El origen del Homo sapiens (foto: lauren poor) Frutos de incomprensión Cualquier intento por explicar la irrupción de homo sapiens pasa, indefectiblemente, por contemplar la implacable estructura social de nuestra especie. Desde esta condición intrínseca, las peculiares dotes cerebrales y comunicativas de los primates antropomorfos sobrevinieron en el habla. El lenguaje-pensamiento comenzó forjándose cual herramienta que permitía manipular el espacio y el tiempo para poder, entonces, anticiparse a los acontecimientos del mundo y/o adaptarlos conforme a la supervivencia del grupo. Y solamente medraron aquellos que así lo hicieron.   Es cabal especular que la correspondencia inicial, entre el conjunto de los seres, los objetos, las acciones y los hechos del mundo, y el conjunto de los signos que los anunciaban, constituyera una aplicación biyectiva. Que el conjunto inicial o dominio fueran los elementos de la propia realidad, y que el conjunto de sus imágenes verbales, un codominio cuya extensión probablemente estuviera sujeta a cierta regla de utilidad, se construyera basándose en una relación onomatopéyica, “indicial” o “para-icónica”, según criterios razonables, cuyo posterior desarrollo y transmisión cultural terminaría por trascender, obviando los vínculos iniciales de las voces con su sustrato.   Con la expansión de la humanidad y su devenir histórico, el ambiente social fue engordando hasta complicarse en tal medida que se solapó al mundo. La mutación socioeconómica capitalista los fundió, al portar consigo la barbarie ética capaz de justificar la desigualdad extrema a costa de acabar con  la verdad. El codominio lingüístico se segregó de lo real para instalarse en lo plausible, alzándose como un referente vicario por el que era imprescindible transitar para poder acceder y moverse en las impersonales relaciones humanas de gran escala, ahora sujetas a tan estricta jerarquía como obligatorias para la propia subsistencia. Ya que es imposible fulminar la realidad, sí que es factible obnubilarla minando la conexión unívoca del logos con el referente real que lo originó. Hoy, se ha dado la vuelta a tal correspondencia, y es el calculado universo simbólico el dominio del que parten las dirigidas flechas, postergando a la verdad-realidad a una mera imagen dependiente para todo aquello que pudiera entrar en conflicto con la indefinición oficial, guardián último del desaforado privilegio del estatus financiero.   El lenguaje-pensamiento ha sido despojado de su utilidad para describir el mundo, que ya no es la naturaleza, sino una de las construcciones sociales alternativas consentidas desde el poder; perdiendo la capacidad de concretar la acción colectiva, que ya no puede ser espontánea, sino consecución de lo político. El finiquito de esta herramienta, sostenedora de la aptitud para compartir, convierte en obligada la actitud de los individuos de hablar entre ellos de sí y para sí, limitándose a expresar enunciados de consumo personal, e impotentes para buscar proposiciones cuya validez sea independiente de algún sujeto concreto, esto es verdaderas para todos. Los pocos dotados para discernir la realidad tienen el obstáculo añadido de no poder comunicarla, y, en caso de lograr flanquearlo, la barrera final de no llegar a ser comprendidos.

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