Thomas Mann Antes de la completa articulación de la teoría pura de la democracia y en la niebla tenebrosa de los prolegómenos del totalitarismo, así como durante la pétrea y gélida, no ya fría, dicotomía que se denominó “guerra fría”, la integridad de quien sentía no ya sólo el potencial interior del ser humano sino también el ideal perfectamente realizable de vivir en sociedad dignamente y en libertad, se vio, sin quererlo, abocado a una concepción de la sociedad que como mucho esperaba el mantenimiento de las libertades civiles, pero que apenas entrevió la posibilidad de conquistar primero y asegurar después la libertad política. Libertad de elegir a quien nos gobierna y de despedirlo si se corrompe.   Entre los artistas hubo de todo. Hubo quien espoleado por la vaporosa utopía de lo mejor por venir creyó que su optimismo se identificaba con el socialismo. De entre éstos, casi todos acabaron desengañados con la experiencia política de la Unión Soviética. También hubo quien vio con escepticismo toda mejora, y optó por un conservadurismo político según ellos más acorde con la libertad individual. Y finalmente hubo artistas que, al observar el absurdo de la discrepancia entre unos y otros, se declararon a-políticos. Éste es el caso por ejemplo de Thomas Mann o James Joyce, dos de los escritores más sobresalientes del siglo XX.   Pero el apolitismo es también un intento desesperado de evasión, que por otro lado difícilmente podemos reprocharles. Thomas Mann sin ir más lejos enarboló cuando pudo las consignas del mundo libre, algo que le honra teniendo en cuenta la facilidad con que tantos escaparon el bulto del compromiso. Pero la facilidad con que se categorizaba a unos y otros permitió a algunos hombres, demasiado conscientes de lo que estaba aconteciendo, mantenerse en silencio político, pues toda declaración sería fácilmente interpretada como partidismo. La verdadera libertad era otra cosa.   Nuestro mundo actual, una vez superada la asombrosa idiotez de la guerra fría, y sabiendo que la democracia real (no nuestra pseudo-democracia) es el único sistema político digno, siente como inútil, anacrónico, y hasta justificante de la Gran Mentira ese apolitismo que en su día era el único refugio de la dignidad. Pues una cosa es no-partidismo y otra pretender que no somos animales políticos.

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