Según los últimos datos de la OCDE, el gasto español en salud se sitúa por debajo de la media de los 30 países miembros, tanto en gasto público como privado. La fracción del PIB español destinada a la salud pública supone un 5.9% frente al 6.4% de media en la OCDE. El gasto privado supone un 2.4% frente a un 2.5% en la OCDE. Si analizamos el gasto sanitario en términos relativos por comunidad autónoma, la que menos invierte es Madrid, con un 3.55% del PIB regional (datos del Ministerio de Sanidad). El número de camas hospitalarias en esta comunidad era mayor en 1999 que en 2005, último año con datos publicados (INE). En el mismo periodo se ha registrado uno de los mayores flujos migratorios hacia España y en particular hacia la capital. Según el CESM (Consejo Estatal de Sindicatos Médicos) España exporta al extranjero entre 800-1000 médicos por año a países de nuestro entorno con mayor inversión pública en salud: Francia un 8.9%, Portugal un 7.4%, UK un 7.2%, Italia un 6.9% y Suecia un 7.7%. De estos países cabe destacar UK donde un médico de familia cobra de media unas 100.000 £/año frente a los 35.000 €/año que cobraría en España (Estudio EuroGalenus). A la contención del gasto sanitario le ha seguido el aumento de la carga laboral del médico tanto en pacientes como en horarios, siendo común en los servicios de urgencias de los hospitales, que los residentes sean obligados a trabajar hasta 36 horas seguidas, durmiendo tres durante los dias de guardia. La escasez de médicos trabajando en nuestro sistema sanitario se debe así, en primer lugar, a la falta de inversión pública. No es de extrañar que todas las asociaciones de representantes médicos se opongan a la apertura masiva e indiscriminada de nuevas facultades de medicina, sin un estudio previo y riguroso sobre las necesidades en recursos humanos, de un sistema de salud diezmado e incapaz de incorporar al personal médico ya formado. Pero esto es fácil de comprender si se analiza la voluntad política de someter la salud a las leyes del mercado, donde la reducción de costes laborales para las empresas es un imperativo en el balance trimestral de lucros sin calidad. Don Bernat Soria, Ministro de Sanidad
Las izquierdas
Existe una izquierda que ha menospreciado la democracia por inopia doctrinal, que ha sido coherente en su insensatez dogmática. El desastre histórico del comunismo ha sumido a esa izquierda en un marasmo de profunda estupefacción. La autocrítica ha sido escasa y vergonzante. Siguen empeñados en propinar impotentes aguijonazos al mastodonte capitalista, sin acercarse al meollo democrático de la Política. Mitin (foto: jom_tijola) Hay otra izquierda, aparente y mendaz, cuya carcasa sostiene el régimen en el que medra. Instalada en la sentina del Poder en íntima connivencia con la oligarquía económica, hace continua almoneda de principios. Con la distribución de sinecuras y prebendas estatales, teje una enorme y tupida red clientelar, sin cuya protección, caben muy pocas posibilidades de subsistencia pública. Presume de moderantista, de gradualista en sus acciones, pero puede ser de un furibundo extremismo en el odio a la razón, la verdad y la libertad. El comportamiento de esa izquierda, que sólo puede ser etiquetada de socialista, por su denominación de origen, prueba con creces, la innata perversión de unos mecanismos institucionales que dan rienda suelta al abuso del poder político. En este caso, el rechazo de la democracia no obedece a obstáculos ideológicos insuperables, sino al deliberado propósito de contar con medios apropiados para blindar su permanencia en el Poder. Por ello, abraza efusivamente la oligarquía actual o la patrimonialización del Estado por los partidos establecidos. Con obscena demagogia, se escudan en los votos obtenidos para gobernar sin freno alguno. Los pueblos han reverenciado a eximios canallas, naciones enteras han sucumbido al hechizo de los genocidas. La democracia respeta la legitimidad de la mayoría para designar al que ha de gobernarnos, conforme a un programa fijado de antemano, pero no nos deja a expensas de la probable arbitrariedad del poderoso, sino que levanta un imponente edificio de garantías, que nos preservan del horror de un gobierno desalmado. La izquierda merodeadora del Poder, con su repulsa de la democracia, observa esa detestable coherencia sin la que no sería posible una desinhibida galopada hacia la riqueza fraudulenta y el abuso impune.
