Cuando el Presidente del gobierno turco, Erdogan, asume en Estambul la treta de la Alianza de Civilizaciones, imaginada por el oportunista Zapatero como “ersatz” del diálogo entre culturas, traiciona inconscientemente la tradición cultural de Constantinopla y, aunque parezca inverosímil, la propia cultura política del creativo imperio otomano. Los gobernantes de Europa, y Turquía forma parte de ella, ahorman su reciente europeismo, sin saberlo, a la reducción helenista que realizó Gonzague de Reynold en su gigantesca historia de “La formación de Europa”, donde no distingue entre civilización y cultura. Esta estrategia intelectual le permitió hilvanar la continuidad de un solo discurso helenista del espíritu europeo, desde la antigua Grecia hasta mitad del siglo XX, a costa de la verdad histórica.   Si bien es cierto que en diversos momentos históricos coinciden en muchos aspectos, no es posible identificar el humanismo, fuente de inspiración cultural greco-romana del Renacimiento, con la impronta helenística de la acción civilizadora de lo griego en el mundo bárbaro a partir de Alejandro. Si Atenas fue la Ciudad del clasicismo humanista, Alejandría creó la Metrópolis de la helenística y Constantinopla, la del helenismo bizantino. Los teólogos del cristianismo, Padres de la Iglesia, son egipcios o asiáticos. Y los dos fenómenos históricos conformados por la Iglesia ortodoxa bizantina, el cesáreo-papismo de los Zares y la aparición de Grecia, por primera vez en la historia, como entidad nacional unida, fueron productos del factor turco. ¿Por qué la guerra de independencia contra una dominación otomana de cinco siglos, creó una sola nación griega, con un Estado monárquico, en lugar de restaurar las clásicas Repúblicas helenas? La monarquía fue una imposición de la Santa Alianza, vencedora de los turcos en la batalla de Navarin. Y la Iglesia ortodoxa logró la unidad griega con una estrategia de estrecha colaboración con la del invasor, sin igual en la historia. Para no disminuir la recaudación de impuestos y fomentar la oposición de la Iglesia bizantina a la romana, Mohamed II prohibió la conversión al Islam de los griegos, y tuvo la sutileza de conceder al Patriarca de Constantinopla un pequeño territorio europeo, el “Fanar”, y una jurisdicción cesáreo-papista. La aristocracia “fanariota”, eclesiástica y civil, mantuvo la lengua griega con escuelas de doctores y, desde el Cuerno de Oro, administró con criterio unitario los asuntos de los pueblos griegos. La unidad griega, procurada positivamente por Turquía, se contrapone a la unidad europea nacida del sentimiento antisoviético.   florilegio   "La falsa amistad busca motivos de unión, la verdadera, sin buscarlo, encuentra uno solo."

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