Ante el último escándalo de corrupción de la partidocracia, el PSOE exige al señor Ábalos que devuelva su escaño. ¿Pero a quién? ¿A su circunscripción? ¿A sus votantes? No. Al partido.

Hechos como éste son la prueba del nueve de que los únicos representados en el Parlamento son los jefes de los partidos que confeccionan las listas. Devolver el escaño significa simplemente que corra el escalafón en los delegados de los partidos que supieron posicionarse en el juego de influencias políticas y de cercanía al líder.

Se demuestra así que la corrupción es factor de gobierno imprescindible. Es el lubricante que hace funcionar la máquina del Estado. Cuando Sánchez dice que la corrupción no cabe en el PSOE, acierta. No cabe, rebosa.

El funcionamiento mafioso de los partidos no es metafórico. En Roma, el pater familias era el dueño absoluto de la vida y hacienda de sus miembros, concibiéndose la familia como institución que superaba los lazos de sangre para establecer relaciones de dependencia y subordinación mucho más amplias, incorporándose a la familia a los agnados y a la clientela.

Las estructuras familiares latinas se conservaron durante siglos como excipiente de las organizaciones criminales de lo que hoy es Italia. El padrino, «el Don», es el pater de esa otra familia delincuencial en la que su composición también sobrepasa el parentesco, convirtiéndose en gens criminosa, con ceremonia iniciática, códigos y normas de derecho interno propios, que incluyen la ejecución de sentencias, incluso de muerte, que tienen como antecedente histórico la primigenia justicia privada romana.

Pues bien, esos mismos lazos gentilicios y criminales son los que rigen la vida de los partidos estatales y su clientela. El pater familiar se convirtió en Don y luego en jefe de partido. El jefe de partido, como el padrino, cuida de su gente, de su familia, en una sociedad de mutuo socorro piramidal y distributiva del producto de sus actividades, en la que los favores se pagan con la obediencia. Y de la misma manera que no se pueden rechazar, se cobran inexorablemente según la voluntad suprema del capo.

La mafia no roba, mata ni trafica para el padrino, lo hace para el beneficio de la organización. Eso no hace menos reprochable el delito, sino que lo agrava por su ontológica peligrosidad social. De la misma forma, que el jefe o jefecillo de partido robe para sí, es menos grave que el hecho de que lo haga para su clientela política o con una finalidad que le trascienda.

1 COMENTARIO

  1. Magnífico artículo, don Pedro. Las vergüenzas de la oligarquía al descubierto, aunque los grupos facciosos sigan alimentados por la pasión de votar, el Régimen tiene fecha de caducidad.

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