Los políticos, especialmente en campaña electoral, se prestan a que en los programas de humor -que ejercen una tremenda influencia en las mentes de las personas que se consideran “críticas”- presentadores, reporteros, cómicos, estrellas invitadas y público asistente se rían de ellos. Literalmente, que se burlen de su papel social. Claro que la clase política comprende la catarsis que esto significa y acepta de buen grado la humillación pública mientras se vea compensada con la sumisión política, intelectual y estética de los que creen burlarse. Un sano toma y daca. Pero no deja de admirar lo descaradamente que los prohombres del poder y sus ingeniosos críticos dejan ver que esas burlas no afectan a otra dignidad personal que la de quienes se mofan sin querer cambiar nada. Cuando Fraga se enfada con algún periodista impertinente o con algún payaso enviado para enfurecerlo, toda España asocia la defensa que el viejo opresor realiza de su dignidad personal, con los estertores de la dictadura y la consagración de la “democracia”.   Los personajes críticos que se abren paso en el magma partidocrático gracias a su propio esfuerzo o a ayudas que no dudan en traicionar y olvidar, los que se llaman a sí mismos outsiders o permiten complacidos que sus amigos y seguidores así los denominen, ejercen la misma función que los humoristas de máxima audiencia, pero seriamente. De día. Insultan, descubren falsedades, inciden en las incoherencias, destapan algunas corrupciones y encubren otras, ensalzan a tal y vituperan a cual, moralizan, estetizan y rinden permanente culto a lo establecido. Porque, deudos del realismo político, son outsiders desde dentro. De manera que al igual que los artísticos bufones de los late-show, critican sin destrucción intelectual. Son culta y cotillamente reaccionarios, pues tampoco se resiente la dignidad del corrupto ante la indignación conservadora. Nuevos satélites envanecidos de guardar las distancias con el poder que les permite orbitar en torno a indiscutidos centros de gravedad.     Buenafuente (foto: Pixel y Dixel) Cerrando el frente de resistencia, la cultura underground intuye que ningún régimen o sistema político puede mejorar la Humanidad y, sin más alternativa que la utópica mística puritana que aplica durante la juventud en pequeñas vivencias amparadas en el apoyo explícito o fáctico del burgués hogar paterno, se agita ahora para después, durante la madurez, defender el régimen que consintió desobedecer hasta el lugar social en el que la fantasía continúa. La fantasía de que se vive la vida pura que se ha elegido, tal y como se escoge cada noche el programa de humor crítico o se encuentran en el dial el discurso demoledor del outsider.

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