La crisis económica oculta la gravedad que supone, para la estabilidad de las relaciones de poder internacional, la pérdida de EE.UU. de su hegemonía mundial. A los europeos interesa afianzar el porvenir de las relaciones de la UE con Rusia, pensando en su integración. Y esto no está encaminado en la buena dirección. En los prolegómenos de la crisis económica, el presidente de Georgia, alentado por Bush, provocó un conflicto innecesario con Rusia, cuyo origen y consecuencias no fueron comprendidos por la opinión europea. Bush padre prometió a Rusia que la OTAN no se extendería al Este. Su hijo lo incumplió cuando Rusia ya no era la debilitada potencia que negoció con su padre, y había recobrado su potencial, enriquecido con la exportación de sus materias energéticas a los países de la UE. Este inútil conflicto, sentido particularmente en Alemania y Polonia, permanece latente. La UE baila al son de la música norteamericana, y se desconoce la que tocará Obama.   Otro factor de desequilibrio vendrá de la inquietante situación que la crisis económica está creando ya en China. Por un lado, su amenaza de no seguir comprando la deuda pública de EE.UU., mas retórica que real, afectaría a la estabilidad del dólar, pero no a la geopolítica de la estrategia de alineamiento en función de su potencia militar, con abandono del principio ético de respeto a los derechos humanos. Por otro lado, siendo previsible el hundimiento de una economía basada en la exportación, a causa de la crisis mundial de la demanda, son imprevisibles las consecuencias políticas que tendrá en China el retorno de decenas de millones de trabajadores urbanos a las zonas rurales de donde emigraron. No es descartable la regresión del Régimen hacia el pasado, tal vez la reacción inmediata, como tampoco una progresión, paulatina o rápida, hacia la liberación del aparato comunista que encorseta a la aún poco desarrollada sociedad civil. No se conoce cual será la estrategia de Obama ante China, a corto y largo plazo.   Factor desequilibrante es la progresiva radicalización de los islamismos en el suroeste asiático y Oriente Próximo. En la UE debería ser prioritario el tratamiento inteligente de la cuestión turca, de su exclusiva competencia. No tranquiliza que la relación de Occidente con los países productores y exportadores de terrorismo sea diseñada por Hillary Clinton. La guerra en Afganistán, la inestabilidad de Paquistán, la cuestión iraní y la palestina dejarán en la sombra del olvido las tragedias de hambre y de genocidios en África. Menos mal que los Estados de América Central y del Sur, despertados de su marginación, parecen capaces de aprovechar la crisis económica para dotarse de organismos interamericanos no tan dependientes de EE.UU., ni del aislamiento cubano, como ya están insinuando.

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