Hoy celebramos que hace 150 años una idea revolucionó el mundo. El origen de las especies vía la selección natural fue capaz de explicar de una forma sencilla quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, sin necesitar para ello de la intervención de un ser superior divino. Toda forma de vida que existe o ha existido en la tierra comparte un mismo origen, que a lo largo de millones de años ha evolucionado hacia la diversidad que nos rodea. Esto es una verdad, no revelada, sino científica, que se sustenta en datos objetivos y demostrados. Darwin describió un árbol de la vida con un tronco común, del que salían ramificaciones ocupadas por las especies más próximas entre sí. Su clasificación en el árbol se basó en la anatomía comparativa de las especies que se iban descubriendo. Muchos años después, la genética ha corroborado gran parte del árbol evolutivo, pero también ha encontrado que las ramas no sólo se conectan verticalmente con el tronco, sino que se entrecruzan entre ellas, con numerosas conexiones que permiten el intercambio de genes entre especies que se separaron hace muchos millones de años. Esta interrelación ha sido posible gracias a los virus, por ejemplo, que pueden incorporar ADN de las especies que invaden, lo hacen suyo, y más adelante al evolucionar e invadir otro organismo, le pueden transferir la información genética. Así, nuestra especie tiene genes que han “saltado” procedentes de bacterias, información que seguramente se ampliará en un futuro próximo con el estudio del genoma humano.   Sin embargo, a pesar de la belleza y sencillez de la teoría de la evolución, ésta no ha conseguido prender en el mundo. Siglo y medio más tarde, una gran mayoría de la humanidad cree que un Dios nos creó de la nada, rechazando así las evidencias científicas que la avalan. Si alguno piensa que eso sólo ocurre en los países menos desarrollados, no podría estar más equivocado. Más del 50% de la población estadounidense no cree en la evolución, sin diferencias importantes entre votantes demócratas o republicanos. En Europa estamos un poco mejor, pero tampoco para estar entusiasmados. El creacionismo va ganando adeptos, e incluso en algunos países se ha llegado a sugerir como materia a estudiar como una teoría científica. ¿Por qué necesitamos de supersticiones y cuentos de hadas para entender el mundo? Posiblemente esa respuesta también esté escondida entre nuestros genes.   Virus infectando una célula (foto: MEC)

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