(Foto: Críticasdetelevision24h) Más que envidia, alegría de mal ajeno A los seres humanos no les mueve exclusivamente el entendimiento y la razón. Les mueve también los afectos, unos buenos y otros terribles, pero sentimientos humanos, en definitiva. La envidia es uno de ellos, uno de los sentimientos humanos causantes de muchísimos males en el mundo, pero no el peor.   La servidumbre voluntaria, o inconsciente, de muchas personas en el Estado de partidos se mantiene por la envidia de una gran parte de la población (los votantes) del privilegio de los políticos, y por la perversa alegría del mal ajeno de esta misma clase política, aunque sea el mal ajeno de toda una población sumida en la miseria económica y cultural.   La envidia impide que las personas se centren en cultivar y desarrollar la personalidad propia hacia los bienes espirituales, científicos y culturales, única forma por la que se puede ser feliz en este mundo y, a la misma vez, conquistar la libertad constituyente y política colectiva.   En cambio, la mayoría de las personas prefieren la simple acumulación de bienes materiales y de lujo, además de la fama, aunque sea una fama basada en la mentira y en el engaño más inmoral que podamos imaginar, es decir, en afirmar la partidocracia frente a la libertad política colectiva.   La envidia de vivir como un nuevo rico ha precipitado a los españoles a participar en los partidos estatalizados y en sus votaciones periódicas desde 1978 hasta hoy en día. Y, antes, la envidia del burgués tradicional y del señorito español, motivó al pobre español para convertirse en un nuevo rico por medio de la inmoralidad y corrupción inherente a la partidocracia.   Hoy en día, dichos partidos ya no admiten a miembros nuevos pues no hay para tantos. Como se decía en las plazas públicas hace unos meses: “no hay pan para tanto chorizo”. Han tenido que surgir nuevos partidos estatalizables y minoritarios para poder seguir con el reparto de la tarta política del régimen antidemocrático desconocedor de la urna para el presidente del gobierno e ignorante de la elección por la regla de la mayoría de un verdadero representante de distrito en una Cámara de representantes que les sea leal a ellos y no fiel al jefe de partido.   Acostumbrados durante cuarenta años a la dictadura franquista, y a más de treinta y tantos años de Monarquía de partidos, los valores morales y cívicos de los españoles se centran ahora en la picaresca tradicional, la nueva corrupción y la envidia consustancial al ser humano, y los de la clase política en la alegría del mal ajeno: desempleo y pérdida del breve estado de bienestar existente.   Ahora bien puede existir una envidia sana de los valores nobles y la envida mal sana. La del primer tipo ha sido imposible en la España de la transición. La segunda ha sido la habitual.   Sin embargo el peor rasgo de la naturaleza humana no es la envidia general del español, sino la alegría del mal ajeno que muestran los políticos, pues está estrechamente emparentada con la crueldad, más aún, en realidad sólo se distingue de ésta como la teoría de la práctica, pero que se da cuando le debería tocar el turno a la compasión, la cual, como su contrario, es la verdadera fuente de toda justicia y amor al hombre genuinos.   La alegría del mal ajeno es la que tiene la clase política respecto a los electores engañados en cada votación. Debemos ser conscientes de que la partidocracia al pleno en el Congreso y en el gobierno se alegra del mal del resto de los españoles. No hay otra forma de explicar el trato a que es sometido más de diez millones de compatriotas por parte de su clase política.

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