Luis López Silva

LUIS FERNANDO LÓPEZ SILVA

Por mucho que me cuesta imaginármelo, tengo la sensación cada vez más certera de que nuestro país, desde la autovía del Cantábrico a Cádiz y desde la raya extremeña al punto más oriental del Turia, es un escaparate gigantesco  donde la política que se ofrece y se práctica es un teatro de bufones picarescos  que nos entretienen con su ópera bufa. Pero a la vez,  estos charlatanes del hemiciclo, perpetran sutilmente un latrocinio contra libertad política, el erario público, el Estado y sus instituciones, es decir, socaban los pilares de la ¿Democracia? ante nuestros ojos de convidados de piedra.

Desde la nostálgica Transición hasta la actualidad, la estética del escaparate de cara al público ha cambiado en varias ocasiones. Si bien, los financieros y organizadores patrios del castizo paradigma socio-político español siguen siendo los mismos personajes e instituciones que siempre han estado detrás de las bambalinas tirando del hilo. De hecho, la primera operación de estética nacional ocurrió  cuando el PSOE de González gana las primeras elecciones  a principios de los 80 y todo el país se revolucionó creyendo que por fin Jesucristo había bajado en ayuda del pueblo español. Sin embargo, a la luz de los acontecimientos, el felipismo no fue más que una “mascarada” que adaptó las recién desgrasadas estructuras franquistas a una joven y escuálida ¿Democracia?, eso sí, dejando intactos los pilares básicos del régimen franquista: el poder económico y la voluntad omnímoda de la Iglesia.

En el año 96, tras el choriceo socialista, llegó el Aznarato  (véase  Vázquez Montalván, M) y sus ideas de convertir España en propiedad privada de unos cuantos. Tal vez, porque, el tejano español, vio raquítica la privatización de los socialistas. Pero a medida que avanzaban y consolidaban las privatizaciones y las políticas económicas que nos llevarían a la categoría de gran potencia económica,  detrás de la piel de toro, se fraguaba la mayor tormenta inmobiliaria y financiera que se pueda imaginar. Ni las instituciones políticas ni económicas deseaban parar la fiesta y las burbujas del champán.  De nuevo, en esta etapa, el dinero y la Iglesia no solo salieron indemnes, sino que salieron reforzados.

Comoquiera que sea, el desgaste de la guerra de Iraq, la impericia en la catástrofe marina del Prestige y la inaudita manipulación del 11-M, fulminaron la idea de la nueva España imperial, y  a la par, terminaron con el gobierno de Aznar  para dejar paso a un hombre de naturaleza optimista  que creía que podía derrotar a la realidad con el solo hecho de creer en el género humano y predicar el bien.  De esta guisa, las elecciones del 2004 nos dieron como presidente a Zapatero y su ristra de ministros/as incompetentes que no fueron capaces de desmontar el chiringuito financiero hasta que les estalló en las manos por pura desidia y por el llamado “síndrome de la Moncloa”.  Zapatero, el radical de izquierdas, como le denominaban algunos, también fue incapaz de desmontar la herencia franquista del capitalismo castizo y la misa de las 7.

Tras el hundimiento de Zapatero en 2011, de nuevo cambia el escaparate y entra en escena un hombre gris y taimado que lleva recorriendo las cloacas de Estado desde la época de Fraga y Rosón, sus mentores. El problema de Rajoy, hasta ahora, es que su compromiso electoral lo ha deshonrado con el lema de: “donde dije digo, digo Diego” y otros temas de gran calado social como la sanidad, educación, ley del aborto…

Como vemos, el escaparate nacional sufre cambios, y además cambia por la voluntad popular en las urnas, lo cual, es algo pero insuficiente. Por ello, me da la impresión de que detrás del escaparate existen poltronas inamovibles, perennes, que han sabido sucederse a lo largo de los años y mantener e incluso aumentar su poder de influencia frente a las protocolarias modificaciones del escaparate democrático. El por qué es sencillo de elucidar: son ellos los promotores de que el escaparate alterne para hacer parecer que el engranaje democrático funciona a la perfección. Nada más lejos de la realidad, porque el problema de España sigue siendo el de siempre, el de antes de la Guerra Civil, el del Régimen franquista y el de la Democracia, es decir, el de su incapacidad como pueblo para denunciar a sus élites económicas, políticas y religiosas y hacerles ver que sin el pueblo no hay país ni democracia, sino una terrible tiranía de la política, la economía y la religión.

 

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