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Tumba lituana de Europa

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Vilna, la capital de Lituania.

En Vilna se ha honorado la triste historia de la Gran Armada. Allí se ha descubierto un yacimiento de 20.000 cadáveres de soldados europeos enterrados hace 191 años. Lituania y Francia se han unido en la memoria de aquella empresa antieuropea. La UE tenía que haber presidido la ceremonia fúnebre. La mitad de aquel formidable ejército de Napoleón, que en 1812 franqueó el Niémen para conquistar Moscú, estaba compuesta de soldados y oficiales alemanes, austríacos, prusianos, polacos, suizos, italianos, balcánicos, españoles y portugueses.

La concentración de tantos cadáveres en un espacio tan reducido indica que la mayoría de las bajas de aquel ejército de 600 mil hombres no la produjo la enfermedad o la congelación, como ha establecido la legendaria derrota de Napoleón por el «General Frío». Este descubrimiento viene a confirmar la tesis del historiador soviético Eugenio Tarlé. El desastre de la retirada de la «Grande Armée» lo causó, en tierras rusas y bálticas, la sublevación popular del incipiente nacionalismo y, en tierras germánicas, la coalición de ejércitos enemigos. Derrota que se tapó con el inocente manto de la nieve, para mantener intacto el mito de que Napoleón era invencible en campo de batalla. Hasta que se desvaneció en Waterloo.

A partir de este macabro hallazgo, Lituania puede construir la historia de su lucha por la independencia nacional al modo de España. Que ya no estaría sola en lo que el ministro del Foreign Office, Canning, consideró la muestra de «un patriotismo, una obstinación, un celo y una perseverancia superior a todo lo que habían ofrecido hasta entonces los otros pueblos de Europa». Aunque la resistencia lituana tuvo que ser más astuta y más feroz que la española, si pudo sorprender al mejor ejército del mundo y perpetrar tal masacre en un cuerpo invasor que se estaba retirando.

La noticia del enterramiento de tantos europeos juntos, por una causa que no era la suya, me ha recordado a Iván Karamazov cuando partía hacia Europa: ¿Sé bien que voy a un cementerio, pero al más querido de todos los cementerios! Porque lo que murió en Moscú y se enterró en Lituania era nada menos que el patriotismo europeo de la libertad. La Revolución francesa lo trajo al mundo y la ambición personal de Napoleón lo yuguló cuando aún era infante. El genio de las batallas no invadió Rusia con un propósito francés o europeo. El bastardo motivo de su temeraria expedición se lo confesó a Las Casas el 6 de noviembre de 1815: «Necesitaba vencer en Moscú porque Rusia todavía posee la rara ventaja de tener un gobierno civilizado y pueblos bárbaros».

Si el propósito de Napoleón hubiese sido hacer de Europa, como dijo en el Memorial de Santa Helena, «un solo y mismo cuerpo de nación» o «una confederación de los grandes pueblos», no habría roto la paz de Tilsit (1807) con el Zar, que le permitió crear el Gran Ducado de Varsovia a costa de Prusia y la antigua Lituania. Europa era demasiado pequeña para el espíritu de conquista de quien soñó la dominación de Asia a partir de San Juan de Acre, de África, a partir de Egipto, y de América, a partir de Canadá y Nueva York. Su paranoia «bushiana» consta en el Memorial.

No fue Bonaparte quien ideó una nueva Europa de los pueblos que sustituyera a la de los Reyes. Fue la Europa revolucionaria de la libertad la que, engañada por el Cónsul de Francia, lo hizo Emperador del continente. Tan anterior y superior era el espíritu europeo a los quince años de dominio de Napoleón, que hasta sus cuatro vencedores tuvieron que enviar plenipotenciarios al Congreso de Châtillon para «tratar la paz con Francia en nombre de Europa» (Protocolo de 5/2/1814).

La pequeña Lituania enterró la posibilidad de independencia de una Europa uniformada por Napoleón. Si quiere, puede volver a sepultar mañana cualquier otra veleidad independentista de la Europa mercantil de los 25. Bastará que use su derecho de veto.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 12 de junio de 2003.

Espíritu de San Petersburgo

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San Petersburgo (Rusia).

El tercer centenario de esta imposible ciudad francesa lo está celebrando todo el mundo industrializado como si la acabase de construir Pedro el Grande. La «intelligentzia» rusa ha sentido la necesidad de impulsar y actualizar el simbolismo cultural europeo y la voluntad política europea de la epopeya zarista de San Petersburgo. La inmensa Rusia, liberada del despotismo de sus invasores mongoles y tártaros, quiso hacer patente a comienzos del XVIII, como hizo el Reino de España después de la Reconquista, que el único destino de un pueblo cristiano estaba en Europa. San Petersburgo devuelve ahora a toda la nación rusa, una vez liberada del despotismo colectivista, el sueño europeo que la concibió y construyó.

El profundo mensaje de San Petersburgo lo sintió Dostoievsky al pisar suelo europeo en Dresde y contemplar el cuadro de Claude Loraine, «La edad de oro». Lo relata en «El Adolescente». Soñó que un sol cercano a su ocaso iluminaba todavía el primer día de humanidad europea. Un sueño sin el que los pueblos no quieren vivir ni pueden morir. Lo despertó un triste doblar de campanas por Europa. Sabía que el viejo mundo europeo pasaría, pero un representante del alto pensamiento ruso, como él, no lo podía admitir. Y se vio a sí mismo siendo el único europeo en Europa. Un francés puede servir la humanidad permaneciendo francés. Lo mismo le sucede a un alemán o un inglés. Pero solo un ruso ha recibido la facultad de ser más ruso cuanto más europeo llegue a ser. «Esa es la esencia de la distinción nacional que nos separa de los demás pueblos».

Se conocen las razones estratégicas (militares y comerciales) de la construcción de esa ciudad en terrenos pantanosos que separaban Rusia del mar Báltico, pero ni esas utilidades ni el capricho de un rudo zar, fascinado como Fausto por la marítima Holanda, explican que se la dotara de tanta grandiosidad urbana, belleza arquitectónica y boato palaciego. La razón de San Petersburgo, de orden más espiritual que político, responde a la necesidad de distinción europea que atormentaba, y sigue atormentando, a la complejidad del alma eslava y occidental de Rusia.

