A solicitud de los lectores de mi anterior artículo voy a atreverme a extraer alguna de las consecuencias políticas de que nuestro sistema esté dominado por el juego “del gallina”.

            A modo de recordatorio, caractericé un régimen socialdemócrata basado en la competencia electoral como un supuesto del juego “del gallina”, esto es, el que prometa que va a seguir gastando hasta el último instante gana la contienda electoral. El calculador que se anticipa a la ruina y se detiene antes es “el gallina”, el perdedor.

     Pues bien, cuando el juego “del gallina” con todo su irracionalismo anticooperativo es la regla que dirige una situación política, ésta alcanza su máximo punto de ineficiencia, y por tanto de ilegitimidad, precisamente en un momento de dificultades económicas, dado que en esas circunstancias el sistema es incapaz de aplicar la ortodoxia económica que exige la situación, y se deja vencer por la demagogia más indeseable.

            El juego “del gallina” en un momento de crisis se convierte en un catalizador de la ruina.

            Teniendo en cuenta lo anterior, la clase política beneficiaria de un sistema que presenta estas cualidades sólo tiene una solución provisional para sobrevivir al “crash”: la congelación de la competencia electoral en un último intento por imponer disciplina económica y obtener cooperación política, neutralizando así el juego “del gallina” y la demagogia inherente al diabólico juego.

            Ante la continuidad de la crisis al final de la presente legislatura (los mejores analistas hablan ya de década pérdida), a Rajoy le sustituirá, sea cual sea  el resultado de las elecciones, una Gran Coalición o Gobierno de concentración PP-PSOE.

            Presumo que será un “pentapartito” a la española, donde quizás Durán Lérida (“el conseguidor” de indultos para sus delincuentes convictos) sea nuestro Bettino Craxi.

            Indicios haylos.

            Primero fue Arenas y su propuesta de “pacto de legislatura” con el PSOE ante la “tormenta demagógica” que anuncia el Frente Popular PSOE-IU.

            Luego la principal dirigente de UPyD, Rosa Díez, haciendo llamamientos explícitos a “gobiernos de concentración” tanto en Andalucía como en Asturias.

            Ante el fracaso de su intento en el Principado, su diputado por esta Comunidad manifestó que ello supone “una mala noticia para Asturias y para España”, al tiempo que considera que se ha desperdiciado “una oportunidad histórica de lanzar un signo al conjunto del país”. Es decir, los reformistas de UPyD, la minoría de la que quizá dependa la gobernabilidad del sistema, apuestan por la Gran Coalición como alternativa ideal (ver su página web).

            Si la Gran Coalición no logra fraguar porque los partidos mayoritarios no son capaces de ver más allá de sus intereses de facción, la alternativa será un Gobierno tecnocrático impuesto desde Bruselas.

            Imagino que más de un lector rechazará la probabilidad de mi augurio porque considere que quien ostenta el poder no lo comparte.

            No obstante, lo realmente significativo es que el juego “del gallina” nos proporciona  una enseñanza: la competencia política-electoral se paralizará una vez concluya la presente legislatura por exigencias de la situación económica.

            Os devuelvo la palabra.

 

 

                                                                       Jorge Sánchez de Castro Calderón.

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