Hoy en el capítulo nº 37 del programa «Coloquio y análisis político» Pedro Manuel González y Manuel Ramos analizan los hechos de la pugna dentro del PP por controlar el partido.
De mitos y penas
La modernidad con el abandono de la filosofía aristotélico-tomista, devino en una incapacidad de comprender la comunidad política como una realidad natural. Y de ahí surgirán varias ideas nefastas que aún hoy siguen en el ambiente ideológico que nos circunda, cegando, que no iluminando, el mundo de las ideas que inspiran esta miasma hegemónica en que pensamos y legislamos.
Y en el germen de estas ideas está la indeleble huella de Jean-Jacques Rousseau, más concretamente en tres mitos fundacionales de la actual confusión que son las ideas imperantes:
- Del buen salvaje. Esa incapacidad de concebir la comunidad política como una realidad natural se permuta en una visión donde lo único natural será el hombre no contaminado por la vida en sociedad, esto es, la civilización como artificio culpable de la perversión de la natural bondad del ser humano en su estado natural. Así Rousseau escribió: «Algunos se han apresurado a concluir que el hombre es naturalmente cruel y que hay necesidad de organización para dulcificarlo, cuando nada hay tan dulce como él en su estado primitivo, cuando [la naturaleza lo ha colocado] a igual distancia de la estupidez de los brutos y de las luces funestas del hombre civilizado […] El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe».
- Del contrato social. Al no ser la comunidad política una realidad natural se explica la sociedad por un mero contrato social. Los individuos, buenos de natural, acuerdan un contrato (en ningún tiempo ni lugar registrado) para vivir en comunidad. Y así vamos a pasar de una libertad natural a una civil. Donde éramos seres sociales, animales políticos según Aristóteles en su Ética para Nicómaco, hombres libres, pasamos a tener libertades como una concesión de esa organización social acordada en el contrato.
- Del progreso indefinido. Una concepción organicista de la sociedad, que determinada por la evolución, avanza siempre en dirección al ineludible estado de perfección. Cualquier tiempo pasado fue peor, siempre será mejor lo novedoso, el futuro. Cualquier cambio social nos acerca al paraíso terrenal y nosotros mesiánicamente podemos, y debemos, acelerar este proceso y ayudar al advenimiento de los nuevos y buenos tiempos. Desaparece así la libertad colectiva y quedamos determinados irremediablemente por el sacrosanto progreso.
La sociedad es, por tanto, un constructo de voluntades individuales que se inmolan en nombre de la abstracta «voluntad general», que siempre será de cambio, para acelerar así la llegada al mundo feliz hacia el que progresamos.
El primer mito va a ser conocido como el del buen salvaje. Siendo el hombre por naturaleza bueno e inocente, y sólo la sociedad es capaz de viciarlo y llevarlo a la maldad, nunca es culpable, que ya lo es la sociedad. El hombre es víctima de la sociedad. Desaparecida la culpa personal y por ende la responsabilidad, será la culpa social, es decir quedará diluida en lo genérico. La sociedad es entonces quien tiene que purgar sus culpas, no el ser humano concreto. Cuántas veces las madres exoneran de culpa y responsabilidad personal a sus hijos con el mismo argumento: «¡Si mi niño es bueno, son las malas compañías…!».
Pero negar la capacidad para optar entre el bien y el mal, negar la responsabilidad personal, es siempre negar la libertad. Si estamos determinados, amén de por lo biológico, por la vida social, no podemos ser responsables de nuestros actos, y sólo nos cabe culpar a la sociedad, el nuevo chivo sacrificial. La sociedad es culpable.
Estas ideas están detrás de toda la mentalidad victimista y también del movimiento indigenista tan presente en Hispanoamérica, como Carlos Rangel denunciara en Del buen salvaje al buen revolucionario, y también están presentes en nuestro ordenamiento legal. Está en la denominada Constitución, y por tanto en la Ley Orgánica General Penitenciaria, y en el Reglamento Penitenciario.