La conmemoración de aquel milagro de civilización técnica y estética, realizado con modos bárbaros, despierta ahora, con libertades ciudadanas, la conciencia occidental de que Rusia ya no es, para los rusos y los demás europeos, el problema que se suponía irresoluble en el equilibrio de los Estados nacionales, sino precisamente la solución cultural que puede resolver la difícil cuestión de la unidad de Europa. Lo decisivo no es la forma política de buscarla, sino el modo cultural de lograrla y asegurarla.
La llamada «edad de oro» de Brézhnev, alcanzada por los rusos con los groseros vicios del despotismo, no es desde luego la que vislumbró Dostoievsky, con las virtudes del humanismo europeo, en el paisaje dorado de Claude Loraine. Pero tampoco los alemanes y los italianos de hoy son la escoria moral de las tiranías que los degradaron. Y tan anacrónico sería esperar que la libertad de costumbres vuelva a generar la contradictoria psicología del pueblo ruso, la que nos dio a conocer su gran literatura, como identificar a los españoles actuales con los caracteres y comportamientos descritos por nuestro gran Pérez Galdós.

A pesar de la profunda mutación del modo tradicional de ser ruso, realizada durante sesenta y siete años de sovietismo, los sueños de grandeza espiritual que motivaron el triunfo de la locura sobre la naturaleza en San Petersburgo, continuaron en los proyectos tecnológicos de la arquitectonia y la ingeniería revolucionarias para hacer de Moscú la urbe futurista de la Tercera Roma, y de Novosibirsk la libre ciudad de los sabios. La esperanza de alcanzar algún día la independencia de los Estados Unidos de Europa, ante los de América, sólo podrá ser realizada cuando el espíritu de San Petersburgo se incorpore a la materia económica y burocrática de la UE.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 5 de junio de 2003.

El Vaticano protesta

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El Vaticano.

El proyecto de Constitución de Europa contiene declaraciones no normativas sobre elementos histórico-culturales que, según la Convención presidida por Giscard, conformaron el espíritu europeo y los criterios políticos que crearon la UE. La inclusión de enunciados parciales, que no son materia constituyente, dará lugar a confusas polémicas demagógicas sobre asuntos que sólo deben ser establecidos por la real historia de los hechos y la imparcialidad de las ciencias sociales.

Tiene plena razón el Vaticano. Es ofensivo a la verdad que el Preámbulo de la Constitución hable de «herencias religiosas» en lugar del cristianismo. Sobre todo porque el legado greco-romano, al que también se refiere, ha llegado hasta nosotros, salvo la ciencia, a través de su absorción por el cristianismo primero y por las Iglesias (ortodoxa, católica, reformadas) después. Pasa lo mismo con la mención a la filosofía de las Luces, sin incluir al marxismo. El socialismo ha sido un factor tan importante como el cristiano en la concreción de la «justicia social» existente, y el primer impulso hacia la unidad europea, el Plan Marshall, no discriminó inicialmente entre la Europa occidental y la socialista. Un hecho éste que la propaganda de la guerra fría borró de la historia y que la Constitución de Europa no puede ignorar sin caer en el ridículo de las falsedades solemnes.

El general Marshall, destinado en China para contener el comunismo en Asia, llegó al convencimiento de que tal objetivo estaba irremisiblemente perdido. En enero de 1947 fue nombrado secretario del Departamento de Estado para que hiciera posible en Europa lo que había sido imposible en China. El 5 de junio de 1947 expuso su Plan en la histórica conferencia de Harvard. La idea básica partía de un error ideológico (la miseria engendra comunismo) y de tres datos empíricos: 1°. Toda Europa, incluida la URSS, estaba destruida y arruinada. 2°. Sólo EE UU, enriquecido por la guerra, podía ayudar a reconstruirla y restablecer su industria y su mercado. 3°. Una gran inversión de capital y tecnología industrial en toda Europa era la mejor arma para activar la economía norteamericana y combatir el paro.

Stalin rechazó la ayuda ofrecida a la URSS y las democracias populares. En consecuencia, el Plan se limitó a Europa occidental, salvo la Península ibérica. Por motivos de racionalidad económica y coordinación administrativa, Marshall puso como condición previa que, para recibir la ayuda, todos los Estados beneficiarios debían concertarse entre sí creando organismos unitarios. La unidad europea la impuso EE UU.

Pero en febrero de 1948 se produjo el golpe comunista de Checoslovaquia. Y el Plan Marshall, puesto en marcha en abril, superpuso a su objetivo económico (presuponía la unidad e independencia de Europa occidental) la contención de la URSS (implicaba la división y dependencia de los Estados beneficiarios). La propuesta de Bidault, en julio del 48, de una asamblea europea con poderes supranacionales, la transformó Gran Bretaña en una delegación de ministros, el Consejo de Europa, con una asamblea consultiva.

La reivindicación del Sarre por la República Federal, creada en septiembre de 1949, motivó que el Plan Schuman resolviera el conflicto creando un órgano de unidad europea, con poder supranacional, en el sector del carbón y el acero (CECA). Este método fracasó en materia de Defensa. EE UU y el Reino Unido favorecieron en cuestiones internas la unidad que no toleraban en temas militares y exteriores. El Tratado de Roma tuvo que dar un paso atrás en poderes supranacionales para que se aprobara el Mercado Común. La UE está marcada por este origen. El preámbulo de su Constitución solo debería exponer los motivos de que, por el derecho a veto de cada miembro (Malta por ejemplo), Europa tenga que depender de EE UU en política exterior y no dotarse de un ejército común.

*Publicado en el diario La Razón el 2 de junio de 2003.

Paso a paso

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La servidumbre en la época romana.

