José Luis Rodríguez (foto: Partito Democratico) La imprevisión del señor Zapatero ante una crisis de enormes proporciones hubiera podido ser mejor disimulada por su cuerpo de camuflaje mediático, si no hubiese insistido en negar, con palabras tan altísonas como huecas, lo que se avecinaba hasta chocar con ello.   El eclipse de la razón, la tergiversación de la verdad y la propaganda a mayor gloria del régimen no pueden taponar todas las vías de agua que abre el vertiginoso empeoramiento general de la situación económica con la multiplicación de los problemas sin resolver.   El desbarajuste político-financiero del tardocapitalismo es una experiencia histórica que demuestra una vez más que cuanto más se deja vía libre al poder, más abusa éste de él; y que frente a las arbitrariedades del estamento rector no bastan una ira difusa, un desprecio interiorizado o una resistencia inarticulada: es preciso apelar al coraje cívico para enfrentarse a la opresión establecida y luchar por la dignidad de la vida pública que sólo puede estar asociada a una libertad política de la que siempre hemos carecido en España.   Sin grandeza de carácter y sin grandes ideales en una parte sustancial de la sociedad civil, con una capacidad crítica y contestataria que ha sido recortada por la troqueladora del consenso, sería inconcebible abordar la conquista de una democracia que los usurpadores partidocráticos siempre nos negarán, y cuya inmoralidad e incompetencia se alimentan del conformismo popular.   Todos los rasgos que la psicología de masas descubrió hasta ahora en el hombre-masa: la incomunicación, su capacidad de consumo unida a la incapacidad para juzgar o discernir, su egocentrismo, y una fatídica alienación ante los asuntos públicos, se aprecian, de manera acusada, en el español rebañego de nuestros días, a cuyo aturdimiento sistemático y fomento de sus instintos más bajos, se dedica el conglomerado de partidos estatales, nacionalismos, publicistas del poder y plutócratas prestos tanto a llevarse el botín en la cresta de la ola especulativa, como a solicitar el auxilio estatal cuando arrecia el viento de la recesión.   Los ciudadanos no pueden seguir estando reducidos a comprar la tranquilidad al precio de la servidumbre.

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