En el pupitre (foto: Getsuruitó)   ¿Libertad civil?   Cierto y evidente que la libertad política no existe en España. Pero tampoco resulta nada claro que disfrutamos de libertades civiles. La falta de libertad política condiciona la libertad civil. El Estado se arroga la posibilidad de decidirlo prácticamente todo en materias individuales o familiares. Si pudiese controlar el tiempo, lo haría. La opresión ciudadana comienza por el comienzo, a saber, con el sistema educativo. No sólo en la imposición de materias, que ya es gravísimo, sino en la propia obligatoriedad de escolarizar a los niños a partir de los seis años. Qué importa si la Constitución del 78 habla de “educación obligatoria” y no de “escolarización obligatoria”.   El Tribunal Constitucional ha fallado una sentencia en contra de la educación en casa que conduce a unos niños, mucho más educados que la media, a una hacinada escuela en la que serán con casi total seguridad mal educados. Pero esto no es lo peor. Lo dramático es la obligatoriedad. La Presidenta del Tribunal, en una de esas memorables argumentaciones que pasarán a la historia del esperpento, indica como justificación a su decisión que la posibilidad de no ir la escuela “no está comprendida”  por  la Constitución, aunque reconoce que la Constitución tampoco obliga a ir a la escuela. Qué bien. Pues mujer, ricemos el rizo. Dado que la Constitución no comprende que un miembro del partido en el gobierno venga los domingos a comer a tu casa, pues haz un plato más de lentejas.   Libertad civil significa, para la mayoría, que la policía no entre en tu casa por la noche para llevarte al cuartelillo por alguna razón inventada, ideológica. Y en la felicidad de ese asombroso respeto por la libertad, se deja arrastrar por una constelación omniabarcante de medidas que se aseguran de que el pensamiento libre no asomará la cabeza por ninguna rendija. A esto le llaman libertad civil.   A ninguna ideología (no digamos ya a un partido estatal) le interesa que este secuestro aberrante de derechos fundamentales tenga un fin. La derecha vive de la pura inercia, y aunque su parte más liberal deja escapar alguna queja, en general se adapta a las circunstancias y prosigue su marcha triunfal con tal de que no caiga la economía. La izquierda es más franquista que Franco, y está feliz: todos al cole, todos a recitar el catecismo socialista, todos a ser solidarios.

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