Sobre el trabajo
Trabajador de la construcción (foto: jake-moomaw) En una sociedad de la abundancia sin derecho a la pereza, “ganarse la vida” es la siniestra expresión que sintetiza la certidumbre que atenaza las existencias comunes. Nos catequizan con la necesidad de luchar por la supervivencia. Evitado el aplastamiento contra el suelo y conseguido un remonte seguro del vuelo, la altura alcanzable dependerá de la audacia, constancia, capacidad de medro o esfuerzo depredador puestos en juego. De la angustia inicial se pasa, por el filtro de la ambición, a la codicia terminal. El capitalismo inicial requería un proletariado sumido en la alienación; ahora, aquél se inclina por suscitar la avidez del consumo en una sociedad que propende al aburguesamiento. Asegurada o medianamente apuntalada la vida primaria, el trabajo es un medio de satisfacer con liquidez el embebecimiento por lo aparencial, la superficialidad rutilante o la vacuidad costosa. La dicotomía productor/consumidor que el Mercado ensambla en cada unidad participante, va limando y trocando el carácter instrumental del trabajo, de puro y penoso medio de subsistencia en graduador de la capacidad adquisitiva de las engolosinadoras mercancías que se ponen a nuestro alcance real, o visual al menos. La influencia de la religión sobre los asuntos terrenales ha estragado la conciencia del trabajo. Las consejas, enseñanzas y arbitrios que se extraen de las dos vetas inagotables del cristianismo son un muestrario de refinadas crueldades. El catolicismo predica resignación ante la irrecusable maldición divina e íntima satisfacción de una condición menesterosa, precursora de la entrada al reino celestial. El protestantismo, insuflando espíritu al capitalismo, legitima la prosperidad como señal de predestinación a la salvación eterna. Los efectos de la renovación tecnológica, eliminando o atenuando los trabajos más rutinarios o maquinales, y ampliando o facilitando la producción, contribuyen a considerar el trabajo, dotándolo de sentido, en función del hombre y a revisar la odiosa sujeción del hombre al trabajo. En España, el reconocimiento social sigue gravitando sobre las grandes fortunas hechas “en” el régimen merced a la confluencia de las corrientes políticas y económicas de la oligarquía. El Dinero, en grandes cantidades, está asociado a la corrupción política, y el trabajo honrado a la precariedad social.
Aldo Moro (II)
En el terreno del desafío terrorista al Estado es donde se hace más patente la retórica del “Bien Común”, ideología totalitaria cuyo verdadero designio consiste en desviar la mirada del público hacia las pretendidas consecuencias que tales hechos acarrean a la colectividad, ignorando así al primer afrentado, la víctima, Aldo Moro. Lo que subyace en ese “sacar el pecho” por la democracia es el anuncio por anticipado de la inviabilidad de cualquier negociación con terroristas para salvar la vida del secuestrado: ¿acaso una “democracia” puede negociar con criminales? La falsedad de este dogma radica en lo que no se dice. Una dictadura tampoco puede aceptar negociaciones con criminales; el poder tiende a no aceptar transacciones a menos que su propia supervivencia esté amenazada. Allí donde el Estado se encuentre en “una efectiva situación de debilidad, no debe reconocer(la).., sino arrollar por encima de ella y hacer valer, a sangre y fuego si es preciso, el derecho mismo que como Estado lo constituye. Polinices no debe recibir sepultura” (Sánchez Ferlosio). Añadamos: los rehenes no deben ser rescatados. Pero la diferencias radican en la exigencia de transparencia en el ejercicio del poder y el respeto al principio de legalidad en un sistema democrático; lo que malamente puede ser cohonestado con una negociación con terroristas, pero tampoco con la mera existencia de los servicios secretos y los fondos reservados que suplen con actuaciones ilegales, la incapacidad