Franco, Juan Carlos y Felipe. (foto: Jaume) Se ufanan de habernos donado la “democracia” a través de un arriesgadísimo proceso jalonado de sacrificios. Campanudos discursos y gestos patéticos suelen acompañar a las glorificadoras exégesis del régimen neofranquista. En su desbordante autocomplacencia suplantan con deformadas imágenes y argumentos retorcidos la realidad de aquellos días en los que la libertad política fue sofocada. ¡Falsarios! ¡Aduladores del triunfo de la sinrazón! ¡Mercenarios de la ambición más rastrera! ¡Su desvergüenza les hace concebir la esperanza de perpetuar tan colosal engaño! ¡Los ocultistas de la transición siguen apelando al espíritu del pacto entre traidores para renovar las fuentes inficionadas del consenso! Hallan cobijo en la moral de esclavo de tanto servidor voluntario de la opresión, de tanto desenfrenado aprovechador de las circunstancias, sean las que sean, de tanta cobardía incrustada en esas almas, cuya servidumbre, si no es planta natural, ha sido cultivada pacientemente. Que continúen hozando en su obsceno inmovilismo; que sigan triturando ideales; que poden las ideas hasta reducirlas a hojarasca; es su siniestro oficio; mientras vivan o perduren en nuestra memoria hombres libres que se afanan en su decencia e irrenunciable búsqueda de la verdad, las insignificantes reputaciones de la Monarquía de partidos se volatizarán el día menos pensado, y con ellas, comenzarán a disiparse las mentiras con las que los medios masivos nublan la visión ciudadana de la democracia. Los herederos de la dictadura captaron las volubles y predispuestas voluntades de los conductores de los partidos clandestinos, para transar en secreto contra la dignidad y la libertad de los españoles. Se ha inculcado la necesidad de aquella infamia como salida pronta, prudente y factible de la dictadura. Proclamar la defensa del interés general es una eficaz y acostumbrada coartada de los déspotas, para sacrificarlo a sus abyectos intereses. La camaradería entre unos y otro fue espontánea desde que empezaron a negociar el usufructo del Estado, con la mutua concesión de favores y privilegios. El tipo de Estado y la forma de Gobierno eran asuntos harto complejos y decisivos, como para someterlos a la consideración popular.
Los trasvases
Los presidentes autonómicos de la Comunidad Valenciana y Murcia presentarán un recurso de amparo al Tribunal Constitucional si el gobierno no recupera el trasvase del Ebro, en los términos previstos en el Plan Hidrológico Nacional del 2000. Los señores Camps y Valcárcel consideran que el trasvase a Barcelona que se aprobará este viernes en el Consejo de Ministros, incurre en la violación del principio de igualdad que reconoce la Constitución, si no se tiene intención de ampliar los derechos a disponer del agua sobrante, a las demás autonomías del arco mediterráneo con déficit hídrico. Esperanza Aguirre ha afirmado que Barcelona no tiene necesidad de sufrir escasez como si fuese una ciudad tercermundista, y ha pedido que el acuerdo sobre el trasvase del Ebro se aplique a otras ciudades, puesto que la derogación del mismo también afecta a Madrid en situaciones como la del 2006: después de tirar al mar 300 hectómetros cúbicos –la mitad de lo que se consume en Madrid al año- por la falta de capacidad en los embalses se tuvieron que imponer restricciones. La reiterada oposición al citado trasvase tanto del Gobierno central como de la Generalitat ha llevado a ésta, tras la necesidad acuciante de agua en Barcelona, y para no contradecirse, a presentarlo como una “captación puntual, temporal, desmontable y reversible” de agua durante un máximo de ocho meses. Sin embargo, el Ministerio de Medio Ambiente objeta que “es un trasvase en toda regla”, porque desviaría agua de una a otra cuenca. El trato desigual que sufren las poblaciones de unas comunidades españolas con respecto a otras no sólo obedece a las coyunturales afinidades políticas que puedan darse entre gobiernos (del PSOE con la Generalitat y contra los del Partido Popular), sino que también está inscrito en cierto principio discriminatorio de la Constitución, que se desarrolla a través de estatutos autonómicos y la rebaja de las competencias centrales. hechos significativos Manuel Pizarro, número dos de la lista del PP por Madrid y flamante fichaje preelectoral de Mariano Rajoy, ha insinuado que abandonará su escaño en los próximos meses, tras no ver colmadas sus aspiraciones políticas. El Papa Benedicto XVI, de visita oficial en EEUU, expresa su profunda vergüenza por los clérigos implicados en escándalos sexuales y alienta a los fieles para que den todo su apoyo a las víctimas. Bruselas duda de las ventajas del uso de biocombustibles.
