E.M. Cioran Cioran 2011 Siempre es reconfortante que alguien recuerde a un filósofo como E.M. Cioran, maestro del aforismo, existencialista en estado puro, pero en modo alguno pesimista hasta la desesperación, como se define en múltiples ocasiones a este excepcional pensador.   Lo que Cioran refleja en sus magníficas obras es lo que todo hombre piensa en algún momento de su existencia. Y, generalmente, los argumentos de Cioran son casi irrefutables. Solamente los espíritus críticos y valientes los pueden asimilar y comprender.   El filósofo rumano, afincado en ese lugar maravilloso llamado París, es bastante desconocido. Sin embargo es sin duda uno de los mejores filósofos del siglo XX. Para Cioran el hombre es un autómata en el que la costumbre embota el asombro de existir. Somos y ya no le demos más vueltas, ocupamos nuestra plaza en el asilo de los existentes. El hombre es generalmente conformista, se vive y se intenta vivir por imitación y por respeto a las reglas del juego, por horror a la originalidad. Resignación de autómata. El hombre se pliega a las convenciones para después repudiarlas a escondidas. Figurar en todos los registros, pero sin residencia en el tiempo. Salvar la cara cuando lo imperioso sería perderla, apostilla Cioran.   Se acepta la vida por cortesía. A los veinte años se truena contra los cielos y después se sestea. Quien en la vida no dispusiera de un don de comediante, sería el arquetipo del infortunio, el ser idealmente fuera del sistema. La vida para Cioran no es tolerable más que por el grado de mistificación que se pone en ella. Y la dulzura del vivir en común reside en la imposibilidad de dar curso libre a los pensamientos ocultos. Gracias a que todos somos impostores, nos soportamos los unos a los otros.   Para Cioran la verdadera autenticidad de la sociedad reside en el trueque, la adulación inmerecida y la difamación secreta. Si el hombre tuviese la valentía de mirar cara a cara las dudas que cobijan en su ser, nadie proferiría un “yo” sin avergonzarse.   Para el filósofo rumano, todo pensamiento deriva de una sensación contrariada y para él no es el temor a emprender algo, sino el temor de conseguirlo, lo que da explicación a los fracasos.   Para este gran pensador solamente tiene convicciones quien no ha profundizado en nada. Nacidos en una prisión, con fardos sobre nuestras espaldas y nuestros pensamientos, no podríamos alcanzar el término en un solo día si la posibilidad de acabar no nos incitara a comenzar al día siguiente. Los grilletes y el aire a veces irrespirable de este mundo nos lo quitan todo, salvo la libertad , y esta libertad nos insufla una fuerza y un orgullo para triunfar sobre los pesos que nos aplastan.   Uno no puede disponer sobre uno mismo y al tiempo rehusarse. La idea de destruirnos, la multiplicidad de medios para conseguirlo, su facilidad y su proximidad nos alegran y a la vez nos espantan; pues el acto más sencillo y el más terrible a la vez, es el acto por el cual decidimos irrevocablemente sobre nosotros mismos. En un solo instante, suprimimos todos los instantes.   Este mundo puede quitarnos todo, puede prohibirnos todo, pero no está en el poder de nadie, impedirnos la libertad de nuestras propias decisiones vitales. Todos los útiles nos ayudan, todos nuestros abismos nos invitan, pero todos nuestros instintos se oponen. Esta contradicción es el verdadero conflicto existencial.   Cuando comenzamos a reflexionar sobre la vida, a descubrir en ella su gran dosis de misterio y enigma, nuestros instintos se han erigido ya en guías de nuestros actos, ellos refrenan el vuelo de nuestra inspiración. La honorabilidad, para Cioran, consiste en ser dueño de los destinos.   Si las religiones nos han prohibido morir bajo nuestra propia mano, es porque veían en ello un claro ejemplo de insumisión que humillaba a templos y a dioses. Se perdona el asesinato porque da lugar a poder arrepentirse, pero con otros actos punibles en contra de uno mismo, se franquean todos los límites de la salvación, ya que el arrepentimiento no es posible. Todos estamos volcados en una agonía sin genio, no somos ni autores de nuestras postrimerías, ni árbitros de nuestros adioses. El final no es nuestro final.   