Del miedo a la expansión imperial española surgió una leyenda negra cuya naturaleza cambió con el inicio de la decadencia: las críticas que provenían de otros países europeos se caracterizaban por el desprecio y la voluntad de ridiculizar. La fama que tenían los españoles de ser ferozmente independientes y celosos de su dignidad nacional, se desvanecía al observar su inclinación a ir gustosamente cargados de cadenas. Pero ni el yugo de la Monarquía ni el potro de tortura de la Inquisición han ensombrecido la admiración que la cultura del Siglo de Oro ha causado entre los hispanistas (al respecto, sobresale la figura de Marcel Bataillon). Y aquí, frente a los que hablaban de España -más allá de los Pirineos- bajo una luz muy desfavorable, ha imperado la reacción del casticismo más chato.   Con la hispanofilia decimonónica, trufada de ensoñaciones románticas con aires andaluces (la Carmen de Merimée-Bizet), la Edad Media pasa a ser ensalzada por los románticos como un símbolo de la libertad frente al posterior absolutismo. Tras el desfallecimiento del 98, unos creerán que las raíces propias o las esencias castellanas señalan el camino de retorno al esplendor nacional y otros atisbarán en Europa la solución al problema de España.   La descomposición de la Restauración (un régimen putrefacto, por mucho que quieran maquillarlo los historiadores revisionistas, afines al PP) con su prolongación dictatorial tutelada por Alfonso XIII, despertó muchas esperanzas en una vida pública digna, que no pudieron cristalizar en una II República que constituyó un fracaso histórico. La macabra “paz” franquista mantuvo a los españoles fuera de la política: una herencia conservada por el Sucesor y los jefes de los partidos.   Franco y el Rey (foto: F. Digital) Si en la dictadura había que nadar a favor del Movimiento para escalar la cucaña social ahora hay que sumergirse en la corriente oligárquica. El acceso a la Modernidad y a la Prosperidad del que se ufanan los hombres “y las mujeres” del Régimen es un cambio de fachada. Las versiones de la España de pandereta y los sainetes de baja estofa corren a cargo de figuras culturales de tanto relumbrón como Almodóvar y Barceló. Felizmente convertidos al europeísmo, por fin saboreamos las leyendas blancas.

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