Revolucionario feo
Juan Pablo Marat en un grabado de 1824 Revolucionario feo Como era un revolucionario feo sólo hablaría de política por la mañana; si aquella mujer, que también parecía más guapa en la oscuridad, todavía estaba en su cama. Se había prometido guardar con escrúpulo las leyes de la conversación honesta: nada de repeticiones no enfáticas o humorísticas, ni asomo de relativismo y miedo fuera. Anticipaba la emoción de suponer que ella lo apreciaría cuando despertara. Pero reprimía enseguida ese sentimiento. No quería convertirla en vencedora antes de la lucha, porque a buen seguro sería un enfrentamiento. Nunca había mantenido una primera conversación que no lo fuera, si de verdad se deseaba seguir hablando durante más tiempo del que ofrece la vida. Reparó, mientras preparaba buen café, en cuánto le había gustado la elegante forma de apasionarse de la muchacha. Siempre antes del sentido común. Los extremadamente racionales parecen más locos que los arrojados al imperio de las pasiones. Tendría ideas sencillas de rebatir, es tan difícil ser original en la sociedad de los otros… Qué hermosura de cadera, queriendo levantarse y cansada del peso de la sábana. A buen seguro reconocería al poeta dentro del hombre comprometido, la sensibilidad dentro de la crudeza que exige la libertad. Salió de la cocina viendo dentro de sí todo el blanco de la piel otra vez. Pero también debía de esperar las arrugas abandonadas encima del colchón porque no le causaron tanto dolor como sería natural. Desde la ventana sólo pudo ver, entre el tráfico gris, a una mujer corriendo hacia la primera parada de lluvia.
Error de Obama
“En pequeñas ciudades de Pensilvania y Medio Oeste se vienen perdiendo puestos de trabajo durante 25 años, sin que las Administraciones de Clinton y Bush hayan regenerado esas comunidades. No sorprende, por tanto, que se amarguen, que se apeguen a las armas (de caza), a la religión, a la antipatía por quienes no son como ellos, al sentimiento antiemigrante o contra el libre comercio, como formas de expresar sus frustraciones”. Este razonamiento de Obama (6 abril, San Francisco) ha sido calificado por Hillary de “elitista y divisorio”, en contraste con el orgullo, que ella comparte, por el estilo de vida de los trabajadores de esas pequeñas ciudades. Según la cadena ABC, Clinton está presentando a Obama como “un campeón de la amargura”. Ante la campaña de los medios conservadores, con ecos macartistas contra Obama, éste se ha tenido que disculpar “por no haber elegido las palabras más adecuadas”. Pero el error de Obama no está en su discurso ni en su disculpa. Aquél no contiene el menor indicio de elitismo, de intención divisoria entre categorías sociales, ni de amargura personal, sino todo lo contrario. Pues solo trataba de explicar cuales podrían ser las causas del desapego a la esperanza política, que se superarían con un acertado desarrollo de la economía regional. Y la disculpa, que no rectifica el sentido racional de su discurso, solo pretendía tender un puente de unión entre los divisionarios de su propio partido. Táctica que ha dado sus frutos en la conciliadora actuación de los dos candidatos en el debate televisado del 16 de abril. El error de Obama, que le obligará a pedir constantes disculpas por sus palabras, está en que parece no haber comprendido todavía que la causa profunda de su rechazo por el conservadurismo estadounidense no deriva tanto del color de su piel, como de la condición de ser un negro más inteligente y cultivado que la mayor parte de la clase gobernante. La inteligencia es un factor negativo en toda carrera politica dentro de un partido. Adlai Stevenson lo comprobó bajo el mandato de Kennedy. Se puede admitir la igualdad de un negro, incluso su excelencia en esferas específicas, como la musical o deportiva, pero no su superioridad intelectual en materia politica. Eso es lo que humilla a Hillary Clinton. florilegio "Las grandes personalidades no se soportan las unas a las otras. Lo que les sobra en entendimiento les falta en comprensión. Por eso las ambiciones sin causa moral se rodean, en la acción política, de pequeñas inteligencias voluntariosas, más capaces de servicio personal que de oficio intelectual. "
Lengua de partido
