La industria televisiva se materializa en el grito de las cinco puntas- ¡italianas!, grita el Dante posmoderno; lector de revistas rosas y amarillas-, elevadas a los cien mil euros del profeta. El profeta del Arquitecto del rectángulo tridimensional: la caja tonta, en la cual el Arquitecto es John de Mol (¿Zeppelin?, susurra la lectora de Adorno a su vecina del cuarto); la productora es el hilo carnívoro entre el profeta y Dios. La responsabilidad de profetizar, difundir los evangelios (gritos, celos, vulgares escupitajos sobre el mandato guionizado de la militar hispano-jordana) se ha posado sobre la americana Alyson: producto televisivo, nacido de los despachos y la firma de la estrella de cinco puntas. La americana, enamorada de las cadenas italianas y los navíos italianos- Te voglio bene assai, canta Lucio Dalla a la América de Caruso-; tuvo su batalla final contra su archi-amiga (más allá de los cien mil euros del premio final, y el salario recibido por tatuar las horas sobre la pared de La Casa de Guadalix) Daniela.

Daniela y Alyson han recorrido la geografía mortuoria de la presentadora noventona; obsesionada por sonreír y apuñalar al compañero ante el Big Brother- y el confesionario de la videocámara o los ojos redondos; contaminados por la luz del televisor y la idiotez divertida-. Las dos amigas- bajo la luz, te abrazo[1]; ante la cámara existencial serás asesinada a sangre fría, ¿qué diría el Capote de Monroe y la farándula?- han posado su victoria sobre el reino de la jordana: polemista y profesora de química ante el NH3 del share: ¡Adora tu vida! La polemista invita a la dignidad o al amor propio; implora a Jesús, mientras insulta a la nieta de Lamborghini o posa sus excrementos físicos (quizás, meta-televisivos) sobre la audiencia. ¡Eureka! El secreto- parafraseo al Goebbels del POP33Z- es jugar con las canicas y el colacao…Los códigos éticos de la televisión actual plantean el insulto, la amenaza, la traición, el analfabetismo- ¿Valeeeee?, interrumpe la de San Blas a mi primo el Vaquilla-.

Por otro lado, los antecedentes sociológicos e históricos se remontan al paseo del Arquitecto por un zoológico- ¡bendita sea la bella naturaleza y su arquitectura hegeliana!- ; De Mol se planteó enjaular a los hijos de Adán o los hermanos fraternos de Nietzsche, en una jaula, al igual que los simios expuestos en aquel parque zoológico. Poner a los humanos en un espacio determinado, durante un tiempo atractivo televisivamente; con el fin de ganar dinero y entretener y entretener y entretener y entretener.

La vencedora de la batalla del Sun Tzu televisivo o el G.H. de la farándula ha sido un potro desbocado que no sabe dónde va; es un desierto de arena (¡pena!). Ay, Alyson. ¡Qué pena, penita, pena! Es decir, esta televisión está impregnada por un temperamento maleducado y vulgar; cuyo fin es idiotizar y entretener-¡banalmente!- al ciudadano. La victoria es efímera ante la popularidad y el ¡flash! La realidad de Alyson o el presunto enemigo de la princesa de las Españas (¿la princesa de las autonomías?), afirma: “todos somos efímeros ante los minutos de oro de Warhol o los cabreos de Mila Xíménez”. La caja trinitaria debe liberar sus males: ¡Qué salgan los males, por voluntad del espectador o el libre pensador! Una voz fuerte, responde ( es el Big Brother, oh my God!):

  • Todo es mentira. Los cabreos son mentira; los insultos son un guión, y todo nace y muere en el guión. Mira, vienes; das juego; sales del concurso; ganas tu dinerito; idiotizas al personal, y te ríes de la inteligencia de la gente. Por cierto, después de la tele (la voz se vuelve ronca)… vienen lo bolos y las chicasssss (alarga el sonido hasta caer en una “z”) Y mira, tío: ¡déjalo! Si no te gusta, cambias de canal. ¡Eres un facha; estás en contra de la libertad! ¡Sinvergüenza, Sikabi!

En definitiva, la televisión es un reflejo de la política: la tele está encarcelada en el árbol oligarca de los partidos políticos de este régimen. La política-¡from Spain!- no tiene separación de poderes; por ello debemos difundir el elixir ético de la democracia formal sobre el cadáver de los medios de comunicación, afirma el intelecto de Antonio Tudela (¡tudeleiro!, escribe el Súper-Ibn Jaldún del siglo XXI) al Skype universal mientras extrapolo este discurso a toda nación; poseída por el violador- ¡repugnante, déjame!- de los partidos estatales.


[1] Véase “Las sonámbulas”, Jalil Gibran.

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