Campaña publicitaria de Converse   Un expresidente liberal   El reportaje de EL PAÍS del 28 de febrero acerca del ex-presidente José María Aznar subraya las "líneas maestras" que definen su posicionamiento ideológico, y, a tenor de lo que el propio artículo indica, de una buena parte de la derecha española encarnada en el Partido Popular: "libertad de mercado, menor intervencionismo del Estado, desregularización, impuestos más bajos, inmigración regulada".   La más recibida descripción jurídica de la naturaleza de la economía de libre mercado sostiene que ésta aparece con la apropiación, por parte del trabajador, de su propia fuerza de trabajo, y la conversión de ésta en una mercancía comprable, vendible o alquilable como cualquier otra. Independientemente de su carácter de ficción jurídica y, por tanto, de su más que dudosa concreción en los hechos, esa es la condición sine qua non para el paso del feudalismo al capitalismo. Un esclavo no es otra cosa que un trabajador desposeído de su fuerza de trabajo. Por eso, en rigor teórico, el esclavismo es radicalmente incompatible con el capitalismo. A su vez, la más exigente ortodoxia liberal sostiene que la interferencia de la autoridad estatal en el funcionamiento autónomo del libre mercado, y por lo tanto en la libre circulación de mercancías, acarrea, inevitablemente, a corto o largo plazo, una alteración del "equilibrio" del mismo y, en consecuencia, un perjuicio para todos los "agentes" económicos involucrados en el flujo de la renta. Por tanto, no hay solución teórica, dentro de los presupuestos que definen el liberalismo económico, que pueda conciliar la libre circulación de capitales con las restricciones a la libre circulación de la fuerza de trabajo, que, al igual que el propio capital, es una mercancía más.   Propugnar la "libertad de mercado", "la desregulación" y "la inmigración regulada", es un expediente carente del mínimo rigor teórico exigido por los autoproclamados liberales, una amalgama que propugna el liberalismo para el capital y el nacionalismo para la fuerza de trabajo. El socialismo ha fracasado. El liberalismo no ha podido fracasar porque, a diferencia del socialismo, jamás ha sido puesto en práctica. Y nunca lo será. El primer muro de contención para ello lo forman no sólo los proverbiales enemigos izquierdistas de la "sociedad abierta", sino también liberales como José María Aznar. Pero, conviene subrayarlo, Aznar, además de liberal, es un patriota que vela por las esencias de la identidad nacional, es decir, un nacionalista. Es decir, un antiliberal. Un conservador, un derechista tan enemigo del liberalismo como el socialismo. Y como él, todos los que, dentro del Partido Popular, aceptan su magisterio.   La tentación de confinar el análisis de la realidad o las soluciones que la infinita casuística demanda en el angosto camino definido por la ortodoxia ideológica se estrellará, siempre, en el fracaso. La experiencia histórica lo ha demostrado de forma traumática. Toda solución estrictamente ideológica es producto bien del oportunismo, bien de la propaganda, y siempre de la más radical inconsistencia intelectual. Sólo la fe religiosa propia de las ideologías laicas puede sostener tal armazón fraudulento.

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