Me he enterado hace poco de que el sistema oligárquico español, a través de la fábrica más grande y conocida de su rentable industria cultural (también llamada diario El País), dedica unas líneas al MCRC. Siempre sin nombrarlo, por supuesto. Son de los que tiran la piedra -que no pasa de chinita de playa- y esconden la mano. El señor Fernando Savater ha sido el encargado de dar fe pública de que empezamos a ser molestos, de que podríamos llegar, con el tiempo, a alcanzar la hegemonía cultural que en la actualidad dictan ellos. “No merecen vivir en un país democrático”, dice Savater refiriéndose a “los que no votan”. La frase es demasiado larga, don Fernando. Sobra eso de “en un país democrático”. Para ustedes, no merecemos vivir, ya que nos atrevemos a pensar por nosotros mismos y denunciamos la mentira y la corrupción. Y digo que sobra la segunda parte de esa frase porque no vivimos en un país democrático, señor filósofo. Usted debería saberlo bien, pero, o se hace el tonto o es muy cínico. Un país donde el poder está concentrado solo en el ejecutivo, el cual decide hacer, y hace, leyes que después votan sumisos sus lacayos diputados, que no son sino los chicos de los recados puestos en las listas y que han de obedecer siempre, no puede ser, jamás, democrático. Una forma de gobierno donde los partidos políticos son estatales, se incardinan en el Estado, cobran del Estado y se reparten el poder en cuotas territoriales (donde para más inri el voto concentrado o regional vale mucho más que el que no lo es) no parece muy democrático. Ni hay separación de poderes en origen ni existe la representación política del votante, que no elige a nadie, sino que vota unas listas donde ya todo fue elegido tiempo atrás. Efectivamente, no merecemos vivir en un país así, en eso tiene razón.

Ningún pueblo merece vivir en un país en el que la clase política, que se repartió todo el poder hace 40 años, ha corrompido todo y a todos, miente de manera sistemática, con asesores contratados específicamente para que el lenguaje corporal no les delate. Entrenados para mentir sin pausa, no saben ni pueden hacer otra cosa. Que lo hagan los profesionales lo podemos entender. Pero que lo hagan también, una y otra vez, quienes se consideran los intelectuales de ese democratísimo país, es menos entendible. ¿Se gana mucho siendo pesebrero del poder establecido? ¿Es rentable? Pregunto, desde el establo, sin televisión ni ADSL.

En el establo de la libertad se está bien, señor Savater. Se está tan bien que no cambio este establo por ninguna jaula de oro donde, para ganarse las lentejas, debe uno escribir lo que a otros les gustaría escribir, pero son tan cobardes que no se atreven a que su nombre se haga público, o son tan torpes que necesitan una mano más bregada que sepa “meterla con queso”.

Por cierto, cuando el voto sea obligatorio, será un deber, y no un derecho. ¿Es preciso tener que recordarle incluso esta obviedad? Votar es un derecho potestativo. En la LOREG (Ley Orgánica del Régimen Electoral General) se habla una y otra vez del “derecho de sufragio”. Siempre esa palabra tan molesta: derecho. Un derecho, señor Savater, se ejerce o no, a voluntad, dé rabia a algunos o deje indiferentes a otros. Pronto ocurrirá como con los piquetes informativos de las huelgas. El que no quiera ejercer su derecho, será debidamente informado de que debe y coaccionado en caso de que no entienda a los matones de turno enviados por los cobardes de siempre. Si alguien no ha ejercido en su vida el derecho de reunión, ¿hay que rasgarse por ello las vestiduras y clamar por que todos lo ejerzamos so pena de que en un futuro no lejano lo conviertan en obligatorio para agradar a no sé quién? Sus palabras no se sostienen por mucho malabarista andamiaje que utilice. Mientras el derecho de sufragio sea eso, un derecho, criticar el no ejercerlo no dejará de ser una simple y ñoña pataleta infantil, que lo único que consigue es que el pueblo no entre en el meollo del asunto. Es decir: en España se puede votar pero no se nos permite elegir a personas. Se vota un papel con una lista que hace una persona a la que luego elegirán como presidente los de la lista. Es tan ridículo que hasta se me rebela el teclado al escribirlo.

Léase, hágame ese favor, el artículo 5 de esta ley orgánica. Si no lo tiene a bien, aquí se lo copio:

Artículo 5

Nadie puede ser obligado o coaccionado bajo ningún pretexto en el ejercicio de su derecho de sufragio, ni a revelar su voto.

Nadie puede ser obligado o coaccionado…” Les gustaría pero aún no se atreven, y además no lo necesitan debido a que casi dos terceras partes de la población acude voluntariamente.

El contenido de su artículo no es otra cosa sino una coacción en toda regla. Se burla de todo aquel que se abstiene y no sé si posee usted el don de la telepatía, pero conoce a la perfección los motivos que han tenido todos ellos para no acudir a las urnas. Después, finaliza el párrafo pontificando con que somos también, “mal que nos pese”, ciudadanos. No podemos ser ciudadanos en un país donde no hay libertad política. Ni usted ni yo lo somos. Ni un solo español es ciudadano cuando el Jefe del Estado es declarado en la Constitución (más bien simulacro de carta otorgada) dios en la tierra, a través del artículo 56.3 de la misma. ¿Ciudadanos de un país en el que la justicia tiene un órgano de gobierno llamado Consejo General del Poder Judicial, el cual está formado por personas puestas a dedo por los partidos políticos? Ya nos gustaría ser ciudadanos libres. Mal que le pese a usted, somos siervos. La diferencia es que unos lo son de manera voluntaria y están encantados de serlo, como usted y muchos más, y otros lo somos también pero sin querer serlo más, lo somos mal que nos pese.

Recuerde que votar listas de partido con nombres ya elegidos no supone elegir nada, sino refrendar o dar el visto bueno a lo elegido.

Por cierto, el artículo de marras se titula “Ni podemos ni debemos”. Fue publicado en el diario El País el 7 de enero de 2016. Estaremos desterrados al establo, pero ya ve que somos claros y vamos de cara.

Que usted lo siga desterrando a gusto, que se le da bien.

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