(foto: Iris Montero) Estoy sentada en la biblioteca de Darwin College, mirando hacia el río Cam. Desde la ventana sigo el vuelo de las gaviotas, el pedaleo de los ciclistas y el calmado hundir de las varas en el río para empujar las bateas. Este lugar es único, y justo lo que yo buscaba. Cuando vine a Cambridge, de entre los treinta y un colegios adscritos a la universidad, escogí ser miembro de Darwin. No por lujo –es de los más modestos–, ni por pedigrí –es de los colegios más nuevos. No, lo escogí porque ninguna de las asociaciones que me inspiraba desde el oscuro mundo de las solicitudes académicas me daba comezón.   Darwin fue fundado en 1964 como el primer colegio mixto, es decir para hombres y mujeres. Fue el primero fundado para postgraduados, lo que lo hace quizá el más internacional del pueblo, con más de cincuenta países representados. Y fue, además, el primero en eliminar muchos de los convencionalismos jerárquicos que impregnan la vida colegial cantabrigense, como la high table –la separación entre la “mesa alta”, exclusiva para los fellows del colegio, y la “mesa baja”, para los estudiantes–, el uso de la famosa túnica o gown para cuanta ceremonia se imagine, o la prohibición de pisar el césped. Ahora que hago esta lista me es evidente que escogí venir a Darwin para huir de lo religioso –que sobre el papel yo asociaba con los nombres Trinity, St John’s, Corpus Christi–, y de lo monárquico y nobiliario –King’s, Queen’s, Pembroke. Darwin para mí representaba la igualdad de derechos, lo progresista, a lo que realmente había que aspirar, pues, viniendo de un país donde estos son temas pendientes.   Y aunque mucho del espíritu darwiniano permea las paredes del colegio todo el tiempo –en la casa misma, que perteneció a George, uno de los hijos del naturalista, en los retratos de sus nietos en la sala de lectura, en la inmensa colección de sus obras en la biblioteca–, este año, donde quiera que se esté en el pueblo, es más, donde quiera que se esté en el país, Darwin está presente.   Desde mi escritorio en el colegio homónimo, a la orilla del río Cam, celebro el año de Charles con humor mexicano, cargando mis papeles en un bolso que compré en una librería en Coyoacán. El bolso tiene impresa una caricatura de Darwin, muy en el tenor de la sucinta descripción de la teoría evolutiva que hizo recientemente el comediante Eddie Izzard en Londres: "monkey, monkey, monkey… you".

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