La invasión de Iraq vuelve a plantear la vieja cuestión del destino de Europa. Las proyecciones metafísicas de Hegel o Comte, las predicciones históricas de Tocqueville o Donoso, los paralelismos orgánicos de Spengler o Toynbee, los análisis espectrales de Keyserling, Ortega o Díez del Corral, los balbuceos de los primeros federalistas de Europa, todas las especulaciones que nutrieron de ilusiones a la juventud cultural europeísta, salvo algunas reflexiones de Valéry y Benda, se evaporan en mentes experimentadas por la acción antieuropea de los Estados de partidos que reemplazaron a los de Partido único, y por el asomo a una genética de poblaciones sin destino, donde el entorno decide las vocaciones en la plasticidad de las propensiones.

Europa tiene porvenir, pero no destino. Sus determinaciones geográficas y sus inercias históricas prevalecen sobre las necesidades vitales. Las divisiones heredadas resisten a las voluntades de unión. Los contenidos rebasan o no llenan el continente que los delimita. Las naciones europeas tienen predisposiciones comunes, pero no predestinaciones orgánicas. Sus inclinaciones unitarias sucumben a las determinaciones del medio político a la separación. La convergencia de facultades y recursos europeos no ha sido dispersada por los egoísmos nacionales o la soberbia de los Estados particulares, sino por la mezquindad y corrupción de los partidos estatales, en una Europa occidental, sin oriente, vinculada al vecino atlántico.

Lo más equivocado en la vida de las personas o de los pueblos es creerse llamados a ser lo que un misterioso destino les indica. Pese a su índole supersticiosa, esta infundada creencia viene acompañando a la humanidad en todas las formas de profesión o de civilización que durante algún tiempo, siempre pasajero, triunfaron sobre las de sus vecinos. Cuando los signos del destino dejaron de estar inscritos en los vuelos de las aves o en los sueños de los sacerdotes, los augures del futuro se hicieron filósofos de la historia para dar la razón del devenir a los pueblos más poderosos, que no por azar han sido los más acuciados de ambiciones y conquistas.

La predestinación a la salvación en el más allá por virtud de la gracia que derrama el éxito en las obras del más acá, o sea, la sublimación espiritual de las ambiciones mercantiles de la producción en serie, creó la cultura del destino mundial de Estados Unidos por designio divino, contra el aislacionismo de América para los americanos. Pero Jefferson aprendió de Maquiavelo que sin fusil no habría garantía de destino independiente.

Desde la ilusa Comunidad Europea de Defensa, ha pasado más de medio siglo sin que el destino de una Europa independiente de EE UU haya dibujado su perfil en la cultura de las naciones asociadas en la UE. Para mantener la ilusión de que no renuncian a ese objetivo, políticos e intelectuales subvencionados por los Estados de partidos conciben la independencia de Europa como si fuera el último paso, en el «paso a paso» de la construcción previa de todas sus estructuras económicas y políticas. Éste es el paso a paso hacia la servidumbre perpetua: Europa no puede tener política exterior sin dotarse de un ejército que la respalde, ni ejército propio sin una política internacional que defina sus objetivos.

Tres generaciones culturales se han agostado en este paso a paso de la servidumbre a un solo imperio en el Mediterráneo, el Atlántico, el Pacífico y el Índico. Bajo el pretexto de su propia seguridad nacional, el nuevo Imperio exporta la inseguridad a todo el mundo, sintetizando, mediante la fórmula neocolonial (independencia jurídica con dependencia mercantil y militar), las anteriores dominaciones coloniales de España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda. ¿Tienen Polonia y Australia el destino atlántico del paso a paso invocado por Gran Bretaña y España para unirse a EEUU en la destrucción de Iraq?

*Publicado en el diario La Razón el jueves 29 de mayo de 2003.

Crimen contra Europa

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Dos soldados durante la guerra de Irak.

Desde que Hesíodo usó el nombre mitológico de Europa (siglo VII a. C.) para designar la parte continental de Grecia, entre el Helesponto y el Mar Egeo, hasta el final de la Primera Guerra Mundial, llamada europea, la palabra Europa sólo expresaba una entidad geográfica de límites imprecisos por Oriente. Desde la incorporación de los continentes africano y americano al mundo conocido, se comenzó a llamar europeos a los habitantes de lo que Paul Valery calificó de apéndice o cabo de Asia. La península delimitada por el Mediterráneo y el Atlántico, al oeste de los Urales y al norte del Cáucaso.

Pese al mito europeo creado por el anacronismo de los historiadores y las visiones iluminadas de los filósofos de la historia, ni Alejandro el Grande, ni Julio César, ni Carlomagno, ni los cruzados, ni Carlos V, ni la Revolución Francesa, ni Napoleón, ni el zar Alejandro I y su Santa Alianza tuvieron conciencia de estar protagonizando una empresa europea. La idea de Europa, como hogar de la cristiandad, se arruinó en Arcona cuando los príncipes no acudieron al llamamiento de Pío II a una acción bélica contra los turcos en 1464: «Ahora, es en Europa misma, es decir, en nuestra patria, en nuestra propia casa, en nuestra sede, donde somos atacados y matados».

Entre este fracaso y los del conde Coudenhove-Kalergi (Paneuropa, 1924) y el Memorándum de federación europea bajo la Sociedad de Naciones (1930), la unidad política de Europa quedó disuelta en la del pacifismo universal de los filósofos y aventada en las eras trilladas por los románticos nacionalismos del XIX, hasta que la catástrofe de la última guerra mundial hizo patente la necesidad de reconstruir el humanismo y la capacidad industrial en las naciones vencidas, mediante pautas progresivas de una unión económica y monetaria que hicieran irreversible el proceso de su unidad estatal. Pero el triunfo de una parte de Europa en su unión mercantil y financiera se ha hecho compatible con el fracaso de su unidad, como entidad política independiente de EE UU.