La política lingüística de los nacionalismos periféricos resulta cada vez más agresiva contra los hablantes de español. En Cataluña, casos ilustrativos de ello son la imposibilidad de escolarizar a los hijos o las multas por rotular sus comercios, en la lengua común. Después de siglos de convivencia, los nacionalistas buscan en la lengua autóctona el único “hecho diferencial” posible, convirtiéndola en instrumento justificador y generador de sus ambiciones. “En el fondo es amor” (foto: Mfgraf) Si este asunto fuese menos visceral y más racional, podría observarse la contradicción del nacionalismo. Si el catalán hubiera sido en verdad una lengua proscrita y tenazmente perseguida por el centralismo español, que ha logrado sobrevivir gracias a la heroica resistencia de un puñado de clandestinos hablantes, ¿qué necesidad hay ahora, no ya de promocionar tan indomable idioma, sino de perseguir a los hablantes del español? Y si los pasados atropellos lingüísticos del nacional catolicismo fueron condenables, ¿no lo son, entonces, también los actuales, cuando se supone, además, lo que hemos avanzado desde entonces? Se equivocan los nacionalistas al creer que son exclusivamente los factores políticos los que diseñan el mapa de las lenguas. Responde éste, en similar medida, a razones socioculturales, al comercio o a las relaciones económicas en general. Y una composición de todos esos elementos determinó el bilingüismo, asumido con normalidad, de los catalanes. La Generalidad Catalana pretende controlar todo lo que afecta a la parcela lingüística con el nuevo Estatuto (recordemos que únicamente refrendado por el 49% del censo). En esta disputa suele ignorarse deliberadamente que son las personas y no las lenguas, los titulares de los derechos; y que los auténticos damnificados de esta batalla son los hablantes. Parece ser que quiere resaltarse lo que nos separa, en lugar de lo que nos une. Los superficiales análisis mediáticos de los denunciantes (reaccionarios defensores de la patria común) de tales discriminaciones nos presentan el recurso de siempre, pero que nada soluciona: vótese a otro partido. No quieren ver que es la lógica interna del Estado Autonómico de varios Partidos lo que hace inevitable tan lamentables situaciones.
La Italia impolítica
Entre los electores italianos y Berlusconi siempre se ha interpuesto la gigantesca y omnipresente pantalla mediática, cuyo poder de persuasión y disuasión es el instrumento decisivo en la obtención del poder con urnas llenas de votos teledirigidos. La promoción del magnate milanés que llevan a cabo sus propios medios de comunicación, sin el menor asomo de imparcialidad por alguna clase de autoridad electoral, destruye la igualdad de oportunidades, condición inexcusable, junto a la libertad de candidaturas, para conseguir una representación auténtica. La eterna provisionalidad que resulta de los comicios italianos proviene de unas candidaturas restringidas a las listas de los partidos y el control privilegiado de los medios de comunicación, a lo que hay que añadir, en el caso de Berlusconi, fabulosas fuentes de financiación. La sociedad política que engendra esa disposición de las cosas nunca podrá representar las ideas e intereses de la sociedad civil italiana. Berlusconi, ese artífice supremo de la propaganda masiva, a pesar de sus anticuadas maneras, se incrusta en la modernidad: en el culto de la novedad aparente cuando ya no hay nada sustancialmente nuevo. Y por eso, él era la figura predestinada a reformar la partitocracia cuya corrupción e incompetencia dieron al traste con la misma, con unos mecanismos de demolición y limpieza judiciales que entonces resultaron efectivos, para alivio de la gran industria italiana. Este sujeto político tan afecto a las apariencias, estaba vinculado a Craxi pero no totalmente comprometido con el viejo régimen. Y con la audacia del oportunismo, se dispuso a remozar la fachada política de la clase de poder que los oligarcas quieren inextinguible: el que se ejerce sin el control de los ciudadanos. No es sólo resignación y hartazgo, sino también una consciencia disculpatoria de la inevitabilidad de la corrupción y de su impunidad, que se trasluce en la reincidencia berlusconiana, cuya divisa es la exculpación penal de la clase gobernante, mediante leyes hechas a medida de los intereses puestos en el juego amañado del dinero y el poder. El político no debe apartarse del bien, si le es posible; pero ha de saber emplear el mal si le es necesario, recomendaba Maquiavelo, que también decía que algunos medios extremos y repugnantes son impolíticos porque hacen imposible el mantenimiento del Estado. Berlusconi (foto: Alessio85)
La madurez del régimen