e incompetencia estatales para salvaguardar las vidas de los particulares o la propia “seguridad del Estado”. Desde su cautiverio, Aldo Moro, ya podía entrever el destino que le aguardaba, indefenso y a punto de ser aplastado, en medio del desafío entre criminales y gobierno. Para lograr la aquiescencia de la opinión pública en la gestión de aquel secuestro, era imprescindible desfigurar la propia imagen de Moro. Cuando éste comienza a enviar cartas a los medios de comunicación, señalando los argumentos de los que podía servirse el gobierno para aceptar una transacción con criminales, la reacción fue unánime: se proclama su muerte civil, condición indispensable para mantener el equilibrio de las conciencias, aceptando la muerte física que se avecinaba. A Aldo Moro lo mataron dos veces. Ya lo habían matado los que lamentaban la pérdida de “un sentido de Estado”, que nunca tuvo este personaje –virtud o defecto, imposible en Italia-, y que en nombre del inexistente Estado italiano estaban predispuestos a negar toda negociación. Sin embargo, la honestidad intelectual de Leonardo Sciascia nos recuerda que Aldo Moro se había destacado, mucho antes de su secuestro, por defender que “entre salvar una vida humana o sostener a ultranza unos principios abstractos” había que forzar el concepto jurídico de “estado de necesidad” hasta convertirlo “en el principio de la salvación de la vida de un individuo, a costa de los principios abstractos”.
Capitulaciones
La cárcel Modelo de Barcelona (foto: Jaume) Han transcurrido casi dos meses desde las elecciones legislativas del 9 de marzo y los partidos de la oposición, como era de esperar, siguen sin sorprendernos, exigiendo al gobierno y reclamando en las instituciones públicas, el establecimiento de la libertad política y la democracia representativa. Capítulo a capítulo, la crónica de la vida política de los partidos en España, es la historia de una capitulación tras otra ante lo meramente administrativo. No hay agrupación política- aunque sea novísima- que no se rinda ante la imposición del “Estado de Partidos” en la presente transición y revele, así, su condición servil a la prebenda estatal. La ubicua capitulación nimba la escena y concita premuras de festividad casetera en la feria de abril, rociera en el camino y estival, al fin. La historia política nacional es novela de capitulaciones. Dos de ellas son paradigmáticas de los usos y costumbres de la corte. La que pactaron un 17 de abril de 1492 los Reyes Católicos con Cristóbal Colón en Santa Fe y el Pacto de Madrid de 1953 entre Franco y EEUU. En la primera los monarcas prometieron cubrir de oro al iluso Almirante, explicándose así su insistencia en el descubrimiento; en la segunda Franco capitula ante la política exterior de la guerra fría del gobierno americano contra la URSS y entrega las plazas o bases de Torrejón – cerca de Madrid-, Zaragoza y Morón de la Frontera (Sevilla), además de la base naval de Rota en Cádiz. Las bases militares de EEUU significan en realidad la derrota militar del régimen franquista, tan afecto a los ejes fascistas y a las divisiones azules como a la autarquía. La propaganda – pura poesía romántica para un pueblo sumiso- se encargó de transmutarla en una nueva victoria internacional y económica. Le dimos la bienvenida a Mr. Marshall con retraso, pero con redoblado entusiamo. Desde entonces, en España, las capitulaciones de la libertad concitan los mayores consensos. No hay que remontarse al 2 de mayo de 1808. Desde la capitulación de Madrid para los españoles gobernar es castigar y capitular es ganar. Vivan las cadenas del indeseable Fernando VII y sucesores.Después de todo ¿no se asegura el marido frente a la mujer las plusvalías del matrimonio con otras capitulaciones? Aunque en España han aumentado de manera considerable los divorcios, la utilización de las esposas políticas sigue siendo muy apreciada.