Y cuando partimos en el desarrollo legal, desde la Constitución, de una falsa premisa, será falso todo lo que de ahí derive.
En el artículo 25.2: «Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados».
Esta mentira, basada en el mito roussoniano, es evidente. Las penas tienen una finalidad retributiva, de castigo, una finalidad disuasoria para la sociedad, una finalidad preventiva, al apartar de la sociedad a los que la dañan y, puede tener una finalidad redentora para con el reo. Estos son los fines que pueden justificar la existencia de las prisiones. Y a esto están orientadas las penas de prisión. Esta es la verdad. Luego, en prisión habrá que tratar a los presos haciendo lo posible por prevenir la reincidencia en el delito, pero las prisiones no se justifican para esa labor de reeducación y reinserción.
Hemos partido de la mentira de que el que delinque no es culpable, no es responsable, no es libre, y de que la culpa es de la sociedad entera, pero como finalmente lo vamos a encerrar, nos justificamos diciendo que lo vamos a volver a educar, eso es reeducar (como en la novela distópica La naranja mecánica de Anthony Burgess, magistralmente llevada al cine por Stanley Kubrick) y lo vamos a volver a insertar en la sociedad, eso es reinserción social.
Pero yo, que conozco la materia, planteo tres objeciones:
- Hay una multitud de personas que habiendo delinquido no tienen ningún déficit educativo ni están viviendo fuera de la sociedad. ¿A dónde orientamos sus penas de prisión en estos casos?
- Si la sociedad es culpable y ha sido el influjo de ésta quien lo ha hecho delincuente ¿Por qué ese empeño en volver a insértalo en esa mala influencia que es la vida social? ¿O la misma sociedad es simultáneamente el problema y el remedio?
- Si nos empecinamos en la necesidad de reinsertarlo en la sociedad, ¿hay que apartarlo de ella para su mejor inserción? En las prisiones se les puede enseñar a ser buenos presos, pero no buenos hombres en libertad.
Claro que habrá que intentar, y se intenta, que el preso salga mejor de lo que entró en prisión. Pero nunca se puede hacer negándole su responsabilidad personal. Tendrá que reconocer la culpa desde su libertad y dignidad, y no hablar de él como una víctima reprogramable, como un error del sistema, sin libertad para elegir entre el bien y el mal.
Sólo podemos ser responsables en la misma medida en que seamos libres. Si se nos niega la posibilidad de responder de nuestros actos libres, si se nos sigue tratando como a buenos salvajes, como a niños en malas compañías, nunca podremos asumir nuestros actos. Y entonces, como nos enseña Fiódor Dostoievski en Crimen y castigo, no podremos ser redimidos de nuestra culpa no asumida.
Ayuso, la política judicializada
Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 96 de «La lucha por el derecho», nos habla de la relación que existe entre la politización de la Justicia y la judicialización de la política a raíz de la crisis del Partido Popular.
Rusia y Ucrania (1ª parte)
Hoy publicamos el capítulo nº 19 del programa «Escenario internacional», presentado y conducido por Marcelino Merino, donde Aitor Céspedes Suárez y Gabriel Sánchez Corral, nos hablan de Ucrania y los orígenes del imperio ruso, la europeización de la Rusia de los zares y de la guerra civil que precedió a la Revolución de Octubre.
Ayuso y la política judicializada
No es la primera vez que el futuro político de los mandamases de los partidos depende de decisiones judiciales. Ahora le toca el turno a Isabel Díaz Ayuso. Tanto ella como Casado esperan ansiosos lo que una fiscalía nombrada por la facción rival decida, y la consecuente actuación judicial.