Sobre los grandes mandatarios tiene Cioran una referencia clara y los define con un perfil en común. Ser quiméricos, cínicos y soñadores sin escrúpulos. Ya que todos los grandes males sociales fueron desencadenados por locos y mediocres. Por ello dice que la vida sólo se tornará soportable en el seno de una humanidad desengañada, y digna de estarlo, a la que no la quede ilusión alguna que manipule su estado anímico.   ¿Cuándo puede comenzar nuestra felicidad? se pregunta, cuando tengamos la certeza que la verdad plena no puede existir. Todos los seres humanos tienen el mismo defecto. Esperar vivir en lugar de vivir realmente, pues nadie tiene el valor de afrontar cada segundo vital de su existencia. El ser humano, es una criatura que ha perdido lo inmediato. Por eso lo define Cioran como un animal indirecto, producto de un azaroso proceso de la evolución de la vida.   Realmente Cioran presenta como intolerables los dos tipos de sociedad existente de nuestros días, la liberal y la comunista: una, la esencia de la injusticia, la otra el paradigma de la privación de libertad. En ambas el mismo escepticismo y la misma decepción. Si en la sociedad liberal es privilegio el estar libre, es debido a la capacidad de autoengaño, de mentira y de egoísmo y, en definitiva, la libertad que emana de este tipo de sociedad es una libertad contaminada, no es una realidad pura. En las dos doctrinas, la libertad ofrecida es una libertad abstracta; es una libertad tutelada y su uso está reglado en las pocas ocasiones en que ésta puede ser utilizada. Para realmente ser libres, habría que modificar los comportamientos de manera de ser, de desear y de sentir, fundamentalmente.   Para Cioran nadie ha podido cambiar el mundo, ni siquiera los anarquistas, únicos utópicos respetables. La democracia de partidos no es solución a problema social alguno.   Vivir es realmente rechazar a los otros; para aceptarlos, hay que saber renunciar, violentarse contra uno mismo, actuar contra la propia naturaleza, debilitarse en suma. Sólo se concibe la libertad para uno mismo, al prójimo se la otorgamos a duras penas, de ahí lo precario del liberalismo, reto de nuestros instintos, logro breve y milagroso, estado excepcional opuesto a nuestros imperativos profundos.   El pueblo lleva los estigmas de la esclavitud por decreto divino o diabólico. Es inútil apiadarse del pueblo: su causa no tiene apelación posible. Los gobernantes desprecian al pueblo de una forma insultante y provocadora, y éste acepta el desprecio y vive de él. El pueblo se amolda a todos y a ninguno. Y desde el Diluvio hasta el Juicio Final, a lo único que aspira es a vivir y cumplir su condición de vencido.   Para Cioran la libertad es casi una meta inalcanzable independientemente del régimen político. Pero conserva una cierta debilidad por los dictadores ya que estos no se esconden tras fórmulas de apariencia y engaño. Mientras que todos estos pseudo demócratas, redentores y profetas poseídos por una ambición sin límites, disfrazan los objetivos con preceptos engañosos, se alejan del ciudadano para reinar en sus conciencias.   La gran trama de la vida es la mentira. La verdad sólo se vislumbra en los momentos que los espíritus olvidados del delirio constructivo se dejan arrastrar por la disolución de las morales de los ideales y las creencias. Una de las razones por las que puede negarse la libertad es nuestra dependencia del factor meteorológico. La libertad es una ilusión, puesto que depende de cosas que no deberían condicionarnos y, sin embargo, condicionan nuestro ánimo y nuestras sensaciones.   El proceso de envejecimiento en el universo verbal sigue un ritmo de aceleración diferente al del mundo físico. Las palabras repetitivas se extenúan y mueren mientras que la monotonía constituye la ley de la materia. La originalidad se reduce a la tortura del adjetivo. Y así avanza la humanidad, concluye Cioran, con algunos ricos, con algunos mendigos y todos pobres. Es como si nuestra vida no se atarease más que para aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella.   Después de todas estas reflexiones del filósofo rumano, hechas en un paraje tan evocador como son las orillas del Sena, sería inadecuado considerar a E.M. Cioran como un pesimista desesperado. Muy al contrario, es un optimista de realidades contrastadas que habla para almas sin prejuicios existenciales.

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