ILLY NES.
EPÍLOGO FICCIÓN
JORGE Y BORJA
Año 1993. Jorge tiene 35 años, es periodista y Borja es político, tiene 38. Ambos vienen de la periferia, de la misma provincia, pero ahora el destino los ha llevado a Madrid. Jorge ha encontrado trabajo en una publicación de Arte y Borja ha sido elegido diputado, tras bregarse en la política local de su región. Jorge es tibiamente progresista y Borja es conservador moderado, pero les unen más ideas que a sus propios compañeros de profesión y de partido. Sorprendente, también gozan de un cierto parecido físico, realzado además por su peculiar acento. En realidad, Jorge es una persona culta y Borja también, y eso les hace ser especímenes singulares en los tiempos que corren. Quizás por eso el destino los juntara.
Mi amigo Alonso me presentó una vez a Jorge, trabajaba en la misma redacción de la revista. Los dos congeniaban porque son tipos simpáticos, extrovertidos, buena gente, amables. Yo, por mi parte, conocí a Borja cuando en otra ocasión -también soy periodista- un redactor jefe me sugirió entrevistarlo como uno de los nuevos valores de la derecha en España. Me sorprendió: Borja poseía un fino sentido del humor, manejaba el sarcasmo y la ironía como un arma dialéctica letal. Creo que enseguida nos caímos bien, teniendo en cuenta que yo frisaba los 30 años y me parecía que aquel político, todavía joven, prometía cambios de mentalidad entre las derechas españolas, recién salidas del franquismo.
La entrevista transcurría por caminos lógicos, previsibles y placenteros, terminamos antes del tiempo previsto, apagué la grabadora y nos echamos un cigarro. Él fumaba puros, me ofreció uno pero yo prefería mis cigarrillos rubios bajos en nicotina. Estábamos en septiembre, pero como ese verano yo había viajado a Cuba de vacaciones y adquirido de estraperlo en el mercado negro cuatro cajas de espléndidos cohibas, la grata, amena y cómplice conversación (me había hablado de la necesidad de renovación en su partido, algo en lo que yo coincidía) derivó rápidamente hacia los puros, su calidad, sabor y olor…
— Me he fumado una caja de cohibas y aunque no tenía el sello oficial, pude certificar que eran auténticos: en el hall del hotel una señora que mostraba a los turistas cómo se hacían, no pudo distinguir el supuestamente falso de uno verdadero.
— ¿Como era el falso?, me preguntó él.
— Así de largo… (extendí las dedos índice y pulgar de las dos manos como si fueran revólveres y acoté una distancia como de 25 centímetros)
— Pues sí que es largo, sí…. (exclamó él con aires pedagógicos). ¿Te gusta Cuba? ¿Es la primera vez que vas?
— Sí, es la primera vez y me ha encantado.
— Yo he ido ya varias veces, a mi también me gusta mucho, comentó él.
— ¡Que casualidad! ¿Y te has fumado uno de estos puros que te digo?, le pregunté ya en abierta confianza y tuteándolo como él hacía conmigo.
— Sí…, tan grandes y aún más, dijo él.
— ¿Como de grandes eran los tuyos?, pregunté con evidente ignorancia, pues lo mío no era el tabaco aunque al tiempo me daba cuenta de que el tamaño no es lo que importa al medir la calidad de un habano. Pero en ese momento, Borja se rió, se echó hacia atrás en el sillón de su despacho, y con evidente satisfacción respondió imitando mi anterior gesto con sus dedos índice y pulgar.
— Así… (La distancia era de unos 30 centímetros).
— ¡Pero si esos son más grandes que los míos!, advertí yo.
— Me los he fumado incluso más grandes, replicó él.
— ¿Más grandes? Imposible, no los he visto, y busqué bastante…
— Así (volvió a extender sus manos, esta vez con una distancia de unos 35 centímetros, claramente exagerada para un puro).
— No, lo siento, no me lo creo, ni pienso que haya un puro tan largo, porque…
Borja se había extendido ya claramente en el sillón y mostraba una sonrisa picarona, claramente burlesca… Estaba claro que me tomaba el pelo. Cuando reparé entonces en la metonimia: los puros, el tamaño, las vacaciones en Cuba… estallé en una carcajada y no pregunté más. Nos miramos nuevamente de manera cómplice. Él ya entendía que yo sabía, no hacían falta más juegos de palabras.
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