Cuando no existe separación de poderes no sólo se politiza la Justicia, sino que también la política se judicializa. La judicialización de la política es la tendencia a la resolución por vía judicial de conflictos de orden político. La inexistencia de contrapesos de poder impide el control público de la actividad política de modo que, por un lado, los únicos agentes políticos reconocidos, los partidos, tienden a resolver sus disputas en los tribunales, y por otro, los gobernados irrepresentados sólo pueden impotentemente intentar responsabilizar a la clase política mediante la acción indirecta de una tutela judicial mediatizada.
El propio origen político de la notitia criminis determina el resultado del procedimiento judicial según quien lo interponga y quienes hayan designado a los jefes de los que tienen que resolver en conciencia sobre el asunto. Y viceversa, en la acción por la libertad política, la utilización de los cauces jurisdiccionales del Estado de poderes inseparados está destinada al fracaso más allá de la espectacularidad procesal.
Cuando los poderes del Estado no están separados resulta imposible distinguir entre la responsabilidad política y la responsabilidad penal de sus actores. La politización de la Justicia y la judicialización de la política son las consecuencias de esta inseparación. El control de los titulares de la jurisdicción mediante la designación de sus órganos de gobierno y puestos más relevantes en la curia pone luego en la arena judicial la discusión política. Así, no es de extrañar que resulte imposible a la clase política distinguir entre los dos distintos ámbitos culpabilidad.
La posibilidad de detección y depuración de las responsabilidades políticas es inversamente proporcional al grado de separación de poderes. Mientras que en EEUU los casos Watergate y Lewinski, aún sin responsabilidad penal de los presidentes afectados, los puso en la picota de la responsabilidad política, en España se eludió el procesamiento del jefe del ejecutivo por delitos de asesinato con la excusa de su estigmatización pública. Qué mayor muestra de la confusión entre responsabilidades políticas, nunca asumidas, y las criminales, que asimilándose en una sola avalan, a fin de cuentas, la irresponsabilidad absoluta de los titulares de un poder único, solo dividido funcionalmente.
Principio de Libertad
El principio que determina las reglas del juego político debe ser constituída por la libertad política colectiva.
Votar es aceptar el principio de una Carta Otorgada por el poder constituído tras la muerte de Franco.
Antonio García-Trevijano, 4 de diciembre del 2014.
Música: Allegro vivace. Sinfonía en do mayor de Bizet.
https://www.ivoox.com/sinfonia-do-mayor-3-allegro-vivace-audios-mp3_rf_1248918_1.html
La crisis del PP muestra la auténtica cara de la partidocracia
Hoy en el capítulo nº 36 del programa «Coloquio y análisis político» Juanjo Charro y Fernando de las Heras analizan las crisis del PP.
Guerra digital
Hoy, en el trigésimo octavo capítulo de «La cátedra de Dalmacio», presentado y conducido por Enrique Baeza, Dalmacio Negro Pavón (catedrático de Ciencias Políticas y autor de numerosos artículos y libros) disertará sobre el la situación en Canadá como punto de partida para desarrollar aspectos del nuevo paradigma totalitario inminente en los países occidentales en general y en España en particular.
Otras referencias:
– Camioneros Canadá
– Trudeau
– Sistema de crédito social
– Leyes habilitantes
– Revolución francesa
– Parlamento europeo
– Green pass
– Hipercontrol
– Guerra psicológica
Colegios profesionales e independencia judicial
Pedro Manuel González, autor del libro «La Justicia en el Estado de partidos», en el capítulo nº 95 de «La lucha por el derecho», nos explica cómo ha cambiado la profesión de abogado en los últimos 25 años.
