Oh, Canada (foto: Rick Harris) Elecciones en Canadá   Miguel Rodríguez   Convocadas por el Partido Conservador en el poder, el día 14 de octubre Canadá celebrará sus elecciones generales al Parlamento. El partido en mayoría eligirá al Primer Ministro, plausiblemente una re-elección del conservador Stephen Harper, que ha querido celebrar las elecciones cuanto antes para no perder la mínima mayoría que posee. Los dos partidos principales de oposición, el Liberal, que gobernó Canadá durante decenios hasta la convocatoria anterior, y el Nuevo Partido Democrático, asumen un porcentaje mayor de votos que el Conservador, con una larga franja también para el Partido Verde y el Bloque Quebequense, el partido nacionalista francés indisputado en su propia provincia.   Canadá gusta de verse a sí misma como un mosaico armónico de diversas culturas, quizá no del todo sin razón. Su pasado colonizador lo desmiente hasta cierto punto, pues, como en todo el resto del continente americano, incluyó prácticas aberrantes de exterminio de las poblaciones nativas tales como el contagio intencionado de las paperas inoculadas en mantas que repartía la Hudson Bay Company, diezmando tribus enteras debido a la absoluta novedad del virus; u, hoy siendo materia de debate nacional, el encerramiento, lavado de cerebro, violación sexual y asesinato de niños y niñas en las monstruosas residential schools (“escuelas residenciales”), por las que el Primer Ministro recientemente pidió perdón oficial a la manera en que el Papa se excusó por los juicios a Galileo o las quemas medievales de herejes y brujas. Estos acontecimientos constituyen sin duda una mancha en su historial; sin olvidarnos de que con respecto a las hoy día llamadas “Primeras Naciones” sigue en pie la cuestión del cumplimiento de los Tratados, e incluso, como en la Columbia Británica, que carece de ellos, de su implementación.   Con todo, Canadá da muestras de un respeto muy cuidadoso por lo distinto. Se trata de un caso diferente al de los EE.UU., donde los inmigrantes tendieron a adoptar la naciente cultura “americana”. En Canadá tiende en cambio a conservarse la cultura ancestral de cada cual, con su lengua, atuendo y costumbres. Resulta notorio que Canadá siga recibiendo inmigrantes y refugiados de todo el mundo bajo condiciones relativamente abiertas si las comparamos con las de la inmensa mayoría de países occidentales. Aunque algunos exploradores españoles ya habían navegado las costas atlánticas y pacíficas de la actual Canadá muy temprano, este país se originó gracias a una extraña mezcla de aventureros franceses, loyalists o lealistas ingleses a la Corona británica tras la independencia de los EE.UU., y con ellos una larga retahíla de inmigrantes aptos para la construcción del gran ferrocarril transcontinental, casi todos chinos y algunos italianos entre otros, ordenado por el primer Primer Ministro –valga la redundancia– Jonh A. McDonald, padre de la Confederación. Los orígenes del Canadá, tan a caballo entre la súbita irrupción en un mundo vasto y desconocido, el conservadurismo inglés, la influencia constante de los EE.UU. y la necesidad de un continuo flujo de inmigración, hace de él un país abierto a la novedad y al cambio, al mismo tiempo que poco dado al radicalismo político. No obstante, la clase trabajadora nunca careció de fuerza. Los españoles no debemos olvidar la deuda contraída con ella, pues durante nuestra guerra civil pusieron al servicio de la II República el mayor número de tropas extranjeras después de Francia, aun a riesgo de perder su ciudadanía (que luego, al regresar, les fue restituída).   Una compleja descentralización del poder estatal, que otorga más competencias a los gobiernos regionales y provinciales que al federal, pone en las manos de los ciudadanos la posibilidad de múltiples iniciativas en numerosos campos de acción que se ven recompensadas con frutos mucho más inmediatamente. Son, por lo menos, infinitamente menos susceptibles de la corrupción burocrática partidista que abunda en la Europa continental. Se trata de una sociedad educada desde el inicio en la responsabilidad personal y social.   Aunque no exista división formal de poderes, pues el partido en simple mayoría tras las elecciones al Parlamento elige al Gabinete sin elecciones presidenciales independientes, una contrariedad entre el legislativo y el ejecutivo, como sucede a veces en los EE.UU., no es imposible, si bien improbable.   El Parlamento se compone de miembros elegidos en cada distrito individualmente, y no siempre sujetos a los partidos. Las desavenencias entre los candidatos de distrito y la jefatura del partido no son poco frecuentes, y en ocasiones provocan el abandono de la afiliación partidista y la consiguiente presentación de tal candidato como independiente. Puede admirarse, pues, que la responsabilidad personal ante la ciudadanía que lo elige predomina sobre la obediencia ciega al líder.   Y, aunque lejos de corresponder a las insulsas idealizaciones en que se complacen los siempre vanos propangandistas del Estado, Canadá puede servirnos en muchos sentidos de ejemplo sobre las ventajas y limitaciones de un régimen más parecido a una democracia que el español tanto en su Constitución formal como en la sociedad que la sustenta.   En todo caso, no cabe esperar demasiadas sorpresas en estas próximas eleciones. La Gobernadora General Michaëll Jean, representante oficial de la Reina Isabel II, dará su visto bueno, y las cosas seguirán su curso, a ratos conservador y cristiano, a ratos liberal y agnóstico, y con una pizca de progresismo de la que todos, quien más y quien menos, se sienten orgullosos.

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