Javier Marías ingresa en La Academia
Javier Marías pronunciando su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua, de cuerpo presente. Javier Marías ingresa en La Academia Manuel García Viñó El ingreso de un pseudoescritor pseudointelectual, como Javier Marías, en la Real Academia Española de la Lengua, constituye la gran infamia que culmina la serie de ellas que ha venido cometiendo, durante los últimos años, el Sr. director –morganático- de la misma, Víctor García de la Concha. Aquella prestigiosa institución que velaba por la pureza de nuestro idioma y en la que sus miembros, la mayoría de ellos especialistas en Filología y Lingüística, apenas cobraban unos simbólicos céntimos, se ha convertido, bajo su dirección, en un club social y en una editora comercial, donde los académicos cobran suculentas pagas y donde abundan los escritores hoy llamados mediáticos. La pena es que, para ser del todo justo, tenga uno que reconocer que la cuesta abajo de la RAE se inició en tiempos de su predecesor, Fernando Lázaro Carreter, que ese sí era un competente filólogo. Para la intelección de la conducta de unos y de otros, no hay más remedio que aludir a la influencia nefasta que ha tenido sobre la Academia, como sobre casas editoras, revistas literarias, suplementos culturales de los periódicos y programas literarios de las televisiones, el imperio industrial-cultural que fundara Jesús Polanco. Para el desarrollo de las empresas editoriales, concebidas como piezas del engranaje de una industria que persigue, como todas las industrias, ganar dinero, y dotar a los productores de libros –novelistas, los llaman ellos- de brillo mediático mediante la publicidad, la consecución de nombramientos como el de académico o de alguno de los llamado premios literarios, que en realidad son operaciones de marketing, resultaba fundamental. Hemos de recordar que, uno tras otros, han entrado en la "docta casa" escritores mediocres -pero de PRISA-, como Antonio Muñoz Molina, Arturo Pérez Reverte, Álvaro Pombo, Luis Mateo Díez y el más incompetente de todos, junto a Javier Marías, Juan Luis Cebrián, absolutamente incapacitado para juntar dos letras. Para colarlo se llegó a dejar en la cuneta al extraordinario fonólogo-lingüista Antonio Quilis, y se marginó a Castillo Puche, uno de los dos o tres mejores novelistas españoles de la segunda mitad del siglo XX. Se comenta que ya esperan turno otros prisanos como Eduardo Mendoza, Manuel Vicent, Juan José Millás, Almudena Grandes, Rosa Montero, etc., que tirarán de otros más hasta que -como en la preciosa novela de Chesterton, El hombre que fue jueves, ocurre con los gansters- toda la cúpula de las letras españolas esté constituida por analfabetos. El último en entrar es Javier Marías. No es que sea un mal escritor, Javier Marías, sencillamente, no es escritor. Al decir esto, ya se ve que le niego todo. Pero me interesa subrayar que, muy especialmente, no es novelista, por mucho que se haya atrevido, en su discurso de ingreso en la degradada Academia, a divagar sobre la novela. Aunque su lenguaje fuese correcto, seguiría estando totalmente negado para la composición novelística. Los críticos del Círculo de Fuencarral, que trabajan en el Centro de Documentación de la Novela Española, editor de La Fiera Literaria y de los Cuadernos de Crítica, han publicado seis de estos últimos sobre otras tantas "novelas" del nuevo inmortal, más un ensayo titulado Javier Marías, una estafa editorial. En esa investigación se ha mostrado y demostrado que el desde ahora encargado de vigilar el buen uso de la lengua en que escribieron Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Fray Luis de León, Baltasar Gracián, Gustavo Adolfo Bécquer, Leopoldo Alas, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, etc., ignora casi todo lo que es decisivo para procurar claridad, precisión y belleza expresiva a un idioma tan rico como el español. Desconoce, por ejemplo, el significado de cientos de palabras, sí, digo cientos; no sabe puntuar; destroza continuamente la sintaxis; confunde la función del adjetivo y la del adverbio; carece en absoluto de elegancia y estilo; se muestra torpe al expresar lo que pretende expresar; cultiva una zafiedad intelectual ofensiva para la inteligencia del lector; utiliza un lenguaje que se podrá calificar muchas veces de administrativo. Su dicción, cuando no es desastrosa, se vulgariza con frases hechas, lugares comunes, tópicos y valores entendidos, o se hace chabacana. Entramos así en el ámbito del contenido, donde su profundidad y sentido de lo poético, son nulos. Ninguno de los textos de Marías está impregnado de literariedad., aparte de que ignora por completo lo que es un argumento y una