Si no hay unidad de criterio europeo, ¿desde qué punto de vista y escala de valores debe juzgarse a los dos jefes de gobierno que apoyaron a EE UU en la invasión de Iraq, contra la opinión de la mayoría de sus gobernados y de sus colegas en la UE? ¿Era políticamente correcto que apoyaran la guerra si así favorecían los intereses y la posición ante el mundo de sus respectivas naciones? ¿Ignoraban que esas ventajas sólo las obtendrían a costa de vidas inocentes en Iraq, de perjuicios económicos a Estados asociados y del porvenir político unitario de la UE?

Los egoísmos nacionales de Gran Bretaña y España han sido fomentados por EEUU, contra el espíritu europeo de Francia y Alemania, para destruir las esperanzas de la humanidad en que la UE llegue a ser una potencia capaz de frenar las pasiones estadounidenses de venganza y dominación del mundo por la fuerza. La traición de Blair y Aznar al Tratado de la Unión ha provocado la trascendental decisión de cuatro de sus miembros de dotarla cuanto antes de una mínima capacidad de acción militar. Toda Europa debe apoyar esta iniciativa. Incluso los ciudadanos británicos y españoles.

«Si supiese que algo me sería útil y perjudicial a mi familia, lo rechazaría de mi espíritu. Si supiese que algo útil a mi familia no lo sería a mi patria, intentaría olvidarlo. Si supiese algo útil a mi patria que fuera perjudicial a Europa y al género humano, lo vería como un crimen». Esta reflexión moral de Montesquieu, que hago mía, está tomada de Francisco de Vitoria: «Si una guerra es útil a un Estado en detrimento del mundo, por eso mismo es injusta. Si España emprende una guerra contra Francia por motivos justos, que además de ser útil al reino de España comporte un perjuicio más grande a la Cristiandad (si a su socaire los turcos ocupan, por ejemplo, provincias cristianas), entonces habrá que abstenerse de tal guerra».

*Publicado en el diario La Razón el lunes 26 de mayo de 2003.

Eunucos en un harén

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El debate sobre el porvenir de Europa es aún más pobre que las realizaciones políticas de la UE. En realidad, no puede haber este debate entre los gobernantes y partidos de los Estados europeos. Su mentalidad común sigue dominada por la inercia de un pasado (guerra fría y reparto del mundo entre dos potencias nucleares) que hacía inconcebible la independencia internacional de las naciones europeas. Una meta que parece casi imposible de pensar o imaginar en Estados nacionales que han sobrevivido, y algunos incluso prosperado, sin política exterior propia desde hace más de medio siglo.

Salvo De Gaulle, en aspectos que humillaban su arrogante idea de Francia, los jefes de Estado, presidentes de Gobierno, ministros de Asuntos Exteriores y Cuerpos diplomáticos europeos, sin necesidad de pensar por su cuenta y riesgo en el modo independiente de estar sus naciones en el mundo, es decir, sin tener que idear ni sufragar la seguridad vital de sus países (confiada a la buena voluntad de dos señores antagónicos), han terminado por adquirir hábitos mentales de servidumbre. Lo servil se ha metido en los presupuestos y preconceptos de su pensamiento sobre Europa.

No me refiero aquí al talento inferior que se espera de los hombres públicos cuando la política se reduce a la gestión administrativa del Estado, que es el ideal de todas las Dictaduras. Deseo llamar la atención sobre el hecho trascendental de que la libertad de acción política y la generación de pensamiento sobre el poder devinieron asuntos superfluos, pudiendo ser sustituidos por el consenso de partidos, a causa de la ausencia de política exterior en los Estados europeos, cuya seguridad se cobijó bajo el paraguas nuclear de una de las dos grandes potencias militares.

En esta circunstancia histórica, lo que ha degradado la cultura política europea no ha sido el mediocre nivel intelectual de la clase política, ni el alto grado de su corrupción moral, sino sus impotentes ideas, de eunucos en un harén, sobre el porvenir de Europa. Pues, bajo una dictadura o un imperio, no hay servilismo más efectivo que el de un sistema habitual de pensamiento que hace del favor de un señorío ajeno el ideal de tranquilidad en la vida propia y la fuente de su prosperidad. El Manual de Epicteto y la filosofía de Séneca encadenaron la libertad de pensamiento de la clase dirigente sin tener que acudir al suicidio de los intelectuales de Nerón. El colmo del servilismo, la condición de favorito, sólo se alcanza cuando se hacen propios los odios, temores y mitomanías del señor.

El modo de pensar el futuro de Europa en los centros de análisis y coordinación diplomática de la UE, parecido al que realizan los estrategas de los Estados Mayores sin ejército, proyecta al porvenir un temor pretérito, como si la seguridad europea continuara amenazada por la extinta Unión Soviética, como si fuera imposible mantener una política exterior independiente de la de EE UU, sin contar con un sistema propio de defensa militar que la respalde, y como si la inestabilidad de algunas zonas europeas sólo pudiera resolverse con la intervención armada de la OTAN.

Se sigue pensando, pues, con las ideas anacrónicas que sirvieron en el pasado para sostener la diplomacia del imperio británico; con las argumentadas para explicar el rápido crecimiento económico de países sin presupuesto militar (Alemania, Japón); y con las utilizadas en el presente por los «pentagonistas» de la supremacía militar, para justificar la política exterior agresiva patrocinada por el indefinido «ultraimperialismo» del presidente Bush. ¿Nueva fase del capitalismo o aventura de la venganza?

Este castillo de prejuicios y preconceptos se desmorona en el vacío mental de las fantasías ante una simple pregunta de sentido común: ¿quieren los europeos levantar un imperio que rivalice con el de EEUU? La humanidad no tiene necesidad de ser humillada también por Europa.

*Publicado en diario La Razón el jueves 22 de mayo de 2003.

Quebranto de Europa

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Blair, Bush y Aznar.

Un precepto del Tratado de la Unión Europea obliga a los gobiernos de los países miembros a actuar en política internacional bajo un mismo criterio, con lealtad y solidaridad de todos entre sí y de cada uno frente a todos. A diferencia de lo que ocurre en materias económicas y monetarias, la unidad de acción en asuntos internacionales no está garantizada con normas procesales de las que salgan acuerdos vinculantes para los Estados que discrepen de la mayoría.

