Dr. Jekyll y Mr. Hyde (foto: lerble) Mr. Hyde El señor Hyde es un mal lanzador de zapatos. Lo cierto es que no es diestro en casi nada, siempre actúa con excesivo ímpetu, muy atropelladamente. La acción libre tiene sus desventajas y esta es una, se encuentra demasiado cerca de los sentimientos primarios. Aunque suyo es el privilegio de trazar nuevas rutas en el mundo, no está en su poder organizarse espontánea coherente y pacíficamente.   La libertad de acción, a diferencia de la acción libre, es metódica y suele actuar con la habilidad que produce la dedicación serena. La sociedad civil, que es el lugar natural de la acción libre, sólo puede darse a sí misma una libertad de acción general a través del Estado. En el todo social lo oculto y salvaje es la sociedad civil; el Estado es la voz coherente y clara del doctor Jekyll y no cabe duda de que si el zapato volador hubiera sido suyo, de ninguna manera habría errado el blanco.   Precisamente porque la vida de Mr. Hyde es convulsa y en muchas ocasiones se encuentra dominada por el temor, la duda y la locura, los individuos que componen su personalidad, cada uno de nosotros, ha desarrollado una aguda pasión de Estado, que los más superficiales –ignorando su componente administrativo- reducen positivamente a firmeza en la acción del poder ejecutivo y los más ilusos negativamente a un ente represivo y susceptible de mengua planificada o de aniquilación, como si su existencia –ajena a la voluntad particular de los individuos- no fuese condición previa de la propia política.   Sin embargo, que la única voz coherente o que la acción más eficaz de la sociedad civil sea precisamente la que tiene como intermediario al Estado, no debe hacernos olvidar la monstruosidad que ha supuesto intentar estatalizarla y, sobre todo, la vileza que cometen quienes, diciéndose parte de ella, se estatalizan para dominarla. No hay contradicción en reconocer a un mismo tiempo el poder civilizador del Estado y la necesidad política de civilizarlo.

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