La cultura es un fenómeno humano tan vasto y complejo que resulta muy difícil acordar una definición de consenso sin que nadie disienta de la misma. No obstante, nadie puede objetar desairadamente en contra de la siguiente concepción general e histórica: la cultura es el recorrido histórico de todas aquellas manifestaciones materiales y espirituales suscitadas, asumidas y desarrolladas por los pasados y presentes grupos sociales hasta la construcción de nuestro mundo actual.
Sin embargo, lo que aquí propongo es reseñar una crítica recurrente al presente cultural. Por un lado, aun quedan en nuestra sociedad pétreos grupos que entienden la cultura como saber enciclopédico o academicista, el hombre como recipiente vacío que ha de ser llenado, tan característico del intelectualismo pedante; y por otro lado, la cultura de masas promovida por entes públicos y privados sustentada en la edificación de espacios mostrencos de renombre y la consagración de eventos pseudoculturales; sendos, con la penosa función de embelesar más que de culturizar.
Hoy día todos los agentes e instituciones que generan y difunden cultura, desde los sistemas educativos e instituciones sociales hasta los grupos políticos, pasando por las empresas y las redes sociales se asemejan en un punto común, en la forma de concebir la cultura como maquinaria gestadora de hábitos consumistas y conformistas. Los sistemas educativos para adaptar a las nuevas generaciones a la cultura dominante, los grupos políticos para sus intereses de consumo ideológico y perpetuación política, las empresas para fidelizar a sus clientes-consumidores futuros y por último, las redes sociales como instrumento globalizante de las tendencias anteriormente nombradas; aunque por supuesto, en oposición a esta tendencia cada vez emergen más grupos de resistencia a este estado de hechos. En nuestro mundo social se absorbe tanta información invitando al acto de consumir que la cultura actual depende en sumo grado de la estrategia de la mercadotecnia. Así mismo, la cultura que asimilamos en nuestras sociedades se dirige mayoritariamente hacia la satisfacción de un sistema que solo exige la maximización de la cuenta de resultados venidera, no existe una cultura desinteresada al margen de los futuros beneficios, sino que la mayoría de la cultura propagada en los últimos años ha sido una erudición masificante y masificada que a corto, medio y largo plazo solo pretende el llenado de salas, museos y auditorios con masas pasivas dirigidas por la pirámide de intereses político- empresariales.
En contraposición a toda esta filosofía de la cultura como satisfacción hedonista, es valiente e inteligente reivindicar la cultura en el sentido gramsciano. A pesar de su pasado contexto social, Gramsci supo conceptuar la cultura como un fenómeno muy diferente a cómo entonces y hoy lo percibimos, o sea, como un medio para hacer aflorar la conciencia de nuestro yo en el mundo, de instruir nuestra voluntad de poder para ejercerlo en pos del provecho propio y común. Para el ítalo, la cultura es organización, disciplina del propio yo interior, es una toma de posición de la propia personalidad, es la conquista de una consciencia superior que intenta comprender el valor histórico, la propia función de la vida, los derechos y deberes. Y en contra de muchos, identifica la cultura con la crítica, la cultura como medio cognitivo para juzgar los acontecimientos, discernir la verdad, salir del caos y la parálisis social y forjarse un ideal que guíe el camino. Y es aquí donde se hace pertinente formular la pregunta del título, ¿cultura para qué? Si la cultura es simplemente un cúmulo de conocimientos y eventos sin capacidad de coadyuvar una crítica razonable sobre la sociedad eternizando así un modelo de convivencia con graves deficiencias, uno se pregunta cómo y por qué una civilización nacida del conocimiento y que depende de él, se convierte en una comunidad conformista que no aporta sabiduría ni bienestar y deviene en cultura alienadora. En fin, la realidad es que en este comienzo de siglo no hemos sido capaces de resolver la ignorancia y la abulia mental en grandes capas de la población a pesar de que las Tecnologías de la Información y la Comunicación han abierto el conocimiento y la cultura a todos en un flujo horizontal de información. Mientras la cultura actual pierde constantemente poder de crítica y rebeldía a la par que es desplazada por la cultura sensacionalista y consumista, la sociedad ha de hacer un esfuerzo por recuperar las virtudes esenciales de la cultura, es decir, reclamar una sociedad justa, un ser humano de calidad y una vida plena y feliz.
Luis Fernando López Silva