Tal carencia normativa había sido suplida hasta ahora por la civilizada costumbre de las consultas previas. La crisis de Iraq ha hecho saltar por los aires la civilidad de los Gobiernos europeos y el Tratado de la UE. La deslealtad y la insolidaridad entre los Estados miembros han sido tan escandalosas como «pitoyables». Nunca antes se había manifestado con tal nitidez la división de Europa en una cuestión concerniente a su propia conciencia moral, de la que depende nada menos que la posibilidad de su independencia política.

El irresponsable atentado a la futura unidad política de Europa plantea un doble problema a la conciencia intelectual de los europeos: 1.- Identificar y denunciar públicamente a los responsables de la felonía. 2.- Dilucidar si es o no posible acceder a una conciencia política autónoma sin que Europa se independice de los EE UU en asuntos internacionales. Necesitamos resolver el primero para saber en quién deben confiar los europeos; y el segundo, para tomar conciencia del carácter utópico o realizable de los Estados Unidos de Europa.

Las respuestas a estas dos cuestiones no dependen de cuál sea la posición políticamente correcta ante la guerra de Iraq, si la de Bush o la de Chirac (había una tercera alternativa, derivada del más que probable supuesto de que Sadam no tenga armas de destrucción masiva), pues este análisis se hace bajo la perspectiva de cuál era la más adecuada a la causa de la unidad política de Europa.

Las uniones estatales no nacieron siempre del acierto de los gobernantes en las guerras o conciertos de los Estados particulares que las precedieron, sino de la trascendencia histórica de las decisiones, justas o injustas, que las determinaron. Los EE UU son ejemplo de unidad causada por una guerra justa de Independencia. Alemania o Italia, de independencia lograda con la unidad nacional impuesta por decisiones injustas de Prusia o el Piamonte.

Hay que partir de la evidente carencia de estadistas europeos. Ninguno de los gobernantes actuales tiene la talla intelectual, moral y política de los fundadores de los Estados Unidos, ni ha previsto el nuevo orden mundial que requiere la disolución del imperio soviético, como Cavour vio el porvenir de los Estados nacionales, tras la derrota del imperio napoleónico, y Bismarck la necesidad de una Alemania imperial, tras la implantación colonial del imperio británico. Aunque hoy todos vean la necesidad de que Europa, junto con Rusia, equilibre la hegemonía mundial (sin control exterior) del poder militar de EE UU, nadie se propone hacerlo.

Chirac y Schröder cometieron la falta de cortesía de no consultar a sus socios europeos, antes de anunciar su oposición al empleo de la fuerza para desarmar a Sadam, hasta que se agotara la vía de apremio, con presión exterior e inspección interior. Gran Bretaña y España, en lugar de convocar de urgencia al Consejo de Europa para reprochar allí la descortesía de Francia y Alemania, y adoptar una decisión conjunta favorable al interés de Europa, se adhirieron incondicionalmente a la determinación de Bush de invadir Iraq. El escenario bélico y las manifestaciones urbanas en todo el mundo prueban que Blair y Aznar, al asumir el error norteamericano, han asestado un golpe tan hiriente a la unidad europea que se necesitarán años para impulsar su incipiencia. Lo que allá ha sido un error de la soberbia militar acá puede ser un suicidio de la conciencia e inteligencia del mundo.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 8 de mayo de 2003.

Trevijano entrevistado en «El Faro de Alejandría»

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El 20 de febrero de 2003 Antonio García-Trevijano fue entrevistado en el programa «El Faro de Alejandría» dirigido por Fernando Sánchez Dragó:

Lo Mimético

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Muchas especies animales logran sobrevivir a causa de su semejanza con las formas y colores del medio vegetal o mineral donde se mueven. Parecer otra cosa de lo que se es, el camuflaje mediante la imitación, resulta vital cuando no se confía en la propia fuerza. El elefante no tiene que parecer una roca ni estar en manada para ser respetado. Pero las naciones se uniforman con los colores de las grandes. Esos ciegos reflejos se animan en los tiempos que siguen a las catástrofes morales. No debe extrañar que, destruida Europa en la guerra mundial, una mitad continental se levantara con vestidos y modales de norteamericanos y la otra, con ropa y disciplina soviéticas. Sólo la rocosidad de su vida política, tan útil para la guerra fría, permitió a la Península Ibérica quedar al margen de los disfraces.

Mientras duró la calentura ideológica, la improvisada manta estatal, con la que se tapó el miedo europeo a la libertad, se justificó en la supervivencia. Sólo Gran Bretaña y la Francia de De Gaulle conservaron parte de su personalidad política, gracias a la representación de la sociedad civil en el Parlamento. Un sentimiento de culpabilidad, inherente al horror de lo derrotado, condujo a edificar sobre patrones del vencedor un tipo de Estado cobijo que albergara y financiara a los partidos políticamente correctos. Se sacrificó el sistema representativo en aras de la integración de las masas en el gobierno.

Una forma de Estado no totalitaria, pero de oligarquía totalizante. Que, sin separar los poderes estatales, sometió el legislativo al ejecutivo y prohibió los partidos comunista y nazi (Alemania) o los marginó de las combinaciones de gobierno (Italia). El objetivo de ese tipo de Estado no era la libertad política, sino la integración de los países derrotados en un bloque atlántico capitaneado por EE UU.

A comienzos de 1977 la situación era bien distinta. La Comunidad Europea tenía entidad económica propia. Los partidos comunistas habían dejado de ser revolucionarios desde antes de mayo de 1968. La extrema derecha, pura nostalgia. Portugal había salido sin sangre de la dictadura corporativa. La sociedad civil española, confiante en sí misma, estaba en pleno desarrollo.

La oposición había creado una alternativa democrática a la dictadura que, además de estar basada en la libertad política, era distinta tanto del sistema parlamentario, que tan fácilmente sucumbió ante el fascismo, como del coyuntural modelo del Estado de Partidos. Así lo estimó el Parlamento de Estrasburgo cuando, esperanzado en la influencia que tendría en sus países, acogió con entusiasmo el proyecto político de la Junta Democrática.

