«Para que existiera verdadera opinión pública se necesitaría ?dice Antonio García-Trevijano? que tuviera la naturaleza de criterio, no la de simple creencia, y, en segundo lugar, que fuera la opinión del público, no la difundida por opiniones privadas en el público. Esas condiciones hacen muy difícil que exista auténtica opinión pública. La que pasa por tal es la opinión hegemónica de la información dominante, repetida como un eco de la desinformación actuante.»   La ausencia de libertad de pensamiento, como consecuencia del consenso partidocrático y de su secuestro por obra de los medios de comunicación pertenecientes al monopolio estatal y al oligopolio privado puesto a su servicio, explica, a nuestro entender, la insuficiencia a la que se refiere el autor de la Teoría pura de la República.   En la introducción al libro, Opinión pública. Historia y presente (2008), Gonzalo Capellán recuerda cómo para el principal teórico de la opinión pública en la España del primer liberalismo, Alberto Lista, «quien no sabe, no opina.» A juicio de Lista no cabe un sujeto de la opinión pública que sea ignorante, «puesto que saber y opinar son dos partes inseparables de una misma realidad.» La opinión pública nace así, como opinión política de las clases ilustradas dominantes.   A los dos primeros momentos, estudiados en este Diario en un artículo anterior: la opinión como «tribunal moral» en el Antiguo Régimen ?vigente hasta finales del siglo XVIII?, y la opinión pública en sentido político ?vigente durante la primera mitad del siglo XIX?, sucede el período llamado «científico», al amparo de la aparición y desarrollo de las ciencias sociales y del nuevo sujeto de la misma, la sociedad de masas, el hombre social, que parece culminar, paradójicamente, con la desaparición de la opinión pública.   «Durante buena parte del siglo XX ?añade Gonzalo Capellán?, la opinión pública se ha identificado, pura y simplemente, con los resultados de las encuestas de opinión, o que para muchas personas la opinión pública se reduce a la opinión publicada o radiada o televisada.» Es la «perspectiva científica» de la opinión pública, nacida hacia los años setenta del siglo XIX, cuya vigencia alcanza toda la primera mitad del siglo XX.   La extendida opinión de que la opinión pública ?asfixiada cuando no suplantada por los propios medios de comunicación?, en realidad no existe, es matizada por Cándido Monzón, en el capítulo del libro mencionado, Opinión pública. Historia y presente, titulado «El hombre espectador en la cultura de masas. Opinión pública y medios de comunicación», al tratar de la segmentación de la audiencia por los nuevos medios audiovisuales. Analiza el concepto, «clima de opinión», que englobaría las opiniones individuales, las opiniones de grupo, los estados de opinión, las corrientes de opinión y «las opiniones públicas», y se refiere al fenómeno estudiado por Elisabeth Noell-Neumann en su Teoría de la espiral del silencio. Según tal teoría, ante un clima de opinión que aparece como dominante, algunos o muchos de quienes están en desacuerdo, «lo rechazarán y se ocultarán en el silencio a la espera de que, cuando cambie el clima y se vuelva a su favor, puedan expresar lo que realmente piensan y sienten.»   De acuerdo con Monzón, al «hombre masa» ha sucedido la «comunidad masa» ?originada por la omnipresencia de los medios de comunicación?, fragmentada en numerosos grupos, comunidades o sociedades que comparten ideología, cultura, valores, intereses, gustos o complacencias. «Son los lectores del mismo periódico, los oyentes de la misma radio, de la misma música, de los mismos conciertos, espectadores de los mismo programas televisivos o usuarios de las mismas (nuevas) tecnologías de la comunicación.» Y así como la cara más fea del hombre mediatizado es el sujeto pasivo, ensimismado, conducido y atrapado por los medios, que contempla el devenir virtual como si fuera la propia realidad ?«las cosas suceden ahora en los medios»?, existe igualmente otra mucho más favorecedora, la persona que razona, que piensa que dialoga y que muestra interés por la cosa pública.   De acuerdo con esta visión, que se contrapone a la percepción pesimista imperante en la actualidad, el verdadero reto para crear una verdadera opinión que pretenda modificar el consenso monárquico y partidocrático, consiste en difundir la opinión generada por individuos o grupos de opinión independientes ?amantes de la verdad, la libertad política y la República Constitucional, como el MCRC?, entre todas las fragmentadas redes de opinión que operan por doquier.

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