Una constitución que no está basada en la libertad colectiva está fundada en la mentira. Si otros han elegido por nosotros, ¿qué vínculo podremos tener con ese resultado final si no es a través de la sumisión? Si, además, todo el estado de derecho se funda sobre la falsedad de la soberanía popular y se celebra dicha mentira como si fuera una decisión de todos ¿cómo puede haber un ciudadano libre que no se sienta estafado?

Nuestros representantes no dependen de nosotros sino del Estado y adláteres. Por tanto, no podremos exigirles responsabilidades aunque nos conciernan. Ellos sólo responden a sus jefes de partido. Las leyes los blindan, ellos moldean las leyes a su conveniencia y no a la de la nación. Cualquier gesto de justificación que hacen ante las cámaras es demagogia o, en el mejor de los casos, estupidez. Si es consciente de la mentira, por traidor, si no es consciente, por imbécil. Hay que cuidarse de no caer en la demagogia y rebajar los términos al describir la conducta pública de los gobernantes.

En una República Constitucional no sólo se exigirían responsabilidades judiciales ante los delitos sino que serían comprometedoras las responsabilidades políticas. Hoy da risa pedirlas. Sólo algunos bienpensantes dimiten porque no se han enterado de que tenían que haber traicionado a alguien para triunfar en la partitocracia. Mientras, como el rey, nos piden perdón. Como el PSOE. Como Peces Barba y su “hicimos lo que pudimos”. No se dan cuenta de que son doblemente miserables: cuando cometieron la afrenta y cuando piden disculpas.

Perdón PSOE

 

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