Pero el tradicional complejo de inferioridad de la clase dirigente española, la falta de confianza en la libertad y en sí misma, la inclinó hacia la mímesis de lo que existía en una parte significativa de Europa, aunque no fuera la democracia ni lo más conveniente para España. Desechó el modelo inglés y el francés porque la libertad política subsistía en sus sistemas electorales y no tenían lo que más necesitaban los reformistas: la substancia del poder incontrolado de la dictadura.

A la hora de imitar, se dudó aquí entre el modelo alemán, admirado por el socialismo universitario, anticomunista, y el modelo italiano de la componenda, tan caro a la democracia cristiana. El dominio de Suárez sobre Fraga se manifestó en el sistema proporcional y la legalización del PC. Del consenso resultó un híbrido germano-itálico, que cumplía las marcas de fábrica constitucional para ser homologado con los productos europeos. Nuestra originalidad consistió en la mímesis, como inferiores, de lo políticamente peor de Europa.

Y entramos en el club, exentos de libertad política, sin personalidad pública y pagando caro. Pero la imitación fue homologada.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 24 de mayo de 2001.

Lo Dado

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Para avanzar en la comprensión de lo que ha significado para nosotros la Transición; para detectar la clase de realismo de nuestro sistema político; para saber cabalmente a qué tipo de conveniencia pública respondió el cambio de la Dictadura por la Monarquía del Estado de partidos, hay que distinguir entre lo que perdura de la situación anterior -«lo dado» sin mediación a la conciencia de poder de los dirigentes de partidos- y lo nuevo que aparece como «lo puesto» por la clase política de la Corona.

Con la expresión «lo dado» no me refiero al caótico material de sensaciones de poder y miedo, sentimientos de falta de libertad y deseos de tenerla, que se imponía a la conciencia colectiva de la sociedad, sin mediación de ideas políticas ni juicios morales, al final de la dictadura. No empleo, pues, «lo dado» en sentido kantiano.

Tampoco lo entiendo como los «datos» del problema que planteó la muerte del dictador, y que eran perceptibles, al modo bergsogniano, por intuición inmediata. Aquí restrinjo su sentido a «lo dado», sin reflexión, a las conciencias «de» poder y «del» poder de los hombres del Estado y de los partidos que dirigieron la segunda fase de la Transición. Pues a partir del Referéndum de la Reforma esa doble conciencia, «de» poder y «del» poder, no sólo era en todos la misma, sino fundida en una sola. Así, sus conciencias de poder personal se hicieron, como en el dictador, la conciencia de la realidad y del poder público.

El consenso fue posible porque se basó en la identidad de lo dado inmediatamente a esta clase unitaria de conciencia. Siendo un producto espontáneo de la conjunción inconsciente de conciencias, el consenso pertenece a lo dado por Franco como conciencia de la realidad de poder, y no a lo puesto por la libertad de poder. No es, por ello, un mero acuerdo de voluntades particulares, sino la primaria expresión de una voluntad común de poder y de poder común, que hace posible los pactos particulares de reparto y de administración del mismo. Lo dado como consenso es lo heredado, de la concepción del poder de la dictadura, por los partidos. Los pactos y conciertos entre voluntades de poder, para solventar o dirimir conflictos particulares entre partidos, ha sido lo puesto por ellos en lugar de la libertad política y la democracia. Que devienen innecesarias desde el momento mismo en que lo dado, el consenso de unas similares conciencias de la realidad del poder, domina y prevalece sobre lo puesto, el acuerdo de voluntades en aspectos menores de esa única realidad.

Lo puesto por los partidos deriva de lo dado a ellos como idea y sentimiento de la realidad de poder propia de la dictadura. La realidad política resulta ser así el concepto que los partidos se hacen de ella, en tanto que puesta e impuesta a los demás por ellos mismos. El Yo egocéntrico, egotista, egoísta, egológico y fenomenal de los partidos estatales, visto al modo trascendental de Fichte, comunica el ser de la existencia política y social a lo dado inconscientemente a sus conciencias, como preconcepto de la realidad de poder, y a lo puesto libremente por ellas, con una libertad de poder sin control.

El realismo empírico del consenso, su pretendido pragmatismo, constituye la mayor manifestación de idealismo metafísico y la menor expresión de idealismo moral que cabría imaginar. No hay más realidad social que la constituida por los partidos y mantenida por ellos. En su órbita, todo es realidad. Y todo es ilusión fuera de ella. No hay otra conciencia de la realidad estatal y social que la de partido. No es que la cultura, la economía, la profesión y el ocio dependan de los partidos.

La realidad es más tajante: cultura, economía, profesión y ocio, fuera de las conciencias partidistas, constituyen la Nada. La muerte civil. Pero sabemos al menos que, siendo habitantes de la nada, la libertad de negarla nos da vida propia.

*Publicado en el diario La Razón el lunes 9 de abril de 2001.

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Queremos que leas y comprendas esta Política de Privacidad. Por eso, la hemos redactado en un lenguaje fácil y sencillo. No obstante, si quieres consultar las cuestiones más importantes, puedes dirigirte directamente al final y las verás especificadas de forma concisa en una tabla.

¿Quiénes somos y qué hacemos con tus datos?

En la asociación Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC) (en adelante, “MCRC"), somos responsables del tratamiento de tus datos de carácter personal que llevaremos a cabo desde la página web del Diario Español de la República Constitucional (en adelante, el “Diario”): www.diariorc.com, la cual incluye la tienda de la editorial del MCRC (en adelante, la “Tienda”), cuyo dominio es de nuestra titularidad, según la información recogida en esta política de privacidad. Debes saber que somos una asociación cultural con domicilio social en Calle Alondra 1, Prado de Somosaguas, Pozuelo de Alarcón, 28223, Madrid, y nuestro NIF es G-86279259. Si tienes cualquier duda o consulta acerca de cómo tratamos tus datos, puedes escribirnos a [email protected] y estaremos encantados de atenderte. El acceso y/o uso al Diario te atribuye la condición de usuario (en adelante, “Usuario”), e implica la aceptación, desde dicho acceso y/o uso, de la presente Política de Privacidad para las finalidades indicadas en la misma así como el Aviso Legal, que también puedes consultar en el Diario.