Veintiún días
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo… puedo escribir, en realidad, lo que quiera. Puedo poner verde a la monarquía, desprestigiar al Gobierno… Y no habría consecuencias. Pero la razón no es que esté escribiendo en un medio minoritario, ni que yo no sea un peso pesado de la palabra escrita. No. La razón es la siguiente: no estoy mintiendo, y no soy una amenaza. Pero no sólo yo; ningún periodista lo es. Ningún medio, ni grupo de presión. Nadie. El statu quo está tan arraigado, son tan flagrantes sus fechorías, hay tan pocas consecuencias ante sus actos, que ni siquiera se toman la molestia de llamar la atención a quienes les critican o exponen sus falacias. ¿Alguien ha visto la película El Reino? Es española, creo que del año 2018. Trata sobre un político cualquiera miembro de un partido político cualquiera. No digo más por si a alguien le pica la curiosidad. No es que sea una gran película, pero expone la corrupción generalizada de forma bastante explícita. En una dictadura más burda que la que sufrimos habría sido objeto de censura. A ellos no les hace falta.
Hoy he salido a comprar. La tarde cálida reclamaba dejarse acariciar por la brisa en el rostro, respirar, observar los tonos rosados y anaranjados del día que tocaba a su fin. Un coche de la policía ha pasado a mi lado y he pensado que si quisieran podrían pararme y multarme, puesto que era mi barbilla la que iba cubierta. Mi nariz estaba muy ocupada oxigenándose. Y me ha entrado la risa al pensar que al día siguiente a la misma hora iba a ser perfectamente legal que mi rostro estuviese descubierto. Es decir, el virus no ha cambiado. Ni yo, ni las personas con las que me cruzo. Tengo las mismas probabilidades de contagiarme en un lapso de veinticuatro horas. Lo único que ha cambiado es la decisión arbitraria de los caciques de turno respecto a qué derechos tengo y cuándo puedo ejercitarlos. Y como soy esclava de la desinformación, a estas alturas sigo sin saber cuál de los bandazos a los que nos someten es el adecuado. Si tiene sentido coartarnos, si no lo tiene… Y por si acaso, me subo la mascarilla al compás de las sirenas. Por si acaso. Y en el supermercado guardo prudente distancia con el consumidor que me precede. Por si acaso. Pero no puedo evitar abrazar a mis amigas, o desinhibirme en una terraza con una caña delante. Incoherencias. Desinformación.
Estamos dejando que la clase política nos subyugue hasta ese punto. Nos tienen perdidos, dispersos, sin criterio claro. Por lo menos a mí me ocurre. Tal vez sea porque tengo en mi entorno a personas vulnerables, y considero que los experimentos mejor con gaseosa. Mujer prevenida vale por dos.
El corolario, no obstante, por lo menos el que yo extraigo, es el siguiente: somos marionetas bailando al son que nos marcan. Dejamos que jueguen con nuestros derechos fundamentales, e inherentes al ser humano, por lo menos tal y como yo los entiendo: nos marean con nuestro derecho de reunión, de expresión, y un largo etcétera. Un día somos proscritos y al siguiente ciudadanos de pro. Sin justificación o razón alguna. Pero luego nadie se sorprende cuando parece que no tienen potestad para hacer lo mismo con otras cuestiones. Que levante la mano quien siga sin resignarse a pagar esas desorbitadas facturas de la luz.
Nos dejamos mangonear. Es así de simple y de patético.
Dicen que son veintiún días los que dura el biorritmo emocional. Tres semanas es lo único que necesita nuestro cerebro para adquirir un hábito. Y entonces yo me pregunto. ¿Cómo nos funciona la mente tras tantos años de servilismo y sumisión? Que ya no son cuarenta, como marca la Constitución; ni los otros cuarenta anteriores. Que continuamos rebobinando y son muchos más. Son todos, son demasiados.
Y aun así el remusguillo de la inconformidad no nos abandona. Sentimos que las cosas no marchan bien. Algunos de manera abstracta; otros concretamos más y le ponemos nombre y apellido a algunos de los males que nos envenenan. Pero todos, o casi, sentimos que las cosas no son como deberían. En la conciencia de cada uno queda el saber qué hacemos al respecto. Porque si ni en veintiún días, ni semanas, ni años, ni lustros hemos claudicado, por algo será.