La confianza en la responsabilidad personal, en la aparente honradez o en la fulgurante competencia de los gobernantes, sin guarecernos bajo un dispositivo institucional que prevenga sus ultrajes o abusos, y nos permita deshacernos de ellos, pacífica, rauda y eficazmente, semeja a un lánguido abandono en las garras de un leopardo hambriento. Estamos a merced de unos gobernantes, que como era previsible, han ahormado su conducta a las incontables posibilidades de hacer el mal que un régimen antidemocrático les ofrece. En tal situación, debemos implorarles que no hagan todo el daño que podrían hacer y, si se apiadan de nosotros, mostrarles una inmensa gratitud. Conmiseración, es lo único bueno que nos es dable esperar, sin llamarnos a engaño, de los usurpadores del derecho democrático a elegir y controlar a nuestros dirigentes y representantes. No se trata de gobernantes rousseaunianos, sumos pontífices de una fantasmática voluntad general “de la que emanan todos los poderes”, como ha subrayado el Monarca en la apertura de la novena legislatura oligárquica, sino de aquéllos que, con un programa determinado y no con vagas promesas, obtengan la aprobación electoral de una mayoría social que les faculte para llevar a cabo ese programa desde el poder ejecutivo. En el teatro parlamentario de la soberanía popular, no caben los verdaderos representantes de los ciudadanos, los cuales trasladarían la inquietudes y defenderían los intereses de sus circunscripciones electorales, haciendo honor a su primordial función de control del Gobierno. Juan Carlos I (foto: Salamancablog.com) Los propagandistas de la partidocracia nos espetarán que semejantes reclamaciones no tienen razón de ser, ya que están cumplidamente recogidas en la Constitución y “razonablemente” ejercidas en la práctica política. Estos impolutos “demócratas” no se sienten aludidos. Si persistimos en el propósito de implantar la democracia, nos señalan parajes asiáticos y africanos, puesto que en Europa y en casi toda América ya ha germinado y madurado: el mal aspecto que presenta en ambos continentes quizá se deba a una excesiva maduración. Ninguna evidencia política es tan desgarradora como la desestimación de las normas democráticas en el ensamblaje institucional español.
Deslealtad de Hillary
Senadora Hillary Clinton (foto: Nrbelex) Las elecciones primarias para la designación del candidato del Partido demócrata a la Presidencia de EEUU, que tanto interés están despertando en todo el mundo, no pueden ser juzgadas con arreglo a las pautas y valores que orientaron la opinión en anteriores ocasiones. Pocos estadounidenses quedarán impasibles ante la novedosa probabilidad de que su futuro Presidente sea un negro o una mujer. Y pocos europeos ignoran que el porvenir de la UE estará más favorecido si la Presidencia de los Estados Unidos la alcanza el candidato del Partido demócrata. Este Diario ha indicado su preferencia por Obama porque lo malo conocido es siempre peor que lo bueno por conocer. Y la señora de Clinton, pese a su condición femenina, no encarna la potencia de algo nuevo que pueda cambiar significativamente la politica interior y exterior de EEUU. Sobre todo porque carece de credibilidad en su propio país y fuera de el. Es difícil de olvidar la ridícula comedia que representó ante las cámaras de televisión, con el animado rol de falsa heroína, en un imaginario recibimiento a tiros, al descender del avión en un aeropuerto de Bosnia donde fue recibida con ramos de flores. De cada diez estadounidenses, seis desconfían de ella. Los últimos sondeos indican la diferencia de credibilidad entre los candidatos demócratas: treinta y nueve por ciento, Hillary Clinton; sesenta y dos por ciento, Barack Obama. En el mes de enero pasado, la misma encuesta daba a Clinton el cincuenta y seis por ciento. Y casi el sesenta por ciento creen hoy que ella es la sola responsable de la actual división entre los demócratas. Hasta el educado y prudente Obama se ha visto obligado a acusarla de deslealtad al partido y de mala fe hacia él: “Coges la declaración de un persona sacada de contexto y la repites hasta la muerte. Eso es lo que la senadora Clinton viene haciendo en los últimos días”. Pero esta fría y comediante señora, que ya no espera obtener el favor del electorado demócrata, solo confía en el voto de los superdelegados del partido, a los que se dirige en todos sus comentarios sobre la inexperiencia de Obama en politica internacional. Difícil tarea, dada la gran cantidad de ellos que se han pronunciado ya por Obama.