trama. La novela, como decía Andrés Bosch, es vida posible fingida, enriquecida en los escritores de verdad, añado, por una concepción del mundo y una teoría estético-literaria. Alguna vez he llamado la atención, sin negar por supuesto la legitimidad del relato en primera persona, sobre el hecho de que Marías los ha escrito todos así, ni más ni menos que por su incapacidad para levantar un segundo mundo, objetivamente descrito, como es "obligación" del novelista. No hablemos ya, en el caso de sus presuntas novelas, de organización de la materia, de tiempo, espacio, alusiones, elusiones, estructura, punto de vista, perspectivismo, valores estéticos, extrañamiento, forma de presentación de la realidad, etc., que son conceptos cuya consistencia sin duda desprecia por pura ignorancia. Tampoco sabe diseñar personajes, porque, aunque sus libros están repletos de nombres, no son más que eso, nombres. Diseñar un personaje requiere una labor descriptiva mucho más compleja que la de nombrar, y la aplicación de otra ciencia, como es la psicología. Desde la primera página de sus pseudonovelas, constituidas por un conjunto de digresiones sin el menor interés, en las que resalta el desmedido culto a sí mismo, resalta la torpeza expresiva, el chirriar de la impotencia en que naufraga continuamente, su pobreza de ideas, su abrumadora reiteración de unas pocas superficialidades, su siempre inoportuna pedantería. Por supuesto, Marías, carece de sentido del humor y de ésas "ocurrencias" -formas de descripción, definición o adjetivación insólitas- que caracterizan al escritor de raza. No tiene capacidad de extrañar y de crear valores estéticos, es decir, de hacer literatura. Cuando ingresó Cebrián en la corrupta institución, publicó Gabriel Albiac un demoledor artículo en El Mundo, que sentenciaba así: "Cebrián en la Academia, España en la mentira" Y en la mentira seguimos. La información del matutino de referencia sobre el ingreso de Marías, revela que se trata de una merienda de blancos. Lo cual da razón a Valle Inclán cuando dijo que España es una deformación grotesca de la cultura europea. Siguen existiendo Pirineos.
El académico Marías
Javier Marías ya es uno de los miembros de la Real Academia Española. Ocupará el sillón “R”, vacante desde el fallecimiento de Fernando Lázaro Carreter, autor de “El dardo en la palabra”. La lectura de su discurso de ingreso en la RAE estuvo presidida por los ministros de Educación y de Cultura. Éste aseguró que Marías “es uno de los grandes novelistas de su generación”. “Se me hace difícil entender que admitan a un novelista” dijo el propio Marías tras declarar que “nuestra labor no solamente es pueril, sino absurda”. La Fiera Literaria ha denunciado la valoración y promoción del susodicho novelista como una de las mayores estafas editoriales que se han cometido en España, con la persistente complicidad de la crítica, los medios, la academia, la universidad y el Ministerio de Cultura. Para demostrarlo, han señalado de forma exhaustiva, con un nuevo método de crítica literaria (la crítica acompasada), los destrozos que ha causado Marías a la lengua española y su gramática. Uno de los críticos de La Fiera, Isidoro Merino, ha descrito, con multitud de ejemplos, los estragos “mariasnos”. Repeticiones injustificadas: “Pensé que pensaría en su hijo”, “sospechar la sospecha del otro”; utilizaciones incorrectas de adjetivos y adverbios: “Pronuncian verosímilmente” (por correctamente), “su voz era vibrada” (por vibrante); construcciones ininteligibles: “las únicas alianzas son contra el uno el otro”, “entre nosotros no había habido tampoco importancia”. En definitiva, anacolutos, faltas de concordancia, confusión del significado de muchas palabras e impotencia expresiva. La inversión de valores la lleva a cabo la Academia que debe cuidar, fijar, y además dar esplendor a la lengua. Situar a los ágrafos bendecidos por el régimen, al frente de las instituciones culturales, se revela tan grotesco, y a la postre tan devastador, como sustituir las mangueras de los bomberos por lanzallamas. hechos significativos Asociaciones de Consumidores exigen al Ministerio de Sanidad que desvele las marcas de aceite contaminado. Sin embargo, ante las preguntas de los periodistas sobre los nombres de tales marcas, el ministro Soria respondió que eso “tardaría semanas”, y el director de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, añadió que “No estamos para satisfacer curiosidades de periodistas”. El Fiscal General no ve negligencia en la actuación de la Fiscalía sevillana respecto a la situación de libertad del presunto asesino de la niña Mari Luz Cortés. La terapia genética mejora la visión de pacientes parcialmente ciegos.
