1984 Que un nauseabundo programa televisivo haya difuminado las siniestras connotaciones que “Gran Hermano” tiene desde la publicación de “1984”, muestra el impúdico analfabetismo del que hacen gala los programadores de los medios de manipulación masivos. Pero la obscenidad y el regusto por lo morboso de ese inmundo “éxito” de audiencia gregaria, son insignificantes al lado de los rasgos de la actual sociedad política y mediática, semejantes a los anunciados por Orwell: el empobrecimiento del lenguaje hasta alcanzar una perfecta simpleza; la técnica del desdoblamiento mental o el encomio de la incoherencia; y una continua reescritura del pasado que borre los errores y los crímenes de los estadistas. La perpetuación del “bloque constitucional” se basa en la represión de la libertad de pensamiento, y para ello se necesita un nuevo lenguaje en el que “democracia” signifique: régimen del abuso y de la impunidad del poder.   En uno de sus ensayos menos conocidos, La política y la lengua inglesa, Orwell señala el espurio sentido que se atribuye al término “político”, asociándolo al hábil engaño, cuando decir la verdad, aparte de un deber político, es también lo más útil, especialmente en situaciones de crisis. La subordinación de la verdad a la razón del Estado de partidos y autonomías implica la suplantación de la libertad por la necesidad de mentir.   La honestidad intelectual de Orwell no deja de ser una rareza o una extravagancia en esa normalidad trufada de oportunismo y conformismo en la que medran tertulianos covachuelistas e intelectuales cortesanos, con su idolatría del éxito (sin buena causa) y del poder. Con alma de censores, todos defenderán con alharacas la libertad de expresión, pero nadie la empuñará para “decirle a la gente lo que no quiere oír”, quizás porque para ellos liberty significa el derecho a defender los negocios de sus patrones, a enarbolar los sectarismos ideológicos y a reforzar los prejuicios oligárquicos.   El declinante imperio prisaico –apoyado por la vieja guardia felipista- ha estado sosteniendo una feroz lucha contra los advenedizos de Mediapro – protegidos por Zapatero-, que acabará en un cierre de filas. En el otro lado mediático de la partidocracia, con la salida de Jiménez Losantos de la COPE, también se atisban reagrupamientos de fuerzas.

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