima de riesgo está en los 170 puntos básicos, el Tesoro se financia cada día más barato, “y hasta hemos logrado cambiar el chip del discurso político: ya no se habla de crisis, sino de bajar impuestos, todos los días y a todas horas…” La pelea entre Soraya y Cospedal está en su cénit, pero eso importa poco a un Mariano que podría estar pensando en anunciar una crisis de Gobierno, porque ahora es el momento idóneo, y porque espera ganar las europeas con un margen muy estrecho, pero ganarlas.

Tres boxeadores sonados a punto de caer sobre la lona

La idea de repetir mayoría absoluta en 2015 no entra, sin embargo, en la mente de ningún pepero, conscientes todos de que la sangría de votos será grande. Para entonces, con todo, queda un mundo, lo que no es óbice para que algunos se preocupen por la composición de las Cortes que podría salir de esa consulta. Palabras de un discreto Pedro Morenés, engarce entre Moncloa y Zarzuela: “Yo ya le he dicho al presidente que la prioridad del Gobierno y del partido debe ser mimar a Rubalcaba ante lo que pueda pasar”. Pocas dudas hay de que las columnas que soportan el Sistema, esa oligarquía tantas veces aquí descrita, va a hacer lo imposible por mantener inalterable el statu quo. El establishment se resiste al cambio. Ni el Rey ni Rajoy ni Rubalcaba –la teoría de las “tres erres”-, los tres cual boxeadores sonados que necesitan apoyarse mutuamente para no irse a la lona-, se perciben como parte del problema de España. El problema es cosa de la coyuntura, de modo que en cuanto se empiece a crecer asunto resuelto. Vuelta al sistema de turnos y tutti contenti.

De nuevo las dos Españas, la real y la oficial. Frente a los vientos de cambio que vende el entorno de Rajoy, la realidad de un Ejecutivo que ha sido incapaz, un año más, de cumplir con el objetivo de déficit, porque, como no se han hecho las reformas de fondo obligadas y seguimos teniendo un Estado demasiado grande, imposible de financiar salvo con deuda. Ahora el Gobierno prepara una reforma fiscal sin rebaja fiscal, o la bajada de unos impuestos con subida de otros, deslumbrante cuadratura del círculo de un país que soporta un Estado que no puede permitirse, y cuyo problema no está en el lado de los ingresos, como sostienen derecha e izquierda, sino en el del gasto. De manera que no hay reforma tributaria que valga sin abordar antes una reforma del Estado, de la misma forma que no será posible acabar con la corrupción sin una separación radical entre lo público y lo privado (más mezclados que nunca en la España rajoyesca) y sin una justicia independiente. Y todo eso y mucho más, resumido en la aspiración ciudadana a un país moderno, eficiente, rico y justo, no será alcanzable sin una reforma a fondo de la Constitución del 78, un proceso al que se oponen nuestras elites con uñas y dientes. Será cuestión de resignarse o rebelarse.

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