Conciencia acrítica
Chej (foto: Óscar) Conciencia acrítica Al decir conciencia crítica saltamos por encima de la razón, que es el estadio superior de esa conciencia de la misma forma que ésta es el momento superior de la evolución psicológica. La elipsis lingüística que supone unir las dos palabras, expresa en realidad una crítica de la conciencia misma. La conciencia admira espontáneamente el mundo que ve reflejado en ella (Santayana) y cuando encuentra el camino, que llamamos ciencia, entre sus anhelos convulsos y la realidad, rápida e ingenuamente aspira a efectuar cambios en las figuras que descubre en el espejo. Requiere del continuo estímulo que suponen las sensaciones provenientes de la Naturaleza para hacerse útil, para que el juego de la razón tome su mejor aspecto, el de la adaptación. Si la conciencia no discurre con los acontecimientos del mundo, si se ve obligada a identificarse con una falacia, pierde su propia estructura, la raigambre natural de su ser. Cuando la percepción es sustituida por prejuicios ilusorios o de conveniencia, como ocurre con el fanatismo y la opresión, la conciencia se empeña en acallar la razón, tan molesta en su desasosegado deambular, y se convierte en acrítica por mandato. Entonces está obligada a volver a la situación animal en la que tan cómoda se encuentra, sin ir jamás más allá de la contemplación. En esa situación, la inteligencia sólo puede servir para medrar en el universo simulado. La represión del Estado de Partidos afecta no sólo a la capacidad de crítica, sino a la propia conciencia. Anula de igual manera su ser tontamente convencido de que consigue un conocimiento divino del mundo, que sus arrebatos animales, los torbellinos pasionales que la dominan, tanto o más humanos que la propia capacidad analítica. Sin pasado contrastable y sin presente palpable, la conciencia se agota y la razón se desbarata. Todos los esclavos están locos. Locos en sí mismos, locos en la irrealidad o locos en sus obras. La conciencia natural es ansiosamente inquieta, una mirada que no se agota. Pero puede ser cegada. Y, parafraseando el proverbio árabe, nadie podrá entender explicación alguna donde no hay siquiera mirada.
Debate de ideas en el PP
Ante el repetido fracaso electoral del PP, la Sra. Aguirre quiere debatir sobre el “liberalismo social”, en el congreso que ha de elegir al Presidente de su partido, como si esta contradictoria idea fuera alternativa de centro al fundamentalismo de Aznar y Rajoy. “El Mundo” y la COPE apoyan este ardid conceptual como pretexto ideológico que abra la lucha por el poder en el seno del PP, mediante elecciones primarias. Pero el debate sobre ideas no cabe en los Estados de Partidos. Éstos no admiten que haya ideas políticas por debatir. A ningún grupo de la clase dominante le interesa la justificación moral de los gobiernos. La ideología del poder, la del éxito social a cualquier precio, está sostenida por todos los partidos y medios de comunicación. Las ideologías del saber intelectual, o las del querer social, se han diluido en la bastarda transacción, sobre principios y valores, realizada con el consenso político en que se basa esta Monarquía neofranquista de todos los partidos estatales. Las anteriores concepciones del mundo traducían ideas y creencias en prácticas de gobierno. Pese a la evidencia de su fracaso, que condujo a la guerra mundial, no fueron sustituidas por una teoría rigurosa de la democracia formal. Las ideologías, con partes de verdad y de ilusión, fueron reemplazadas por un consenso oligárquico que, eludiendo la verdad parcial de aquéllas, hizo de sus ilusiones un engaño total. La propaganda mediática deviene el solo soporte del poder. Las frases hechas sustituyen al discurso. El eslogan político de cada facción presupone el consenso entre partidos adversarios. Por eso, el “liberalismo social” de Aguirre, y compañía mediática, indica la convergencia con el “socialismo liberal” de Zapatero -exportado a la Declaración de Principios que votará el Partido socialista francés en su convención del próximo 14 de junio- y con el “comunismo liberal” que pretende refundar la extinta IU. Se trata del pensamiento único de la socialdemocracia estatal, perfumado con los rancios aromas del liberalismo social de Thomas H. Green (1836-1882), y con los del socialismo liberal del gran filósofo J. Dewey (1859-1952). Es el pensamiento débil y anacrónico de los premios Príncipe de Asturias. Es el pantano del centro. florilegio "La izquierda y la derecha designan, en el campo político, lo que la Revolución francesa llamó montaña y valle. Entre la altivez del espíritu y la energía de la materia social, se situó la masa descomprometida y oportunista del marais. El hoy pantanoso y ubicuo centro gubernamental."