¿Qué información recabamos sobre ti?

Recogemos los datos estrictamente necesarios para garantizar el correcto funcionamiento del boletín, la provisión de los servicios de venta ofrecidos en la Tienda, así como para asegurar que cumplimos con lo que nos piden los Usuarios, ya sea mediante la solicitud de información como el envío de compras realizadas a través del Diario. Recabamos información sobre ti cuando:
  • Nos solicitas información, ya sea vía email o a través de nuestro formulario web.
  • Te suscribes a nuestro boletín informativo, y/o solicites el envío las publicaciones por Whatsapp.
  • Nos remites obras para su publicación en el Diario.
  • Realizas una compra en la Tienda.
  • Dejas un comentario en la sección de comentarios de los contenidos del Diario.
Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, recuerda comunicarnos las modificaciones que se vayan produciendo de tus datos de carácter personal a través de un correo electrónico a nuestra dirección. Además, cuando navegues por el Diario, podrán instalarse en tu dispositivo distintas cookies y otros dispositivos de seguimiento con el fin de asegurar un correcto funcionamiento de la página web, tal y como te explicamos en la Política de Cookies que puedes consultar en el Diario.

¿De dónde hemos obtenido tus datos?

Como puedes ver en el apartado anterior, los datos personales que necesitamos tratar en relación con el Diario, nos los aportas libremente a través de distintos canales. No obstante, en caso de que aportes datos personales de un tercero, garantizas que le has informado de esta Política de Privacidad y has obtenido su autorización para facilitarnos sus datos con las finalidades indicadas. Igualmente, te haces responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. Como Usuario, garantizas que los datos que nos facilites -ya sean tuyos o de un tercero- serán veraces y exactos, debiéndonos comunicar cualquier modificación de los mismos. Nos reservamos el derecho a excluir del Diario a aquellos usuarios que hayan facilitado datos falsos, sin perjuicio de las demás acciones que procedan en Derecho.

¿Cómo funciona el boletín y la lista de difusión de Whatsapp?

El MCRC cuenta con un boletín informativo digital mediante el cual se comunica con sus asociados y suscriptores para mantenerles informados de las últimas publicaciones, novedades, acciones y participaciones. Suscribirte al boletín es muy sencillo, simplemente tienes que indicar tu correo electrónico en el apartado al efecto del Diario. Así mismo, el MCRC dispone de una lista de difusión de Whatsapp mediante la cual realiza avisos informativos con las publicaciones del boletín. Si quisieras recibir los avisos mediante la lista de difusión simplemente tendrás que aportar tu número de teléfono. Todos los datos que nos proporciones serán tratados de conformidad con esta Política de Privacidad.

¿Cómo usaremos tus datos y en base a qué?

Los datos de carácter personal recabados por el MCRC podrán ser utilizados para las siguientes finalidades: (i) Información. (ii) El envío del boletín informativo del MCRC mediante correo electrónico, y para enviarte mensajes informativos por Whatsapp en el caso de haberte suscrito. (iii) El envío de compras realizadas en la Tienda. (iv) La publicación de comentarios en el Diario. Desde el MCRC utilizaremos tus datos con las siguientes finalidades:
  1. Atender tus peticiones de información.
  2. Enviarte el boletín informativo en el case de haberte suscrito.
  3. Enviarte cualquier compra realizada en la Tienda a la dirección que nos proporciones.
  4. Generar facturas relacionadas con las compras realizadas en la Tienda.
  5. Atender cualquier solicitud de ejercicio de tus derechos que nos puedas hacer llegar, en cumplimiento de nuestras obligaciones legales.

¿Durante cuánto tiempo guardamos tus datos?

Sólo mantendremos tus datos durante el tiempo que sea estrictamente necesario para ofrecerte la información que requieras y poder realizar los envíos y realizar un seguimiento de los mismos, y posteriormente durante el periodo que resulte indispensable para poder cubrir eventuales responsabilidades o para la formulación, ejercicio o defensa de reclamaciones. No obstante lo anterior, podrás solicitar la eliminación de tus datos, y en caso de resultar aplicables dichos plazos legales de conservación, se mantendrán bloqueados durante el tiempo que la normativa establezca. En cuanto a nuestro boletín, conservaremos los datos proporcionados en tanto no manifiestes tu voluntad de darte de baja de los servicios.

¿Vamos a comunicar tus datos a terceros?

No cederemos tus datos a terceros excepto cuando se nos requiera por Ley, y en particular, podremos comunicar tus datos a las siguientes entidades, siempre en relación con las finalidades descritas:
  • A los órganos competentes de las Administraciones Públicas en cumplimiento de las obligaciones legales que nos sean de aplicación.
  • A nuestros proveedores de servicios auxiliares, necesarios para el normal funcionamiento de los servicios contratados, incluido el envío de las compras realizadas en el portal. En el caso de que algún proveedor se encuentre en una jurisdicción ajena al ámbito de aplicación del RGPD, te garantizamos que se encontrarán adheridos al Escudo de Privacidad (Privacy Shield) UE - EE. UU. Puedes aprender más haciendo click en este hipervínculo: https://www.aepd.es/sites/default/files/2019-09/guia-acerca-del-escudo-de-privacidad.pdf
    • A nuestros colaboradores, en el seno de prestaciones de servicios, los cuales estarán obligados a su vez a guardar la más estricta confidencialidad.

¿Cuáles son tus derechos y cómo puedes ejercitarlos?