Cuestiones paritarias
Desde el punto de vista de la política y hasta de la pura eficacia en la administración de los negocios públicos, la decisión del presidente del gobierno de otorgar mayoría al sexo femenino en la conformación de su gabinete ministerial es tan irrelevante como lo sería la decisión de otorgar mayoría a rubios sobre morenos o viceversa. Tan evidente y sencilla es esta verdad que la propaganda de la corrección política al uso la sentirá como una broma de mal gusto. Pero en esta cuestión lo importante es lo que no se dice y lo rechazable es lo que se alega en defensa de tal decisión. El prejuicio que otorga al sexo femenino una especial sensibilidad o destreza en ciertas lides no es más que la contracara especular del mismo prejuicio de Silvio Berlusconi, que ha señalado no conocer en Italia a mujeres capaces de asumir las graves tareas ministeriales que el bien de la patria exige. Que ahora los defensores de una decisión que, en rigor teórico, en si misma, no puede ser defendida ni atacada, se vean en la necesidad de echar mano de argumentos relativos a unas muy especiales cualidades del sexo femenino, extrínsecos por tanto al propio cometido que las ministras tienen encomendado, y en cuyo desempeño habrán de ser juzgadas, es la demostración más palpable de la plena interiorización de un prejuicio sexista de alcance universal. Las reacciones defensivas que inspira el nombramiento de mujeres para cargos ministeriales, como decisión que se reclama “normal”, demuestran, por el contrario, que sus promotores y defensores necesitan sentirla como “anormal”. Y en tal sentimiento de anormalidad subyace, precisamente, el indeleble poso sexista común a tirios y troyanos. Tan evidente es esta cuestión que hasta produce vergüenza tener que escribir sobre algo que solo desde una indisimulada patología social puede reclamar la atención del público y provocar toda la retahíla de gracietas y chistes en las que tanto políticos como periodistas han probado una vez más su falta de sentido del ridículo . No hay que llamarse a engaño, aquí rige a la perfección la máxima del conde de Salina: “Es preciso que todo cambie para que todo siga igual”. El nombramiento de mujeres para cargos ministeriales no va a suponer novedad alguna en el régimen oligocrático imperante: las ministras son, a este respecto, inoperantes, como los ministros. La sustancia del asunto no está en las personas, que pueden tener mejor o peor voluntad, pues no es la condición del individuo lo que predomina bajo la inexorable prepotencia de un sistema político que establece como principales méritos: la sujeción a las consignas del líder; la disciplina de voto en el parlamento; y el correcto desempeño de la labor de los diputados, en tanto que fieles delegados de los partidos políticos a sueldo del Estado.
El presidente
Congreso de los diputados (foto: Jaume) Los representantes de los principales partidos estatales se han reunido en el Congreso para iniciar, con toda la pompa requerida, la novena legislatura o mandato del presidente del gobierno de la Monarquía. En el Reino Unido, la cuna del parlamentarismo, también son muy dados a semejantes celebraciones. Sin embargo, en un país que quiera ser democrático y representativo de la sociedad han de respetarse unas formas mucho más importantes que las protocolarias y escénicas. El presidente del gobierno, y jefe del Estado, tiene que ser elegido por todos los ciudadanos en unas votaciones al efecto. Esto no ocurre todavía en España. Y esperemos que la complicidad política de los votantes de partidos y la indiferencia ante el régimen sean superadas por la movilización social de la conciencia democrática, antes de que nos alcance una deseable pero todavía lejana internacionalización de las prácticas de la libertad política. Si se observa, en cuanto “poder político”, al Presidente de los EEUU. ¿Qué cargos tiene? Un Presidente de un Gobierno con el principio electivo de la democracia (elección directa y no indirecta) debe asumir los cargos de Jefe del Estado, Jefe del Gobierno Federal (entiéndase “confederal”) y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas del país. En España el “presidente” no asume ninguna de estas funciones. No es el Jefe del Estado. Lo es el Rey. No es el jefe de las Fuerzas Armadas. Lo es el Monarca, que tomó el testigo sucesorio de Franco, detentador del rango de “generalísimo” en el ejército español. Y, lo más curioso en la historia de las ideas políticas, tampoco es Jefe del “Gobierno Federal” como es lógico, porque no hay un “gobierno federal” ni confederal, pero sí una extraña mixtura. El estado español es un estado con cuatro autonomías “históricas” – ¡como si no fueran políticas también¡- y trece autonomías solamente políticas – ¡como si no tuviesen historia¡-. Las tendencias centrífugas del estado de las “autonomías” contribuyen a oscurecer la institución del Presidente de toda la Nación española, algo inconcebible sin su elección directa por todos los ciudadanos, en lugar de la aclamación del jefe gubernamental que le procuran sus subordinados parlamentarios antes incluso de la ceremonia de investidura.