Monarquía centrífuga
Emancipar la “nación”, que primariamente venía a designar un mismo lugar de nacimiento, del “estado”, no fue más que una revolucionaria ficción jurídico-política, legitimadora de un nuevo poder. Tal fabulación terminó por patrocinar una doble tendencia: fronteras adentro, la nueva justificación estatal trataría de homogeneizar su tejido humano, construyendo la correspondiente “nación”, y aglutinándola aun a costa de fabricar enemigos foráneos o invocar grandiosos destinos colectivos; hacia el exterior, erosionaría el “principio de legitimidad dinástica” para dar cobertura a un fantástico derecho a la secesión con una “conciencia nacional” propia, que fundara sus correspondientes “estados”. Esto es el “nacionalismo”, que, junto a la “lucha de clases” y su drástica solución estatal totalitaria, explican sintéticamente la historia europea y sus réplicas mundiales de los dos últimos siglos. En la España actual, hubo que añadir sobredosis de necedad a una ignorancia extrema, para pensar que las autonomías podrían poner coto a los nacionalismos periféricos, cuando, por su propia naturaleza, es el deseo pasional de un “estado propio” su única razón de existir. Eso sí, el camino emprendido les permite ir modelando la propia “nación” y adoctrinar a las nuevas generaciones, sumergiéndolas en la propaganda nacionalista institucionalizada, que, impotente exaltando lo suyo, ha de recurrir a la destrucción de lo español, cuyo nacionalismo ha sido siempre reaccionario. Pero donde hay que verificar las fuerzas en lo sociopolítico es, precisamente, donde tendrían mayor resistencia. No hemos de mirar hacia catalanes, vascos y gallegos, sino hacia los demás; así como tampoco a los partidos nacionalistas, sino a los nacionales. Se puede apreciar, entonces, cómo la coartada cultural y lingüística ?casos como el “asturianu” o el “cantabrón” evidencian esta tendencia general? apasiona a las clases políticas autonómicas, que ven en ella una forma de acumular poder. Resulta significativo el caso del PP, único partido que dice tener una política española, pero que en Andalucía apoya un Estatuto acorde al catalán, y en Valencia pretende igualarse a los vecinos del norte con la “cláusula Camps”. Se aprecia, aquí, que la presión centrifugadora no se origina en los españoles de la periferia, ya que lo común en todo este fenómeno es, en el fondo, la ambición de unas clases políticas autonómicas sin control, sean del partido o de la “nacionalidad” que sean. La actual crisis de los populares nos muestra cómo el líder nacional depende del apoyo de los barones regionales, reflejando la misma situación, ya enquistada estatalmente, que hace que la Presidencia del Gobierno necesite de los votos nacionalistas en la lógica parlamentaria. Para quien lo quiera ver, hoy, el “problema de España” no es otro que esta descontrolada Monarquía autonomista de Partidos estatales.