  1. Derecho a acceder a tus datos personales para saber cuáles están siendo objeto de tratamiento y con qué
  2. Derecho a rectificar cualquier dato personal inexacto -por ejemplo, si necesitas actualizar la información o corregirla en caso de que fuera incorrecta-.
  3. Suprimir tus datos personales, cuando esto sea posible. Si la normativa vigente no nos permite eliminar tus datos, los bloquearemos durante el tiempo restante.
  4. Solicitar la limitación del tratamiento de tus datos personales cuando la exactitud, la legalidad o la necesidad del tratamiento de los datos resulte dudosa, en cuyo caso, podremos conservar los datos para el ejercicio o la defensa de reclamaciones.
  5. Oponerte al tratamiento de tus datos personales.
  6. Llevar a cabo la portabilidad de tus datos.
  7. Revocar el consentimiento otorgado -por ejemplo, si te suscribiste al boletín y ya no deseas recibir más información-.
  8. Ejercer tu derecho al olvido.
Podrás ejercitar tus derechos en cualquier momento y sin coste alguno, indicando qué derecho quieres ejercitar, tus datos y aportando copia de tu Documento de Identidad para que podamos identificarte, a través de las siguientes vías:
  1. Dirigiendo un correo electrónico a nuestra dirección: [email protected]
  2. Dirigiendo una solicitud escrita por correo ordinario a la dirección Calle Alondra 1, Prado de Somosaguas, Pozuelo de Alarcón, 28223, Madrid.
  3. Además, cuando recibas cualquier comunicación nuestra, clicando en la sección de baja que contendrá esa comunicación, podrás darte de baja de todos envíos de comunicaciones del MCRC previamente aceptados.
  4. Cuando te hayas suscrito a la recepción de mensajes informativos a través de Whatsapp podrás cancelar la suscripción desde el formulario del Diario donde te diste de alta, indicando que deseas darte de baja.
Si consideras que hemos cometido una infracción de la legislación en materia de protección de datos respecto al tratamiento de tus datos personales, consideras que el tratamiento no ha sido adecuado a la normativa o no has visto satisfecho el ejercicio de tus derechos, podrás presentar una reclamación ante la Agencia Española de Protección de Datos, sin perjuicio de cualquier otro recurso administrativo o acción judicial que proceda en su caso.

¿Están seguros tus datos?

La protección de tu privacidad es muy importante para nosotros. Por ello, para garantizarte la seguridad de tu información, hacemos nuestros mejores esfuerzos para impedir que se utilice de forma inadecuada, prevenir accesos no autorizados y/o la revelación no autorizada de datos personales. Asimismo, nos comprometemos a cumplir con el deber de secreto y confidencialidad respecto de los datos personales de acuerdo con la legislación aplicable, así como a conferirles un tratamiento seguro en las cesiones y transferencias internacionales de datos que, en su caso, puedan producirse.

¿Cómo actualizamos nuestra Política de Privacidad?

La Política de Privacidad vigente es la que aparece en el Diario en el momento en que accedas al mismo. Nos reservamos el derecho a revisarla en el momento que consideremos oportuno. No obstante, si hacemos cambios, estos serán identificables de forma clara y específica, conforme se permite en la relación que hemos establecido contigo (por ejemplo: te podemos comunicar los cambios por email).

Resumen de Información de nuestra Política de Privacidad.

Responsable del tratamiento MOVIMIENTO DE CIUDADANOS HACIA LA REPÚBLICA CONSTITUCIONAL (MCRC) Calle Alondra 1, Prado de Somosaguas, 28223, Pozuelo de Alarcón, Madrid. NIF: G-86279259
Finalidades de tratamiento de tus datos personales - Atender tus solicitudes de información, comentarios, peticiones y/o consultas en el marco de tu relación con el MCRC. - Atender las solicitudes para el ejercicio de tus derechos. - Enviarte todas las comunicaciones a las que te hubieras suscrito, incluido el boletín (si te hubieras suscrito) y comunicaciones por Whatsapp. - Enviar cualquier compra realizada en la Tienda del MCRC.
Origen de los datos tratados - Nos los has facilitado libremente tú mismo o un tercero en tu nombre. - Los hemos recabado a través de nuestro Sitio Web mediante cookies. Puedes obtener más información sobre este tratamiento en nuestra Política de Cookies.
Base de Legitimación para el tratamiento - El tratamiento es necesario para la ofrecerte la información necesaria en atención a tu condición de asociado del MCRC. - Para determinados tratamientos, nos has dado tu consentimiento expreso (ej participación en una acción; boletín…). - Contrato de compra entre las partes.
Cesión de datos a terceros - Cedemos tus datos a proveedores de servicios, incluidos aquellos relativos al envío de las compras realizadas en la Tienda. - En ningún caso se cederán tus datos a personas ajenas a la actividad del MCRC (ya sean asociados o ajenos a la asociación) y los servicios que nos has sido solicitado. - Cedemos tus datos a determinadas autoridades en cumplimiento de obligaciones legales (ej. Administraciones Públicas).
Plazos de conservación - Conservaremos tus datos durante el tiempo que siga vigente tu relación con el MCRC. - Si nos pides expresamente que los eliminemos, así lo haremos salvo que exista una obligación legal que nos lo impida o que, por ejemplo, necesitemos utilizarlos para la formulación, ejercicio y defensa de reclamaciones.
Derechos del interesado Podrás solicitarnos el ejercicio de tus derechos por correo electrónico: [email protected], o por escrito a nuestro domicilio social en Calle Alondra 1, Prado de Somosaguas, 28223, Pozuelo de Alarcón, Madrid. Puedes pedirnos el derecho a acceder a tus datos, a solicitar su rectificación o supresión, a limitar el tratamiento de tus datos, o a oponerte a determinados tratamientos, a retirar el consentimiento que nos hubieras prestado, a la portabilidad de tus datos o a no ser objeto de una decisión basada únicamente en el tratamiento automatizado. Si no estás de acuerdo con el tratamiento que realizamos de tus datos, puedes presentar una reclamación ante la Agencia Española de Protección de Datos: www.aepd.es. Si tienes alguna duda sobre esta Política de Privacidad o el tratamiento de tus datos, escríbenos a nuestra dirección de correo electrónico [email protected], y estaremos encantados de atenderte.

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